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‹ Anterior (15/05/2010) MES Siguiente (2010-07-14)› ‹ Anterior (2010-10-08 - Canada) PAIS Siguiente (2011-01-23 - Mexico)› US Los Ángeles, CA (ver en mapa) 15/06/2010: - Hola, me llamo Clarissa - Apartamos la mirada de la ventana del avión y una chica con una sonrisa jovial siguió su presentación. - Vuelo a Los Ángeles, ¿vosotros también? La pasajera anónima hizo el gesto de sentarse en el asiento libre al lado de Alexandra, mientras los dos respondíamos - Sí - aun sorprendidos por su introducción. Después la chica se dio cuenta que se había equivocado de fila, pero poco importó, porque enseguida hizo amistad con otra mujer con quien estuvo hablando durante todo el viaje. En cambio, yo y Alexandra intentamos dormir durante todo el trayecto, para tener el mínimo jetlag posible, aunque entre sueños me también me estuve preguntando "¿será la sociedad americana tan abierta como esta chica?". A juzgar por los pocos días transcurridos en este nuevo país, diría que los americanos son bastante abiertos, sin embargo, lo que más nos ha sorprendido hasta el momento ha sido la gran diversidad de la sociedad. Estos primeros cinco días hemos estado alojados por una familia argentina que nos ha tratado fenomenal, aparte de ayudarnos a buscar una furgoneta de segunda mano que queríamos comprar para movernos por el continente. Una de las furgonetas que miramos resultó ser de un joven que provenía de Irán, al que pusimos muy contento cuando le explicamos que habíamos visitado su país y que nos había maravillado su gente. Después el chico nos explicó que en Estados Unidos nunca se había sentido discriminado, a diferencia de Europa donde había vivido durante 9 meses en Francia. Escuchando aquel comentario pensé que los Estados Unidos habían tenido que afrontar el problema de la multi-culturalidad y multi-racialidad hacía mucho tiempo, mientras que en Europa, el problema era mucho más reciente con la inmigración de los últimos años. Descartando la furgoneta del iraní, al siguiente día decidí ir a mirar otra furgoneta de un hombre Mexicano, que vivía en otro sector de la ciudad. Tardé 3 horas para llegar, teniendo que coger un autobús, un metro y un tren que me siguieron maravillando con la diversidad de la población: un asiático introvertido que compartía asiento con un negro que no dejaba de hablar con una cantinela que parecía imitar una canción de rap, una chica con mini falda al lado de un hombre decoroso leyendo un libro de caracteres árabes, o una gruesa mujer envuelta en un sari de la India ocupando parte del asiento de un escuálido latino de bigote perfilado. Eran unas imágenes muy similares a las de la oficina de registro de vehículos, donde tuve que ir a registrar la furgoneta Chevy Astro comprada al mexicano por 2000 dólares. Allí, mientras esperaba sentado en la cola de 3 horas, una mujer anciana de piel y pelo muy blanco me dio conversación y aportó un punto de vista muy diferente a la diversidad, manifestando su preocupación por el creciente número de inmigrantes, a los que el estado destinaba demasiados recursos. En cualquier caso, al poco, mi preocupación fue otra, porque el hombre mulato de detrás del mostrador me informó que debía pagar 400 dólares para poner la furgoneta a mi nombre, porque el mexicano a quien se la había comprado había dejado de pagar el registro del vehículo los últimos dos años. Por fin tenemos la deseada furgoneta que nos permitiría movernos con libertad por Estados Unidos y Canadá y tener un lugar donde dormir en caso de necesidad. La lástima fue que la búsqueda del auto no me permitió disfrutar con suficiente tranquilidad de la maravillosa hospitalidad de Sebastian, quien acababa de regresar de un viaje en moto de seis meses por todo Sudamérica. Sebastián y su familia vivían en el valle de San Fernando, un extensísimo barrio de casas unifamiliares habitado por una tercera parte de la población de Los Ángeles. Era una característica que se repetía en toda la ciudad: casi todas las casas eran de una sola planta (quizás por el miedo latente a los terremotos) y rodeadas por un jardín de césped bien cortado que desembocaba sin muros a la tranquila calle, por donde no pasea casi nadie. En realidad, ante tal ocupación del terreno horizontal, la única manera de moverse por Los Ángeles y sus alrededores es en coche privado (el transporte público es escaso y lento con distancias tan largas). Así pues, tuvimos que depender de los ofrecimientos de Sebastian, quien nos llevó a Downtown una noche, una de las pocas zonas de Los Ángeles donde se alzan varios pequeños rascacielos. Y otro día nos llevó a la playa de Malibú, donde nosotros nos encontramos a David, un amigo de una amiga de mi pueblo, quien nos invitó a una fiesta de cumpleaños en una bonita casa anclada ante de una bonita playa privada. La fiesta estuvo bien, aunque nos sentimos un poco fuera de lugar, con los invitados disgregados con pequeños grupos abiertos pero que no mostraban demasiado interés con nuestra presencia. 21/06/2010: Sabiendo que nos deberíamos de quedar más de una semana en Los Ángeles, buscando y comprando un auto y posteriormente visitando la ciudad, decidimos buscar otro huésped para no abusar de la hospitalidad de Sebastian y su familia, los cuales ya nos habían ayudado mucho. Fue así que, seis días después cargamos la bonita Chevy Astro Van con nuestras mochilas y nos dirigimos hacia el famoso barrio de Hollywood, donde nos esperaba Jordan, quien resultó ser otro fabuloso anfitrión. Jordan regentaba el restaurante más antiguo del bulevar de Hollywood, Musso & Frank Grill, donde nos invitó numerosas vísperas a comer algún delicioso plato o beber exquisitos martinis mientras conversábamos con él. Jordan estaba muy interesado a conocer nuestra experiencia viajera, porque muy pronto él tenía planeado traspasar el restaurante a su primo para poder viajar el resto de su vida. Por supuesto, todas las historias y anécdotas que le explicamos le incendiaron la pasión por viajar, sobre todo a África, donde decidió permanecer tal vez un año, en vez de unos pocos meses. La situación de la casa de Jordan, era inmejorable, a dos calles del bulevar de Hollywood, por donde paseamos varias vísperas, con la mirada acotada para cazar el nombre dorado de alguna celebridad conocida en el centro de una de las numerosas estrellas en las aceras. Aunque el bulevar de Hollywood tuviera un ambiente no excesivamente glamuroso, era divertido (sobre todo para Alexandra) pasear por lugares con nombres ya famosos, como el Teatro Kodac, o el próximo Sunset boulevard que atravesaba Beverly Hills y Bell Air, hasta Malibu beach o Mulholland drive. Y aprovechando que teníamos coche y que nos habíamos comprado un GPS, también conducimos hasta las playas de Santa Mónica, Venice, Palos Verdes y Long Beach. De las cuatro, el ambiente de Venice fue el que más nos encantó, lleno de negros (o afro-americanos según la terminología actualmente aceptada), latinos y caucásicos que paseaban ligeros de ropa, tomaban el sol en la playa o sudaban jugando baloncesto. Más de una vez nos hizo sonreír el comportamiento de los afro-americanos, con una expresividad, alegría y desinhibición que parecían copiados de una película cómica americana. Mientras Alexandra se iba de compras con unas amigas, otra tarde disfruté de las buenas vistas de la ciudad desde el observatorio Griffin y al día siguiente de los rascacielos del Downtown. Entre las muchas atracciones existentes, entré en la moderna catedral católica donde un guía nos explicó a un grupo que la catedral era la más grande de Estados Unidos, superando por dos pies la longitud de San Patrick de Nueva York. De la catedral me sorprendió el mausoleo que ocupa todo el sótano, donde cualquier cristiano se puede enterrar previo pago de una millonada que de seguro ayudaría a pagar todos los litigios de abusos sexuales en los que estaba inmersa la iglesia católica americana (el guía mencionó que un pequeño nicho de un palmo cuadrado valía 300.000 dólares). Uno de los atardeceres que visitamos a Jordan en su restaurante, nos invitó a sentarnos en una mesa donde había unos amigos suyos, además de un guionista al que le estaban produciendo una película, un guitarrista de la banda de John Fogerty y una cantante de un grupo californiano. La velada fue muy entretenida, nosotros interesándonos por sus vidas célebres y ellos apasionándose con nuestro viaje. Más tarde, mientras detallábamos nuestro itinerario previsto de 9 meses por Estados Unidos y Canadá, Jordan comentó que posiblemente queríamos dedicarle demasiado tiempo, porque las diferencias dentro de su país no eran tan acentuadas y que un road trip era lo más apropiado en América, conociendo el continente a través de la ventana de un vehículo. Yo le comenté que posiblemente tenía razón, que quizás eran demasiados meses, pero que por otro lado, no sólo queríamos conocer hermosos paisajes sino que también deseábamos sumergirnos en las culturas más importantes del mundo. Hasta ahora habíamos conocido las diferentes culturas europeas, africanas, islámicas y asiáticas pero aún nos faltaba sumergirnos en la cultura anglosajona, en parte porque no habíamos podido llegar a Australia. Además, la experiencia y las amistades en los Estados Unidos estaban resultando fabulosas, y los 8 o 9 meses no parecían excesivos para seguir descubriendo el país. Después de cenar, Jordan se quedó en el restaurante mientras nosotros volvíamos a casa acompañados por un amigo suyo, quien nos explicó que era consejero en hospitales (ayudaba a los familiares de un difunto), un trabajo en el que era importante tener creencias religiosas. A continuación desató mi fascinación por las religiones, explicando que él era un cristiano abierto de mente y que incluso le gustaba conocer otras creencias y que había hecho un curso de meditación zen. Le pregunté porque creía en Dios y él me intentó mostrar que era una consecuencia del maravilloso mundo en que vivíamos, pero yo le respondía que también consideraba que el universo era apasionante y no necesitaba situar un Dios detrás para que lo siguiera siendo. Al día siguiente Jordan se interesó por las opiniones religiosas de su amigo, que nunca habían intercambiado. Después Jordan explicó que hacía tiempo había observado que los viajeros suelen ser más ateos, según él porque los ateos no creen en otro tipo de vida después de la muerte y necesitan experimentar más esta, tomando más riesgos para ser felices. Yo estuve completamente de acuerdo con su opinión, añadiendo que viajar te hace abrir la mente, te hace descubrir nuevas religiones y creencias y te hace dar cuenta que es absurdo sujetarse a unos dogmas que simplemente son culturales. La última víspera Jordan nos llevó de picnic a un bosque junto al Hollywood bowl, un impresionante anfiteatro moderno con capacidad para 18.000 espectadores, donde aquella noche tocaban varios grupos africanos. Después de bebernos una botella de vino y de empezar a oscurecer, recogimos los restos de la comida y nos adentrarnos por el bosque medio agachados hasta llegar cerca de unos aseos del teatro, donde corrimos para sentirnos totalmente protegidos entre los demás espectadores. A continuación nos sentamos en uno de los bancos y disfrutamos de un apasionante espectáculo de música mientras vaciábamos otra media botella de vino. En un momento dado, observando la gente de alrededor bailando frenéticamente, imaginé que me encontraba en Europa o incluso África, pero las banderas junto al escenario me volvieron a la realidad: la típica americana y otra con un oso dibujado encima el texto "República de California". Pregunté a Jordan porque consideraban su Estado una república, pero él se encogió de hombros y luego explicó que California era el mejor Estado del país, por su gente simpática, porque tiene mar y playa, nieve en las montañas, desiertos, bosques,... Todavía no podíamos compararlo con ningún otro Estado, pero lo que sí era cierto era que de momento nos sentíamos maravillosamente bien. San Diego, CA (ver en mapa) 24/06/2010: Nos fuimos de Los Ángeles después de comer con Jordan. Programamos el GPS hacia San Diego, aunque no tuviéramos intensión de llegar aquella misma tarde o noche. Antes visitamos la catedral de cristal, una enorme iglesia moderna cubierta totalmente de cristal que había levantado una de las numerosas religiones protestantes de Estados Unidos. A continuación, huyendo de aquella monstruosidad, paramos a la extensa playa de Huntington, la cual tenía un muelle o pasarela que se adentraba uno o dos cientos metros hacia el medio del mar, debajo de la cual varios surfistas intentaban subirse en alguna ola. Dejamos pasar un buen rato observando los experimentados surfistas, llegando tarde al tranquilo pueblo de Laguna Beach, donde tuvimos que buscar un callejón desierto donde aparcar el coche y pasar la noche. No fue una noche del todo relajada, porque Alexandra estaba un poco paranoica manifestando que vendría la policía y nos encarcelarían a los dos por dormir en la calle, y cada dos por tres me decía que no me moviera demasiado porque se activaba la alarma del coche que no habíamos conseguido desactivar. Sin embargo, dormimos y al día siguiente visitamos el bonito pueblo de Laguna Beach, con alguna playa aislada entre acantilados. A continuación nos dirigimos a la Misión de San Juan Campistrano, que no visitamos por su entrada excesiva (9 $ / persona), aunque parecía valer la pena, al igual que su basílica donde sí pudimos entrar. Finalmente llegamos a San Diego, donde nos esperaban Pep (el hermano de mi cuñado) y su esposa Ana. El recibimiento fue maravilloso y de nuevo nos sentimos como en casa unos cuantos días más, los cuales aprovechamos para relajarnos pero también para visitar la ciudad durante un intenso día. Sin duda, lo más interesante fue la costa del barrio de la Jolla, delimitado por mansiones en la parte terrestre, pero completamente salvaje en el lado marítimo, con numerosas focas que nadaban graciosamente o descansaban en agrupadas en colonias. También me gustó la ciudad vieja de San Diego, un pequeño grupúsculo de casas antiguas que intentaban imitar el pueblo de San Diego, poco tiempo después que llegaran los primeros exploradores. Observando algunas fotografías y pinturas antiguas de sus museos gratuitos, me fascinó el aislamiento de los primeros pobladores y el vacío de aquel valle que hoy en día estaba sobresaturado de habitantes. Finalmente, con menos energías y tiempo visité el parque Balboa y el bullicioso barrio de Gaslamp. También fue agradable compartir las noches con Pep y Ana, cuando él volvía de la universidad donde estaba haciendo un doctorado en lingüística y ella de unos cursos para ser profesora de yoga. Pep y Ana nos explicaron su experiencia de un año en Estados Unidos y las pequeñas diferencias que había con Europa, por ejemplo las largas distancias que debían recorrer para ir a comprar, al gimnasio, a la universidad, o a cualquier lugar. Con tan sólo dos semanas nosotros también habíamos detectado muchas pequeñas diferencias en las culturas, pero ninguna de sustancial. Me daba la impresión de que los Estados Unidos y Europa se podían comparar culturalmente a dos hermanos gemelos que habían estado separados y aislados durante mucho tiempo: la base de su cultura y educación era la misma, pero los detalles como la manifiestan podían ser muy diferentes. Por ejemplo, en Estados Unidos se puede conducir a partir de los 16 años (18 en Europa), no se puede comprar alcohol hasta los 21 años (18 en Europa), en casi todos los Estados está completamente prohibida la prostitución (alegal en Europa), la gran mayoría de coches funciona con cambio de marcha automático (me está gustando bastante este nuevo sistema de conducción), las compañías de teléfono cobran por recibir llamadas y sms al móvil (en España esto sería inimaginable). Todas estas habían sido pequeñas diferencias que habíamos detectado en sólo 14 días, pero de seguro había muchas más que descubriríamos a lo largo del viaje, pero ninguna que confrontara los recientes orígenes comunes de ambas culturas. Después de pasar dos semanas en dos grandes metrópolis de la costa oeste de Estados Unidos, las siguientes dos o tres semanas las queríamos pasar visitando Parques Naturales de California, Arizona y Utah. Por este motivo situamos la céntrica ciudad de las Vegas como `campo base` de nuestras exploraciones. Seguramente hicimos bien hecho, porque después de estar dos días conduciendo con temperaturas cercanas y superiores a los 40ºC (en la costa nunca superábamos los 30ºC) necesitábamos una noche y mañana para recargar las pilas, incluyendo las de nuestros ordenadores y cámaras de fotos . Sin embargo, los Parques Naturales que visitamos por el camino se merecieron con creces nuestro sofoco. Saliendo de San Diego, cruzamos el Cuyamaca Rancho State Park, una zona montañosa que parecía haber quemado años atrás, aunque conservaba bastante atractivo. A continuación cruzamos el árido desierto de Anza Borrego, el cual estaba habitado en algunas partes por pequeños pueblos y casas móviles que parecían instaladas desde hacía años. Nos fascinó que hubiera gente viviendo en aquel horno, aunque las condiciones con las que parecían vivir eran mucho mejores a las de los habitantes del África Subsahariana. Los africanos vivían una situación realmente desesperada, porque tenían que subsistir con los recursos proporcionados por el desierto, a diferencia de aquellos americanos que, refrescados con el aire acondicionado, lo deberían importar todo, incluyendo el agua, de las ciudades. Hacia el final de la tarde entramos en el Parque Nacional de Joshua Tree y acampamos en un aparcamiento delante de unas frondosas palmeras que siglos atrás habían habitado indígenas y más tarde buscadores de oro. Al día siguiente, apenas despertados a la salida del sol, hicimos una caminata de una hora y media por el desierto detrás del palmeral, siguiendo un camino entre la arena, rocas y plantas de desierto hasta una mina de oro abandonada, la cual estaba excavada en la roca firme. Al volver nos detuvimos en el centro de Información del parque, donde pagamos 80 dólares entre los dos por una tarjeta que nos permitiría entrar durante un año a todos los parques naturales de Estados Unidos sin pagar nada más. Y finalmente, enfilando la carretera del parque, encontraremos el primer árbol de Joshua, con ramas sin dirección prefijada y acabadas con un manojo de hojas puntiagudas. Pensábamos que sería el único árbol Joshua del parque y por poco Alexandra me convence de parar para fotografiar aquel solitario ejemplar, pero a los pocos kilómetros empezamos a encontrar más, tantos que en algunas zonas los árboles de Joshua prácticamente formaban un bosque. Pero el espectáculo visual no acabó aquí, pues el parque también nos tenía reservadas grandes extensiones de cactus, interesantes colinas rocosas, embalses de agua naturales, picos con grandes vistas,... Me hubiera quedado todo el día recorriendo a pie y en coche los diferentes caminos y carreteritas del parque, pero teníamos que llegar a las Vegas antes de oscurecer y a media tarde nos fuimos. De camino a Las Vegas nos sorprendió encontrarnos un gran salar y, en la histórica carretera 66, un árbol reseco y tumbado lleno de zapatos colgando de sus ramas. Comenté esta imagen a Justin, el magnífico anfitrión que nos alojó aquella noche, y me dijo que ese árbol era famoso y que era llamado el shoes tree (El árbol de los zapatos), pero al buscar información en internet nos encontramos que había muchos otros shoes tree en todo el mundo, una afición muy curiosa de la gente. Justin nos contó la historia de Las Vegas, una gran ciudad situada en medio del desierto, pero también en un lugar donde desde siempre había habido agua, donde antiguamente ya había estado habitado por nativos o indios. Desde la llegada de los colonizadores, Las Vegas se convirtió en un obligado punto de parada de las caravanas que iban del Este a Oeste. Pero la importancia de la ciudad creció a partir de 1930, cuando la construcción de la cercana presa de Hobbes trajó a muchos trabajadores, a los que se incentivó con bajos impuestos y apuestas legales. Y la última gran transformación se inició en 1950, cuando el gánster Bugsy Malone construyó un casino de lujo en la ciudad, una apuesta que todo el mundo consideraba perdedora, pero que acabó triunfando. Fue así que la ciudad se fue convirtiendo en el centro de las apuestas, el espectáculo y la diversión en general de todo Estados Unidos. Le pregunté a Justin si su adolescencia había sido especial por haber crecido en Las Vegas y me contestó que no demasiado, pero que estaba demasiado acostumbrado a que nada cerrara los fines de semana o por las noches y que en las Vegas podías ir a comer o a comprar a cualquier hora. Luego añadió que le costaba acostumbrarse a aceptar que en otras ciudades los bares cerraran a una hora prefijada, aunque tú aún tuvieras sed y dinero en el bolsillo. Hablando sobre viajes, Justin comentó que los americanos son en general muy inocentes y que fácilmente pueden generar malentendidos culturales, porque están acostumbrados a viajar por su país, grande pero sin cambios culturales significativos, a diferencia del resto del mundo, que es muy diverso y con múltiples fronteras cada pocos kilómetros. Finalmente, Justin mencionó que los Estados Unidos no tienen la historia de Europa y que lo más interesante a visitar son los parques naturales y no las ciudades, las cuales no tienen el atractivo de Europa. Fue así, según teníamos planeado y aconsejados por Justin que la siguiente semana la pasamos conociendo algunos de los interesantes Parques Naturales de Utah y Arizona. Y realmente, qué razón tenía Justin, los Parques visitados nos fascinaron. Visitamos numerosos lugares, durmiendo en la carretera, duchándonos con botellas de agua escondidos en los bosques, pasando calor a ratos (finalmente nos vimos obligados a poner gas al aire acondicionado de la Chevy van comprada), otros ratos disfrutando de las frescas temperaturas de los parques elevados, ... Fue una intensa semana, pero yo la habría alargado mucho más, visitando lugares secundarios que quedaron apuntados en el papel o visitando puntos más remotos de los Parques Naturales, en coche o a pie. Pero a Alexandra le costó acostumbrarse al calor o a las incomodidades de dormir en el coche, comer alimentos no cocinados o ducharnos con botellas de agua, y me estuvo presionando para marcharnos más rápido. Por otro lado, y no me quería perder las celebraciones del tradicional 4 de julio en alguna ciudad importante, como las Vegas. Así pues, el sábado 3 por la noche, después de haber disfrutado visualmente de algunos de los lugares más fantásticos de la tierra, volvimos a hacer camino hacia Las Vegas donde teníamos intención de volver a recargar las pilas para las próximas visitas. Nos sorprendieron las templadas temperaturas de este parque natural, que en medio del desierto se elevaba sobre un macizo rocoso, formando paisajes que nos podían recordar a Suiza. Bryce Canyon National Park (ver en mapa) 29/06/2010: Uno de los parques naturales que más nos fascinó, sobre todo la caminata que hice por debajo de las agujas rocosas que poblaban como un bosque el cañón. Grand Canyon National Park, North Rim (ver en mapa) 30/06/2010: Visitando estas fantásticas vistas me pregunté cuál podía ser la causa evolutiva biológica o cultural que había provocado en los humanos tal fascinación por las grandes obras o monumentos de la naturaleza. Coyote Buttes, the wave (ver en mapa) 02/07/2010: Definitivamente uno de los lugares más fascinantes visitados. Una pequeña joya oculta entre montañas rojizas que nos transportó a un sueño psicotrópico geológico. Un auténtico paraíso para los fotógrafos. Grand Canyon National Park, South Rim (ver en mapa) 03/07/2010: Ya cansados de tanta visita, el South Rim del Gran Cañón nos sorprendió menos que el north Rim, sobre todo porque aquel día era sábado y había tanta gente que no pudimos coger ninguno de los autobuses públicos hacia las zonas más aisladas del parque. Las Vegas, NV (ver en mapa) 08/07/2010: Volvimos de los parques naturales con ganas de relajarnos y descansar, y eso es lo que pudimos hacer en casa de Justin, donde pudimos conocer por unas horas a su simpática esposa Heather. Justin nos volvió a tratar de maravilla, dejándonos estar en su casa editando las fotos y escribiendo el diario de la última semana en los parques. Pero, a la tarde del segundo día, el cuatro de julio, salimos a celebrar la popular fiesta de la independencia que conmemoraba la constitución de los Estados Unidos en 1776. Primero fuimos a cenar, todavía bajo la luz del sol, a casa los padres de Justin, los cuales nos recibieron con los brazos abiertos. Mientras comíamos deliciosas hamburgesa y `hot dogs`, el padre de Justin se mostró extremadamente alegre al poder escuchar alguna de nuestras anécdotas del viaje, al tiempo que nos mostraba su fascinación por Hugo Chavez y Fidel Castro. Al marchar sin embargo, me sorprendió que la familia compaginara el fervor por el comunismo con la adoración de iconos católicas, las cuales adornaban el jardín. A continuación, Justin nos condujo hacia el centro de las Vegas, donde se encuentra el Strip o el Boulevard de Las Vegas, rodeado de los hoteles con casino más extravagantes que haya visto nunca: Hotel Casino Luxor con una gran pirámide negra y una esfinge entrada; Hotel Casino New York, con una reproducción de la ciudad del este, incluyendo la estatua de la libertad y el puente de Brocking; Hotel Casino Paris, con una alta reproducción de la torre Eiffel; Hotel Casino Venice reproduciendo los canales y los edificios más característicos de la plaza de San Marcos, y así decenas más que podría seguir describiendo aquí. También nos sorprendió la multitud de gente que estaban esperando en las aceras que iniciaran los famosos fuegos artificiales de la noche del cuatro de Julio, los cuales se iniciaron con nosotros todavía en el coche pues todos los aparcamientos estaban llenos. Por suerte, los cohetes despegaron justo delante de nosotros, detrás del Hotel Casino Ceasars Palace, donde habíamos quedado retenidos en el tráfico. El espectáculo parecía que no superaría las expectativas, pero poco a poco fue incrementando el nivel de espectacularidad de las luces que estallaba en el cielo hasta que la traca final logró arrancar numerosos silbidos y aplausos por parte del público. Sin bajar del coche, a continuación nos dirigimos hacia la calle Fremont que alberga los casinos más antiguos de la ciudad. Aunque tuviera menos glamour que la parte sur del Strip, fue interesante pasear por esta calle histórico lleno de casinos medio decadentes donde jugaban mayoritariamente personas locales. Sin embargo, la calle se resistía a caer en desgracia y en varias esquinas los casinos habían instalado escenarios donde tocaban algunos grupos de música que sonaban bastante bien y reunían bastantes espectadores. Antes de llegar a Las Vegas había creído que las visitas a los parques naturales no nos ocuparían tantos días y habíamos anunciado a Justin que marcharíamos después del 4 de Julio. Desgraciadamente, una vez llegados no pudimos alargar más nuestra estancia, puesto que Justin había aceptado con antelación alojar a otras chicas de Couchsurfing. Por suerte, nuestro amigo Jordan de Hollywood hacía tiempo que había hablado sobre nosotros a sus padres que vivían en Las Vegas y estos estaban encantados a alojarnos. Ayudándonos del indispensable GPS llegamos a un lujoso barrio vigilado y luego a la casa de Steve y Ana, que nos acogieron de maravilla en su mansión de estilo inglés: sobre-decorada con pequeños objetos y llena de plantas que crecían salvajemente en el jardín y en el portal. Aquella noche, Steve y Ana nos llevaron a comer a un restaurante, mientras hablábamos de su hijo Jordan, quien ya les había anunciado que en breve iniciaría su vida de viajero. También se interesaron por nuestro viaje, con un poco de envidia, pues ellos dos siempre habían soñado en viajar más, aunque de jóvenes se hubieran conocido en la República Centro Africana, donde el padre de Steve había llegado para manejar un rancho y el padre de Ann para hacer una prospección de minerales. Durante la cena y los siguientes días, Steve también nos contó sobre la vida en Las Vegas, una ciudad sin racismo o exclusión social (en Justin también nos había comentado algo similar) pues para construir la presa de Hoover y posteriormente la ciudad todo el mundo y era bien venido. De esta manera las comunidades no se aislaron y nunca han existido las separaciones entre comunidades con un barrio judío, una pequeña Italia, un `China town `,... aunque a juzgar por algún comentario de Steve, quizá había una excepción y la población afroamericana no había sido bienvenida del todo. En otras conversaciones, Steve también nos hizo partícipes de la locura que rodea el mundo de las apuestas en Las Vegas, explicándonos por ejemplo un caso que le había contado Wynn, el dueño del casino Tresaure Island a quien Steve estaba construyendo la casa. En 1995 entró en su casino un vagabundo con sus 400 dólares de la paga de la seguridad social y empezó a apostar al black jack, empezando a ganar enseguida a pesar de no utilizar ninguna estrategia convencional. Al poco empezó a incrementar sus apuestas y así toda una semana, al final de la cual tenía unas ganancias de 1.6 millones de dólares. Pero durante toda la semana, Wynn mantuvo el vagabundo al hotel, invitándoles a las mejores habitaciones, desplazamientos en limusina, deliciosos buffets, bebidas, ... con la única intención de mantenerlo jugando, algo que al final resultó beneficioso para el casino, pues el vagabundo acabó perdiendo casi todos los beneficios los siguientes días, quedándose sin embargo con 40.000 dólares en el bolsillo. Explicándome más historias de casinos, Steve también me contó el caso de Terrance Watanabe, el mayor perdedor de Las Vegas, quien en el transcurso del año 2007 año perdió 112 millones de dólares en Las Vegas, quedando a deber 14.7 millones de dólares a los casinos. Naturalmente los casinos habían demandado a Terrance por la deuda contraída con ellos, pero el hombre había contraatacado denunciando a los casinos por haberlo emborrachado y haberle suministrado pastillas contra el dolor para mantenerlo jugando continuamente. Y como esta, Steve explicó muchas otras historias que me convencieron de la estupidez de jugar el dinero en los casinos, como la de Bergstrom, quien hizo una de las apuestas más altas de la historia en 1980 en las Vegas, apostando 777,000 dólares en una sola tirada. Afortunadamente, aquel día Bergstrom ganó, pero no el siguiente, cuando volvió apostando 1 millón de dólares en otra única tirada, que perdió. Pero su apuesta más elevada fue poco tiempo más tarde, cuando se jugó su propia vida a la ruleta rusa, la cual acabó perdiendo. A pesar de todas las historias contadas, Steve me contó que los que han crecido en Las Vegas normalmente no juegan en los casinos, porque ya saben que los casinos siempre tienen las de ganar, y que básicamente los que apuestan son los turistas, pero también muchos jubilados americanos que se retiran a Las Vegas para vivir el resto de su vida enchufados a una máquina tragaperras. Ya habíamos ido al centro de Las Vegas con Justin, pero otra tarde conseguí arrancar a Alexandra de la confortable casa de Steve y Ana y nos volvimos a dirigir para disfrutar de las numerosas atracciones gratuitas con las que los casinos esperan atraer clientes: un gran acuario en el centro del hotel casino Silverton, la colección más grande de coches antiguos puestos a la venta en el hotel casino Imperial Palace, un volcán que explota ocasionalmente ante el hotel casino Mirage, unos piratas y sirenas que luchan frente al hotel casino Tresaure Island o unas fuentes que se elevan iluminando el hotel casino Bellagio. De todos modos, poco pudimos ver, porque después de cuatro horas descubriendo una mínima parte de los casinos Alexandra ya estaba agotada y me imploró de marcharnos. Habíamos estado paseando un buen rato por el hotel casino Paris, cuyo interior estaba decorado con casas, tiendas y restaurantes de estética parisina bajo un cielo pintado de azul en el techo. Fue en este casino donde vimos un hombre que ganó en dos jugadas $ 3000, mientras hacía el alardeaba con los demás jugadores de la mesa que él era una persona de riesgos extremos, pero en las siguientes dos jugadas perdió 4.000 dólares, desapareciendo de la mesa en un abrir y cerrar de ojos y sin dejar rastro. Vimos otras historias similares en otros casinos visitados, además de observar por las calles a gente muy rara pidiendo caridad, muchos de ellos con carteles del tipo `No miento, necesito dinero para emborracharme`, como si fuera la única manera de ganarse la simpatía de sus compatriotas o de los turistas. Naturalmente Alexandra me pidió que confiara en su suerte y se jugó 20 dólares que perdió al instante, incluso con menos suerte que los 10 dólares que aposté y perdí la noche que salimos con Justin. Aquella noche, en el primer lanzamiento de la ruleta gané 5 dólares, pero en las siguientes tres tiradas lo perdí todo, dejándome un sentimiento de frustración y de necesidad de seguir apostando para recuperar los 10 dólares perdidos. Por suerte no nos dejamos engañar y no fuimos nosotros los que seguimos engordando las arcas de Las Vegas. Fuimos hacia el parque nacional de Dead Valley (valle de la muerte) a las 9 de la mañana, después de que Ana nos proviniera con buena parte de los alimentos de su nevera, la cual estaba cargada a reventar y -según decía- si no nos los llevábamos se lastimarían. Llegamos a la cima de una colina que dominaba el valle infernal (Dante`s view) cercanos al medio día y me alegré de que soplaran vientos de la costa que arrastraban algunas nubes. Aunque hubiéramos puesto gas al aire acondicionado hacía una semana, éste se había evaporado y volvíamos a ir con las ventanas abiertas. Sabía que las temperaturas abajo en el valle (a 86m bajo el nivel del mar) podían ser terríficas y confiaba en que las nubes que a ratos tapaban el sol las apaciguan. No sé a qué temperaturas hubiéramos llegado sin las nubes, pero mientras bajábamos hacia el infierno el termómetro fue subiendo hasta estabilizarse a los 50 º C (122 º F), con algunas puntas de 51 º C. Realmente el calor era insoportable, aunque yo me hincó la voluntad e hice alguna caminata por encima del mar de sal y alargamos el trayecto conduciendo hasta el campo de golf del diablo y hasta la paleta del artista. Alexandra me quería matar, pero ella murió primero: perdió las energías tan rápido que casi dejó de protestar, yo siempre respondiéndole que si me hubiera hecho caso nos habríamos marchado a las seis de la mañana y que habríamos encontrado mucho menos calor. Para visitar el norte del valle, decidimos subir a las montañas, donde los 37 º C resultaban reconfortantes, y después de comer algo y refrescarnos con hielo y agua fresca volvimos a bajar para visitar el llamado castillo escocés, el cual ya estaba cerrado. En norte del valle estaba más elevado y el sol se estaba poniendo, pero las temperaturas todavía eran agotadoras. Sin embargo visitamos el espectacular cráter de un volcán de vapor de agua que había explotado hacía unos 300, y luego nos dirigimos hacia el sur con la intención de buscar un punto elevado donde pudiéramos dormir sin pasar calor. Sorprendentemente, abajo en el valle las temperaturas se volvieron a elevarse hasta los 47 º C, a pesar de conducir en negra noche, cuando sacaba la mano por la ventana el aire quemaba. Realmente aquel lugar era un infierno. Al oeste del parque empezamos a subir una carreterita hasta llegar a una altura cercana a los 2000 metros donde la temperatura se situó a los 27 º C y finalmente nos pudimos relajar y dormir. Al día siguiente, aprovechando que no habíamos salido del parque, conducimos un sendero que llevaba hasta otra interesante vista del valle (imaginábamos a la gente que gritaban de agonía abajo), hasta una casa y mina de oro abandonada y hasta unos grandes hornos situados en línea donde hacían carbón necesario para las minas. A continuación bajamos por el otro lado de la montaña, saliendo del parque nacional, donde en el siguiente valle las temperaturas volvieron a aumentar hasta los 43 º C. Esta vez, Alexandra no perdió del todo las energías y me estuvo chillando un buen rato que no quería estar más en calor y no calló hasta que le mostré el mapa y el itinerario que nos tenía que llevar, después de cruzar algunas llanuras, hasta las montañas de Sierra Nevada. Aprovechando que teníamos que bajar a la llanura Californiana para poder subir de nuevo hacia los parques naturales de Sierra Nevada, paramos en bar Cowboys y motoristas de un pequeño pueblo para ver la final del mundial de fútbol. Fue una victoria trabajada de los españoles y catalanes y al final lo celebramos en un Macdonals (el presupuesto no daba para mucho más). A continuación paramos a comprar comida y también un transmisor FM para la iPod de Alexandra, pues los dos estábamos cansados de escuchar algunas radios de Estados Unidos, que cada dos por tres te sorprendian con un mensaje religioso o una canción dedicada a Jesús. Finalmente, después de conectarnos gratuitamente a Internet en una biblioteca, las el GPS marca, nos dirigimos hacia el Parque Nacional de las secuoyas gigantes. Habiendo ascendido una larga y tortuosa carretera, aquella tarde pudimos contemplar las vistas de las montañas y bosques desde la roca Moro y a continuación un bonito claro en el bosque, observando por el camino hasta 8 osos. Al llegar la noche, Alexandra se puso paranoica con los osos observados y se cagaba de miedo si tenía que salir a hacer un río por la noche, comentando cada dos por tres que en Rumanía los osos mataban a no sé cuánta gente cada año, o cada hora. Afortunadamente nos despertamos vivos al día siguiente y después de desayunar pudimos hacer unas interesantes caminatas por el parque natural y el próximo King Canyon, rodeados por Secuoyas centenarias y algunas cuantas de milenarias. Las más impresionantes y enormes habían sido bautizadas, como el gigante General Sherman, el árbol con el tronco más voluminoso y pensado del mundo, con 1.487 metros cúbicos y 1,385 toneladas de peso, el cual era superado en diámetro por el árbol General Grand, visitado por la noche, con 33 metros de circunferencia o 12 metros de diámetros. Aunque los dos árboles midiesen unos 80 metros de altura, eran superados por otras secuoyas que pueden llegar hasta los 115 metros (resultando los árboles más altos del mundo), tampoco poseían el record de longevidad, pues aunque tuvieran 2200 y 1700 años respectivamente, hay otras secuoyas que han llegado a los 3.500 años, de seguro con un montón de historias a contar. Para dirigirnos al siguiente parque natural, tuvimos que volver a bajar a las calurosas llanuras, pasando por Fresno, desde donde empezamos a ascender de nuevo hasta el bonito Parque Nacional de Yosemite, a unos 3.000 metros. Aparte de poder disfrutar de las frescas temperaturas también nos deleitamos con las vistas de las montañas rocosas, cascadas y picos nevados. Desgraciadamente, aparte de contemplar las vistas, Alexandra también leyó un cartel que informaba que los osos podían romper los vidrios de los coches y entrar si olían comida, y se volvió paranoica sin poder dormir toda la noche, levantándose a cada dos por tres gritando que a fuera había el oso. Por otro lado, también estábamos acampando ilegalmente y temía que los rangers nos despertaran por la noche para comunicarnos que teníamos que salir del parque para continuar el sueño. Pero ninguna de las dos cosas pasó. Al día siguiente Alexandra se quedó en el coche descansando la noche no dormida mientras yo hacía una magnífica caminata de 3 horas hasta el pie de la cascada Yosemite, la más alta de Norte América con 739 metros de desnivel, y por la tarde caminaba tres horas más para maravillarme con las cascadas de Vernal y Nevada. Mientras caminaba, de nuevo me volví a preguntar cuál era la causa o motivo oculto que impulsaba a los humanos a realizar grandes esfuerzos para ver espectáculos naturales fascinantes y gratificantes sólo a nivel emocional. |
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