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‹ Anterior (10/03/2011) MES Siguiente (2011-05-09)› ‹ Anterior (2011-03-24 - Belize) PAIS Siguiente (2011-04-23 - Nicaragua)› Guatemala Lago de Atitlán (ver en mapa) 13/04/2011: El lago Atitlán es uno de los principales atractivos de Guatemala pero, según nos dijeron, últimamente no está siendo tan visitado, porque sus aguas estaban contaminadas con alguna bacteria y no recomendaban de bañarse en él. Nosotros nos alojamos en Panajachel, el principal pueblo en la orilla del lago, un pueblo sin ningún tipo de interés si no fuera por las decenas de tiendas que vendían sovenirs en la calle principal, añadiendo un poco de color a los días neblinosos que tuvimos . Fue una lástima, porque el lago es famoso por sus vistas de los tres volcanes al otro lado de las aguas y no pudimos ver su silueta hasta el penúltimo día. Fue mucho más interesante la visita que hice el domingo, cuando llegué a Chichicastenango cambiando 3 veces de autobús. Chichicastenango es famoso por su mercado del domingo y realmente era muy vistoso, similar al mercado de Cuetzalan en México, con numerosos indígenas vendiendo coloreadas artesanías además de vegetales y muchos otros productos para los locales. Aparte del domingo, nos quedamos 4 días en Panajachel sin hacer ninguna actividad extraordinaria y básicamente me quedé en el hotel trabajando en mi tercer libro, un proyecto mucho más ambicioso que los otros dos y que, en vez de hablar sobre el viaje tratará de filosofía, explicando cómo se puede ser feliz sin libre albedrío. De hecho, no tenía previsto comenzar la escritura de este nuevo libro hasta que llegara a casa pasado un año, después de haber visitado el resto del continente americano. Pero después de meditarlo bien pensé que ésta era la mejor opción. Por un lado me resulta más económico comenzar a escribir mientras viajo, porque en Cataluña me gastaría mucho más dinero pagando la hipoteca del piso (actualmente lo tengo alquilado) y la comida, que es mucho más cara. Además, últimamente tanto Alexandra como yo nos sentimos más a gusto viajando menos intensamente y pasando más días en cada lugar, lo que me permite tener mucho más tiempo libre para escribir. Por otro lado, antes me costaba concentrarme en situaciones diferentes, cambiando de hotel y actividades cada pocos días, pero ahora me resulta fácil de sentarme cualquier lugar, aunque sea un autobús, y concentrarme para escribir. Bueno, en Guatemala he abierto pocas veces el ordenador los autobuses, no sólo porque suelen ir demasiado llenos y nos han advertido de los problemas de seguridad, pero sobre todo porque es prácticamente imposible mantener quieto el portátil sobre el regazo, porque las carreteras son demasiado onduladas y los conductores conducen demasiado rápido y bruscos. De hecho, Alexandra quiso quedarse un día más a Panajachel porque tenía pánico a los autobuses, y cuando cogíamos uno mantenía presionada con fuerza mi mano todo el tiempo, y si en algún momento se relajaba sólo era para a comentar que los autobuses eran como una montaña rusa, pero en vez de tener un circuito cerrado transitaban por un circuito abierto, con velocidades más elevadas, curvas más cerradas y precipicios más vertiginosos. Pasamos cuatro días más en Antigua, relajándonos antes de partir hacia los siguientes países. Seguimos comiendo frutas heladas (piña, fresas, mango,...) cubiertas de chocolate, una delicia muy económica. Paseé un poco más por el maravilloso pueblo. Nos excitamos viendo el primer partido Barça - Madrid, y nos sorprendimos de las pasiones que despierta la liga española en Guatemala, con los aficionados del Barcelona equilibrados con número con los del Real Madrid, a diferencia de México, donde los aficionados del Barça eran claramente más numerosos. Y volvimos a disfrutar de otra procesión previa a la Semana Santa, que era la próxima semana. Por las calles había mucha más gente que hacía dos domingos y, viendo que en las siguientes procesiones habría demasiada gente, nos contentamos de haber tomado la decisión de marchar el próximo lunes. En el hotel había más viajeros y tuve oportunidad de conversar con algunos de ellos sobre los viajes mutuos. Respondiendo a sus preguntas tuve que admitir que, aunque siguiera con ganas de acabar el viaje, hacía tiempo que tenía el 50% de mi mente anclada ya en casa. Esto me permitía concentrarme en otros proyectos que no están relacionados con el viaje, como escribir el libro de filosofía. Pero como punto negativo, me daba cuenta que nos estábamos tomando el viaje mucho más tranquilamente e inevitablemente el diario que escribo se ve afectado, resultando menos excitante, con menos aventuras que contar. Fueron esas ganas de arriesgar menos, que nos habían hecho decidir de no visitar Salvador y Honduras, dos países que -según nos habían advertido-no recibían a demasiados turistas porque aún eran bastante inseguros. Así pues, habíamos comprado un billete de autobús directamente a Nicaragua, confiando en que no nos pasaría nada cruzando los dos países anteriores. Leon (ver en mapa) 23/04/2011: Salimos de Antigua por la mañana con un minibús, dirección a la ciudad de Guatemala, y allí subimos a un viejo autobús dirección a Nicaragua. Había más pasajeros de la cuenta y unos cuantos tuvieron que sentarse en sillas de plástico que situaron entres los otros asientos. Por suerte nosotros nos sentamos en los asientos normales, reclinables, sino habríamos hecho un buen escándalo, porque éramos los que habíamos pagado más por el billete, 50 dólares en la agencia de Antigua, a diferencia de los 25 dólares que pagaban el resto. En cualquier caso, la parada de autobús en Ciudad de Guatemala, de donde salimos, era tan pequeña y aislada que difícilmente la hubiéramos encontrado preguntando nosotros mismos, arriesgándonos a ser atracados al mismo tiempo. Al atardecer llegamos a la frontera con el Salvador, donde tuvimos que sacar todas las maletas del bus a ambos lados de la frontera, para que fueran inspeccionadas ligeramente por la policía, y el mismo procedimiento tuvimos que hacer cuatro veces más, al llegar a la frontera de Honduras a las dos de la madrugada y en la de Nicaragua hacia las 5. Nos sorprendió que el Salvador pareciera un país cuidado y limpio, donde todo se compraba con dólares. Quizás hubiera estado bien que lo hubiéramos visitado. En cambio Honduras nos pareció mucho más sucio y, recordando las historias de violencia que habíamos escuchado, nos reafirmamos en nuestra convicción de haber hecho bien de no visitarlo. Durante el trayecto hablé con un chico de Guatemala, que desde los 12 años había formado parte de la mara 18, explicando que para tener derecho a tatuarse el número 18 en alguna parte del cuerpo antes tenía que haber matado a alguien. Llegado el momento, sus compañeros de la mara se le señalaron un chico de otra mara en una discoteca, al que atacó sin intercambiar palabra. Primero le rompió una botella en la cabeza y luego se la hundió en el estómago tres o cuatro veces. Por suerte -dijo el chico- el otro marero no murió, pero aún así se ganó el derecho a ser tatuado con el número 18. Pero, pasado un mes, cuando llegó la hora de tatuarse, conoció a un grupo de chicos que iban a la iglesia y decidió cambiar de hábitos, dejar la mara y convertirse en predicador. Según explicó, la mara no le causó demasiados problemas para abandonarla, porque vieron que él no tenía intención de unirse a la mara rival. Pero si tuvo problemas con la mara rival un tiempo más tarde cuando juntaron 7 matones, amigas y familiares del chico que había atacado con la botella, y casi lo mataron de una paliza que le ha dejado varias cicatrices en la cara. Otro hombre de Nicaragua presente en la conversación, me contó que él antes bebía mucho y tomaba bastantes drogas. Mientras me contaba su experiencia recordaba que, 20 años atrás cuando había estado en Nicaragua, me había encontrado muchos hombres que se emborrachaban con alcohol que bebían de bolsas de plástico transparentes hasta caer inconscientes al suelo. A continuación el hombre me explicó que había dejado la bebida gracias a su fe con Dios, que le ayudó a cambiar de vida. Fueron dos conversaciones interesantes que me hicieron concluir, a pesar de mi ateísmo y rechazo de las religiones, que la fe en Dios y la pertenencia a un grupo religioso pueden ayudar muchísimo a ciertas personas a perder malos hábitos. Finalmente, me pregunté cómo se podría esta gente escapar de sus ciclos viciosos si en un futuro desaparecieran todas las religiones y la gente dejara de creer en Dios. Hacía veinte años atrás no había estado en Leon, la ciudad donde pasamos los primeros días. La ciudad tenía una arquitectura colonial más interesante que otras ciudades y pueblos que recordaba haber visitado en Nicaragua, sin embargo, no se podía comparar ni mucho menos con Antigua. Quizá por eso no disfrutamos demasiado de la ciudad, también porque hacía mucho calor, pero sobre todo porque seguimos sin conocer ni conversar con gente local (a excepción de las conversaciones autobús). Hacía veinte años colaboré en algunas cooperativas agrícolas y ONGs, pero actualmente, sin gente que nos respondiera a través de Couchsurfing, estábamos obligados a alojarnos en hostales llenos de turistas que sólo estaban interesados a divertirse, aunque también mantuvimos algunas conversaciones interesantes con algunos extranjeros. Seguramente, lo más interesante de León fue la semana santa, aunque ni mucho menos fue tan espectacular como los domingos previos a Antigua. El viernes santo hubo una pequeña procesión recorriendo todas las calles de la ciudad, con la gente resguardándose del sol vertical con paraguas. Pero el atractivo se encontraba por la noche, cuando los vecinos de un barrio de León adornaron algunas de sus calles con grandes alfombras con motivos religiosos hechas con serrín, harina y otros colorantes naturales. Una de ellas estaba creada por un artista local y por primera vez había decidido de situar a una persona real en medio de su alfombra representando a Jesús Crucificado, convirtiéndose en la gran atracción, sobre todo por las dudas que causó a la procesión que debía de caminar por sobre las obras de arte. En Granada hacía mucho más calor que en Leon, por el contrario, Granada era una ciudad mucho más bonita, quizá porque es una de las ciudades coloniales más antiguas en América, fundada en 1524. A pesar de su atractivo, Granada tampoco se podía comparar a la ciudad de Antigua en Guatemala. Los edificios no estaban tan bien cuidados y además -según me hizo notar Alexandra- no había indígenas en Nicaragua, faltándole el atractivo cultural que tenía Guatemala. A pesar de todo, pasamos unos buenos días en Granada, paseando por sus callejuelas y plazas con la cámara colgada al lado, sin tomar las mismas precauciones que en Guatemala, porque casi todo el mundo nos había confirmado que había muy pocos casos de violencia en Nicaragua. Siempre salíamos a partir de las cuatro de la tarde, cuando el sol dejaba de calentar verticalmente el cerebro. La gente nos decía que el calor era normal, porque estábamos al final de la época seca o verano, según llamaban ellos, aunque esta estación coincida con el invierno en Europa. Por suerte los últimos días se nubló y llovió alguna noche, refrescando ligeramente el ambiente, al menos en comparación a los días anteriores. En Granada nos encontramos con los franceses Arno y Fabianne, con quien habíamos coincidido en San Cristobal de las Casas en México. Compartimos un par de tardes con ellos y al segundo día me dejé convencer para hacer una excursión con ellos, hasta un mirador de la volcánica laguna de Apoyo. Allí decidimos caminar hasta abajo y bañarnos, descendiendo por un camino polvoriento que nos costó mucho más de bajar de lo que pensábamos. Prevenidos por los guardas del mirador, también tomamos algunos palos por si nos encontrábamos con algunos bandidos que nos quisieran robar las cámaras, pero no pasó nada y finalmente llegamos al lago donde nadamos un poco. Fue una buena excursión, valió la pena, pero quedé tan exhausto que me convencí de no volver a hacer otra excursión hasta que la temperatura no disminuyera un poco más. En Granada tampoco conversé con casi ningún nica (nicaragüense), aunque la gente que nos encontrábamos por la calle se mostraba simpática. Seguramente, Nicaragua estaba recibiendo demasiado turismo, en comparación a 20 años atrás, y la gente estaba menos interesada a interactuar con extranjeros. En cualquier caso, tuvimos algunas agradables conversaciones con unas cuantos expatriados que había en el hostal, algunos de los cuales estaban pensando de quedarse a vivir en Nicaragua, porque la vida era muy económica. Uno de ellos era un chico de Taiwán, que trabajaba de traductor chino y japonés; a pesar de todo quería estudiar español, porque el japonés era un idioma demasiado cerrado pues, por ejemplo, en japonés no se utiliza el verbo ¨te quiero ¨, y en vez se utilizan frases del tipo ¨me gustaría que cocinaras para mí toda la vida¨. Al preguntarle qué idioma era más difícil de aprender respondió que el español, porque no entendía el género de las palabras, ni el futuro, presente y pasado de los verbos... unas normas lingüísticas muy diferentes del chino. También fue interesante conversar con un americano, quien estaba buscado por la justicia americana para que testificara en un caso de tráfico de armas, pero él no quería testificar y se estaba planteando de vivir para siempre en Nicaragua, a pesar del gobierno americano lo estuviera presionando congelándole todas sus cuentas bancarias. De camino hacia Rivas, el paisaje de llanuras cultivadas extendiéndose entre colinas salvajes me hizo recordar más mi estancia hacía 20 años atrás en Nicaragua, cuando había sido alojado en varias cooperativas agrícolas. Incluso, recordé que una de las cooperativas agrícolas se encontraba en Potosí, por donde pasó el autobús, desde donde se disfrutaba de la misma maravillosa vista del volcán de la isla de Ometepe, elevándose por encima las plantaciones de bananeros, unos pocos de los cuales planté 20 años atrás. Mientras el autobús seguía avanzando, mi memoria afloraba las fantásticas experiencias que viví, las cuales arralaron en mí, provocándome el deseo de descubrir el mundo que finalmente me convirtió en un viajero cuando tuve la oportunidad. De Rivas, cogimos un barco hacia la isla de Ometepe, cruzando un enfurecido lago de Nicaragua. Comenté al capitán que el lago estaba muy movido pero éste me dijo que no, que a veces estaba mucho peor, que incluso había volcado algún barco, aunque la causa principal hubiera sido la mala distribución de su carga. Pregunté si los tiburones del lago estaban en peligro de extinción, porque había recordado que lo estaban 20 años atrás, pero el capitán me dijo que no, aunque también habían prohibido su pesca. A continuación me explicó que los tiburones del lago no suelen atacar a las personas, pero que un tío suyo fue mordido en el muslo hace años por un tiburón, mientras pescaba. Después leí que los tiburones del lago Nicaragua en realidad son tiburones del Caribe que suben a contracorriente por el río san Juan, y que se han reportado casos de tiburones vistos en el lago y 7 o 11 días más tarde vistos en el mar, a la inversa . En Ometepe fuimos alojados por un chico de Couchsurfing que regentaba un hostal. Nos dejó dormir gratuitamente los dos primeros días y a cambio nos estuvimos 4 días más pagando. Mientras pasaban los días en la isla, me volví a dar cuenta que Nicaragua se había vuelto muy cristiana. Durante el fin de semana hicieron un par de conciertos de rock religioso en la plaza del pueblo de Moyogalpa, y el lunes a las 7 de la mañana un coche recorrió todo el pueblo pidiendo a la gente que se arrepintiera de sus pecados. Incluso me sorprendió que, en los carteles preelectorales de los sandinistas se definieran como cristianos antes de que socialistas. ¿Por qué Nicaragua había vuelto tan religiosa? ¿La pasión por el socialismo ya no arrastraba masas? ¿La gente había perdido la fe en la justicia social promovida por el hombre y ya sólo confiaba en la justicia divina? Seguramente la iglesia católica y los predicadores venidos de los Estados Unidos habían hecho un buen trabajo, al igual que ha sucedido en todo latino América. Alexandra disfrutó con Ometepe, una isla con dos volcanes: Era tranquila, verde, aunque también demasiado calurosa. Desde el allí compramos el billete de avión de Panamá a Colombia (no hay carretera entre los dos países) y contactamos a gente de Costa Rica y Panamá que nos pudiera alojar antes de nuestra partida a Sudamérica. También hicimos un par de excursiones cortas a Punta Jesús María y al mirador del diablo, pero en ningún momento se nos ocurrió subir a uno de los dos volcanes de la isla, una locura teniendo en cuenta el calor que hacía. En cambio, un valenciano que se alojaba en el mismo hostal hizo todas las excursiones posibles, aunque acabara bien fatigado. El valenciano viajaba en moto, sin mapas, así se veía obligado a preguntar a la gente y acababa haciendo muchos amigos. El valenciano tenía una pasión con su viaje similar a la que yo tenía al principio de mi viaje y, evidentemente me pregunté qué estaba pasando, ¿ya no me apasionaba viajar? En hablé con Alexandra y entre los dos nos convencimos de que Sudamérica sería una nueva región que nos atraería mucho más que Centroamérica y que nuestra pasión por viajar se volvería a incrementar. |
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