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Thailand



Chiang Mai (ver en mapa)

18/04/2009:
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El fin de año Tailandés o el Songkran ha sido muy divertido, pero también bastante agotador. Estas festividades coinciden con los meses más calurosos de Tailandia (el sol se encuentra vertical al mediodía) y desde tiempo antiguos, se celebran refrescando a las personas amadas con agua y a las estatuas de budas con agua perfumada. Pero actualmente, sobre todo en Chiang Mai, el Songkran ha degenerado en amistosas batallas campales para mojar equipos contrarios o en indiscriminados ataques a cualquier persona que tenga la ropa ligeramente seca. Así pues, si sales dispuesto a quedar completamente empapado, la celebración del Songkran resulta muy divertida.
Las celebraciones empezaban en teoría el lunes, pero el domingo por la mañana ya empezó el desenfreno. Salimos dispuestos a mojarnos un poco, yo cargando la pequeña mochila con la protección de lluvia y la cámara parcialmente tapada con una bolsa de plástico. Tal como nos esperábamos, Alexandra fue la primera a ser rociada: porque era mujer y porque no carga ningún objeto de valor. Enseguida Alexandra compró un pequeño cubo de agua y se añadió a un pequeño grupo de turistas y gente local que tiraban agua con cubos y pistolas a las motos y a los triciclos que pasaban y a todo-terreno descubiertos que cargaban ejercidos de jóvenes dispuestos a mojar y a ser mojado. Mientras tanto yo fui haciendo fotos, mojándome parcialmente, hasta que inevitablemente alguien con mala puntería echó un cubo de agua sobre mi cámara. Para evitar problemas, le saqué la batería y la sequé un poco. Después dejé a la cámara envuelta en una bolsa y mientras Alexandra la vigilaba y descansaba, yo me junté con un grupo de extranjeros que habían comprado un gran bloque de hielo para enfriar el agua a tirar sobre los rivales. En realidad, una vez quedé bien empapado, era agradable que te tiraran agua, pues el agua acostumbraba a estar más caliente que el ambiente. En cambio, cuando te tiraban agua fría o helada, la experiencia era del todo desagradable, de la misma manera que lo era cuando te tiraban agua con fuerza contra los ojos, la boca o las orejas. Pero eso era parte de la gracia, y no dejaba de ser divertido hacer lo mismo: tirando agua congelada contra otros grupos, contra motociclistas y sobre todo, contra los pasajeros de los taxi-buses que se resguardaban en el fondo, con la intención de pasar desapercibidos.
Al cabo de unas pocas horas, los dos volvimos al hotel, cansados de estar empapados y un poco enfriados. De todas maneras, al día siguiente, una vez el sol empezó a calentar con fuerza, fue más que placentero volver a añadirse a la fiesta, esta vez sin cámara. La lástima fue la imposibilidad de fotografiar a una larga comparsa de estatuas de budas y fieles de diferentes templos que transitaban solemnemente por una calle principal de Chiang Mai mientras eran rociados respetuosamente por los espectadores con agua perfumada. Al siguiente día descansé, saliendo a visitar algunos templos de la ciudad. Pero al cuarto día volví a añadirme a la fiesta, esta vez juntándome con un grupo que cogía el agua marronácea del canal y la tiraba a los transeúntes o a los de los bar de delante, quiénes contraatacaban con pistolas de alta presión y agua congelada.
Y al quinto día hubo calma. Aun así, al salir a pasear me tuve que remojar yo mismo en un grifo porque el calor era insoportable. Chiang Mai es una ciudad interesante, con demasiados turistas pero interesante. La ciudad antigua, con diversos templos de unos 700 años de antigüedad, está rodeada por un gran canal cuadrado que la defendía de los ataques burmeses. La mayoría de estos templos eran bastante visitados por los Tailandeses en motivo del Songkran, los cuales pintaban los budas de metal con pequeñas placas doradas, colgaban billetes de 20 bats (0,4euros) por los templos, escribían deseos que dejaban clavados en una flor, colgaban trapos de colores y plegarías ... De todas maneras, lo que más me sorprendió de los templos (y que por otro lado ya había observado en otros templos de Tailandia) fue la veneración de monjes budistas de cera. Enfilados en un pedestal o detrás de una vitrina, y delante de algunas fotos del monje aun en vida, casi cada templo tenía un monje viejo de cera de medida real y meditando con gran realismo.
Chiang Mai también nos sorprendió con algunos otros aspectos. En dos puntos diferentes vimos una parada donde vendían insectos fritos de todo tipo: algunos similares a gusanos, otros similares a moscas e incluso, unos de medida enorme, de cuatro o cinco centímetros de largo. Por otro lado, la gran presencia de turistas en Chiang Mai nos hizo darnos cuenta de algo comentado en los medios de comunicación, el turismo sexual en Tailandia: muchas chicas jóvenes acompañaban hombres de edad media y muchos bares tenían signos evidentes de ser foco de prostitución.
Hablé con Ken un inglés que vive de hace muchos años en Tailandia, dirigiendo el hotel donde estábamos acomodados. Ken me comentó un poco indignado que la gente estuviera celebrando el Songkran con tanta pasión, mientras en Bangkok se producían unas manifestaciones muy importantes: los camisetas rojas que querían hacer caer al presidente actual, al cual acusan de querer hacer cambiar la constitución para dar más poderes al rey y a los militares. Desgraciadamente (según Ken), la manifestación se deshizo al cabo de diversos días, después de que el ejército interviniera y de que murieran dos manifestantes. Ken no se mostraba demasiado optimista, opinando que el rey actual (del cual hay pancartas, fotos y calendarios por todas partes) es bastante intervencionista. Más tarde, mirando algunas de estas fotos, pensé que este rey parecía un hombre un poco atontado y sin demasiada energía, un hombre que seguramente no habría dominado nada su entorno si no hubiera nacido con sangre azul, y mucho menos habría conseguido amasar la fortuna que posee, pues según la revista forbes, el rey de Thailandia es el miembro de la realeza más río del mundo.
Ayer - haciendo caso a una sugestión del Ken - alquilamos una moto por 1,6 euros (más 1,4euros de gasolina) para visitar diferentes puntos de la ciudad. Fue divertido, pero también agotador, pues hacía casi veinte años que yo no conducía una moto y Alexandra no paraba de moverse detrás asustada e histérica. Por otro lado, habríamos ahorrado más tomando transportes públicos, pero no demasiado. Visitamos el bonito templo de Doi Suthep, enfilado en una montaña donde la leyenda dice que murió un elefante blanco que cargaba las veneradas reliquias de un Buda. Por la tarde, nos dirigimos a Bo Sang, un pueblo próximo famoso por manufacturar paraguas de papel, pero en el pueblo sólo había tiendas de suvenires y yo me quedé descansando en un bar, mientras Alexandra hacía sus investigaciones y compras.





Laos

Luang Prabang (ver en mapa)

21/04/2009:
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Después de una semana de desenfreno y de relax en Chiang Mai, tomamos un autobús dirección Norte, hacia la frontera de Laos, cruzando algunas carenas montañosas cubiertas de vegetación tropical o selva, y atravesando algunas llanuras recortadas en innumerables parcelas preparadas para ser cultivadas con arroz. Según he leído, Tailandia es el primer exportador mundial de arroz (6,5 millones de toneladas anuales), con el 55% de su area cultivable dedicada a este cultivo. Más rápidamente de lo que pensábamos, al mediodía llegamos a Chiang Kong, a la orilla del río Mekong, que en esta región actúa de frontera entre Tailandia y Laos. Después de conversar con unos viajeros que hacía unas semanas estaban atrapados psicológicamente en Chiang Kong (un pueblo que no me pareció que tuviera demasiado atractivo), pasamos los trámites de inmigración de Tailandia y cruzamos el Mekong con una barcaza hasta el pueblo de delante, Huay Xai, dónde se encontraba la inmigración de Laos. En la inmigración pagamos los 35 dólares necesarios para cada visa y a continuación buscamos un hotel, que finalmente encontramos a un precio similar a los de Tailandia. De todas maneras, lo que no era equiparable era el precio de la comida, que en algunos productos parecía ser el doble de caro que en Tailandia. Por una parte, quizás era lógico, pues absolutamente todos los productos empaquetados eran importados del país vecino. Pero lo que no me parecía tanto lógico era el precio de los productos locales. Aun así, después de mucho observar que la gente local también pagaba los precios que nos pedían (y que no nos engañaban), nos convencimos de que el coste de la vida era más elevado en Laos y que en este país nos sería más difícil ajustarnos al presupuesto de 5euros/día por persona.
También el transporte parecía mucho más caro que en Tailandia, como mínimo para el viaje de dos días con barcaza para llegar a Luang Prabang (20€/persona) (el autobús era totalmente desaconsejable por el mal estado de las carreteras). De todas maneras, los precios serían más normales si no fuéramos extranjeros, pues a los turistas les aplicaban automáticamente el doble de precio que a los locales. Compramos el ticket por la misma noche, y al día siguiente embarcamos en la gran canoa, junto con otros 70 turistas. Hacía mucho tiempo que no veía tantos occidentales juntos en un mismo espacio y no dejaba de ser una sorpresa, en cierta manera agradable, pues nos permitió conversar con muchos otros viajeros, la mayoría en vacaciones de cuatro semanas y con presupuestos mucho más elevados que el nuestro (por ejemplo no se privaban de beberse diversas cervezas al día que valían 2 euros cada una). En la barcaza también conversé un rato con un Tailandés profesor de inglés, que estaba dedicando unos días de vacaciones para conocer Laos, según él (y mirando de reojo al conductor de la barcaza) para descubrir cómo era Tailandia 30 años atrás, antes del bum económico. A continuación, este mismo profesor Tailandès, me explicó la difícil situación política de Tailandia, con uno ejercido poseyendo un gran poder e interviniendo en las decisiones gubernamentales.
A media tarde del primer día de viaje por el río Mekong, llegamos al pueblo de Pakbeng, un pueblo perdido en medio de la selva y dominando el río Mekong, lleno de restaurantes y de hoteles para alojar a las decenas de turistas que cada día se ven obligados a pasar la noche en su trayecto de Huay Xai hacía Luamg Prabang. De todas maneras, había bastante competencia y todavía encontramos un hotel económico. Por otro lado, el día siguiente bien temprano por la mañana (hoy), he descubierto un pequeño mercado donde me he podido hacer una idea de cómo debería ser el ambiente del pueblo antes de la llegada del turismo. Incluso, en este mercado había una mujer que todavía no se había corrompido y que vendía sus productos a los precios de la selva, a quien he comprando una gran papaya de unos tres kilos por sólo un euro.
En la segunda etapa del viaje, nos han cargado en otra barcaza más pequeña e igual de incómoda que la primera, acomodados en unos estrechos bancos de madera que te dejaban el culo cuadrado, a pesar de las almohadas que había. Aun así, las conversaciones con los otros viajeros han continuado distrayéndonos, además de seguir maravillándonos con el paisaje (bonito pero también monótono) del ancho río Mekong transcurriendo por encima un lecho rocoso y por debajo de un pequeño valle cubierto de vegetación y algunas casas ocasionalmente. Algunas pocas veces, la emoción del trayecto aumentaba, cuando el río se crispaba ligeramente en medio de remolinos, aunque la barcaza siempre se mantenía muy estable. Por otro lado, igual que al primer día, también me he aislado un buen rato, mostrando mi segunda personalidad de autista, y me he tendido entre dos bancos con el ordenador abierto sobre el regazo para seguir escribiendo mi novela, que lentamente avanza hacia el final.



24/04/2009:
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Laos,+Chiang+Mai,+monks+taking+food+in+the+morning Laos,+night+market     


Laos, antes de ser bombardeada masivamente por los Estados Unidos y de caer definitivamente en manos de los comunistas, había sido una colonia francesa, y en Luang Prabang resulta evidente con su arquitectura europea y las baguettes que se venden por las tranquilas calles. Realmente, Luang Prabang es un pueblo que enamora, a pesar de los centenares de turistas que deambulaban por nuestro lado compartiendo los mismos sentimientos y a pesar del floreciente negocio de hoteles, restaurantes, agencias de viajes, cafés de Internet y paraditas de calle. Por suerte, muchos turistas se encierran en los bares a beber cerveza o contratan excursiones a unas cuevas y cascadas próximas y todavía hemos podido pasear con relativa tranquilidad por Luang Prabang.
Del siglo XIV al XVI, Luang Prabang fue la capital del Reino del Millón de Elefantes (Lan Xang), convirtiéndose posteriormente en el principal centro religioso del reino. Prueba de eso son la multitud de templos budistas que se esparcen por el pueblo, algunos de los cuales visité (los que no eran de pago), con una arquitectura y decoración más simple que los templos Tailandeses, pero con algunos relieves y pinturas interesantes en las entradas. En uno de estos templos, descansando bajo la sombra de un árbol florido encontré a un joven que estudiaba inglés ayudándose de un diccionario. Enseguida estableció conversación conmigo, explicándome que para muchos jóvenes, entrar en un monasterio budista era la mejor manera de estudiar, por las facilidades económicas y por las pocas distracciones que tenían. En cualquier caso, según me explicó, muchos monjes abandonan los hábitos una vez terminados los estudios, aunque siempre conserven la serenidad espiritual gracias a las innumerables horas de meditación realizadas.
Fue este joven monje encontrado en el templo quien me informó sobre una interesante atracción en Luang Prabang, aunque a penas había turistas porque sucedía a las 6 de la madrugada. A mí también me costó despertarme, pero valió la pena. Antes de salir el sol (y después de algunas horas de meditación) los monjes de todos los templos salen en fila india andando en silencio por las calles. La gente del pueblo los espera sentados en las aceras y provistos de ollas de comida (en general arroz), el cual van repartiendo solemnemente dentro de los recipientes que llevan a los monjes que pasan por delante suyo. La ceremonia es rápida pero cautivadora. La gente, parece venerar a los monjes como si fueran santos, sin tocarlos en ningún momento, mientras éstos andan a pasos largos y en estado meditativo.
Fue bien despertarme temprano porque después de la ceremonia, tropecé con un mercado tradicional que sólo montaban por la mañana (a la noche montaban otro mercado exclusivamente para turistas, con muchas paraditas con artesanía exquisita). Este mercado tradicional fue impresionante por la variedad de productos inimaginables que se podían vender, aparte de los vegetales: amuletos, larvas e insectos, lagartos, polluelos desplomados, serpientes ... De todas maneras, el animal más extraordinario que vi que se venía fue fuera del mercado: dos peces de río enormes, parecidos a unas carpas, que pesaban 30 kilos cada uno.
Por otro lado, el anterior viaje de dos días por el Mekong y la gran presencia de turistas en Luang Prabang, no permitió conocer a unos españoles que viajaban por poco tiempo y un argentino muy simpático a quien nos comprometimos de visitar cuando viajaramos por su tierra. Fue una buena ocasión para compartir unas cervezas con ellos, una bebida que no probábamos desde hacía algunos meses. Por otro lado parecía imposible evitar este refresco debido al calor que hace y debido a las decenas de turistas que pasean por tus alrededores todo el día con la botella a la mano, despreocupados por el dinero gastado, porque su viaje no durará más allá de unas pocas semanas, antes de volver a sumergirse al estrés de su mundo laboral.




Vang Vieng (ver en mapa)

27/04/2009:
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Laos,+Vam+Vieng Laos,+Vam+Vieng,+caves Laos,+Vam+Vieng,+caves Laos,+Vam+Vieng,+caves Laos,+Vam+Vieng  


El viaje de Luang Prabang a Vam Vieng duró unas ocho horas en autobús, circulando por una carretera de continuas curvas, que se subía y bajaba por diversas montañas. El paisaje montañoso era bonito, aunque lo habría sido mucho más si no hubiera estado oculto por la neblina. Por otro lado, también dañaba la vista observar en muchas ocasiones, los pendientes de las montañas completamente deforestados y pelados, seguramente para comercializar con la madera, pero también, en algunos casos, para cultivar café. Por otro lado, la mayoría de las casas de los pequeños pueblos que cruzábamos estaban hechas de madera y paja. Realmente, aparte de los pueblos considerados turísticos, la vida en Laos no había cambiado demasiado en el último siglo.
Tendría que ser interesante visitar algunos pueblos perdidos del norte de Laos, pero vamos un poco justos de tiempo (sólo 5 meses por el sureste asiático) y nos hemos vuelto a detener en otro pueblo lleno de turistas: Vam Vieng. De todas maneras, a diferencia de Luang Prabang, Vam Vieng es un pueblo horrible, lleno de hoteles de baja categoría, agencias de viaje, cafés de Internet y restaurantes. Los restaurantes son un espectáculo, pues la mayoría tiene una gran televisión encendida emitiendo series de Friends o Simpsons, con decenas de turistas embobados delante de la pantalla. Por suerte, el aliciente turístico no se encuentra en el pueblo, sino en el paisaje y en unas cuevas próximas. De todas maneras, la mayoría de los turistas no parecían demasiados interesados en el paisaje, pues en vez de andar por los alrededores, preferían hacer tubing. El tubing es un deporte que se han inventado las agencias de viaje, en el cual el turista es abandonado al corriente de un tranquilo río, sentado en un neumático inflado de camión y generalmente con una cerveza a la mano.
Sin interés de hacer tubing (admito que el precio tampoco me resultaba demasiado atractivo), decidí dedicar estos dos días a Vam Vieng a perderme por el otro lado del río, donde había algunos prados y detrás diversas montañas de rocas y vegetación que se elevaban verticalmente, ofreciendo un paisaje que me recordaba algunas postales de Asia. Al pie de estas montañas había diversas cuevas que estaban señaladas con un trapo ondulante en un palo y con unos niños que cobraban una mínima entrada. Estos niños también se ofrecieron hacerme de guía, con un precio más elevado que no acepté. Pero fue una buena decisión, porque las emociones de entrar sol a una profunda cueva son inolvidables.
La primera cueva que visité, llamada Phadeng, básicamente era un pasadizo (a veces de un metro de altura) que se introducía unos quinientos metros dentro de la montaña, con diferentes escaleras de madera para bajar y subir desniveles y pasarelas para cruzar fisuras. Al final, el corredor acababa en una pequeña piscina de agua marronácea, donde en teoría te podías bañar y donde en teoría había unos grandes peces. Eso de los pescados no me lo acabé de creer, de todas maneras, también era increíble observar tan en el fondo de la cueva unos insectos parecido a gajos con unas antenas de unos veinte centímetros de largo. Al volver, después de haber estado todo el rato preocupado por la fiabilidad de mi linterna, decidí perder el miedo y apagarla. Había entrado con un bastón, y como si fuera un ciego fui golpeando el suelo, rocas y techo para ir avanzando sin peligro a tropezar. Adelanté unos cincuenta metros en la oscuridad total y palpando con el bastón mis alrededores, hasta que me encontré en un entorno incomprensible y encendí la luz, temeroso de caer por una grieta.
La segunda cueva, la de Goldjar, era mucho más grande, con diversas estalactitas que resonaban al golpearlas suavemente. Todas las paredes blancas de la cueva estaban llenas de dibujos hechos con barro por los diferentes trogloditas que habían visitado la cueva los últimos años, y en el fondo había una estatua de buda con algunas ofrendas. Cuando estaba visitando un rincón, escuché que estaban entrando unos turistas. Apagué la linterna para no asustarles, y acto seguido me di cuenta de que así les asustaría más, pero ahora ya la tenía apagada y esperé, hasta que fue inevitable que sus linternas me descubrieran, y encendí la mía, causándoles un buen susto, naturalmente.
Al día siguiente, hoy, me he dirigido a las montañas más en el sur dispuesto a visitar otras cuevas, caminando por un caminito con telarañas y serpientes que se ocultaban al pasar. Pero al llegar a la primera cueva, me di cuenta de que me habían seguido a un hombre y un chico de pintas sospechosas, con los vestidos sucios y con un puñal encintado. Alexandra me había advertido que en las cuevas se producían robos, así pues, me situé en un punto elevado en la entrada y empecé a hacer punta en el bastón que llevaba con mi navaja. El hombre y el chico se quedaron en la entrada, hablando entre ellos y sin osar acercarse, mientras yo seguía haciendo punta a mi bastón como si fuera la cosa más normal del mundo. Hasta que el hombre y el chico decidieron marcharse sin mostrar interés de entrar a la cueva. Pero yo sí que lo hice, envalentonado por mis experiencias de Indiana Jones, aun así no llegué demasiado lejos, porque en una escalera de madera que se enfilaba por la cueva me encontré una pequeña araña que se ocultaba, y al agacharme para observarla y hacerle una foto me encontré una araña enorme, de unos diez centímetros, que me hicieron perder todas las ganas de seguir con mis aventuras.




Vientiane (ver en mapa)

05/05/2009:
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Vientiane, la capital de Laos, es una ciudad muy tranquila de sólo medio millón de personas sin demasiado de atractivo (o sin ningún atractivo, segundos nos manifestaron Michel y Christine). De todas maneras, tiene un descuidado paseo paralelo al río Mekong, con algunos sencillos restaurantes, un centro mucho más moderno y caro y una pareja de monumentos a los que vale la pena hacer una ojeada. Bueno, en realidad, el Patuxai es el monumento más horrible nunca diseñando, un arco de triunfo construido en 1969 con cemento dado por los Estados Unidos destinado a la construcción de un aeropuerto. En cambio, la estupa de Pha That Luang, empezada a construir en 1566, era bastante más seductora, con una alta cúpula pintada de color dorado, símbolo de la religión budista y de la soberanía de Laos.
Uno o dos días habrían sido suficientes para conocer Vientiane, en cambio, nosotros hemos pasado una fabulosa semana. Por primera vez (viajando sin autocaravana) hemos sido alojados por una pareja de Couchsurfing, Michel y Christine, los cuales nos han obsequiado con una hospitalidad comparable a la Iraní o Egipcia. Michel y Christine son un matrimonio canadiense que trabajan en Laos de profesores para una escuela internacional (donde van los hijos de embajadores, directores de ONGs y miembros del gobierno). De todas maneras, después de 3 años trabajados en el Nepal, y tres más en Laos, ahora empiezan a empaquetar para cambiar de continente, e iniciar una nueva aventura en Túnez. Michel y Christine estaban bastante liados y estresados con el final de curso de la escuela y nos dejaron buena parte de tiempos solos (incluso se marcharon tres días a relajarse a Vam Vieng), insistiéndonos de coger cualquier cosa que quisiéramos de la nevera u ofreciéndonos sus bicicletas para movernos por la ciudad o para ir a las embajadas de Tailandia y Vietnam a hacernos los visados. Alexandra enseguida se sintió en casa, riendo ilusionada mientras andaba por la magnifica casa y apropiándose del mando de la tele y del mejor sofá. Mientras tanto, yo aproveché la tranquilidad para seguir escribiendo mi novela, la cual finalicé hace unos tres días (ahora sólo me faltará repasarla). De todas maneras, ayer y hoy, también hemos tenido más tiempo para compartir y conversar con Michel y Christine, los cuales han llegado más relajados, de Vam Vieng. Hemos estado conversando mucho sobre educación, sobre su próximo viaje a Turquía, sobre las religiones, y mucho más. Ha estado muy interesante conocerlos y verdaderamente esperamos que algún día nos puedan hacer una visita a Barcelona para devolverles parte de la hospitalidad recibida.




Si Phan Don (ver en mapa)

10/05/2009:
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En Laos, el transporte público parece bastante caro, por lo tanto, inevitablemente nos vemos obligados a copiar al resto de turistas y comprar los desplazamientos a través de agencias de turismo. Asimismo, lo hicimos para desplazarnos de Vientiane a Si Phan Don, comprando un billete de autobús de dormir (sleeping bus). Pensábamos que sería un autobús con los asientos reclinables, pero en vez de eso nos sorprendimos en el ver que era un autobús con literas con capacidad para unas 30 personas. No hay que decir que el espacio de las camas no era nada ancho, aun así el viaje fue agradable, sobre todo porque las carreteras eran rectas y bien asfaltadas.
Muy próximo a la frontera de Camboya, Si Phan Don (traducido como 4000 islas) es una maravilla de la naturaleza formada en el curso del río Mekong, cuando éste se diverge bordeando multitud de islas, muchas de ellas existentes sólo durante la época seca, cuando el Mekong está más bajo. No sé si realmente hay 4000 islas; lo que sí hay es una isla llamada Don Det, donde van la mayoría de los turistas. A pesar de todo, la isla conserva un aire rural y tradicional que todavía no había observado en ningún otro punto turístico de Laos.
Ocupamos un bungalow grande y limpio (había otros más bonitos al lado del río pero Alexandra prefería éste) y enseguida empezamos a hacer amistad con otros turistas que habitaban otros bungalows próximos. Mientras hacíamos el viaje con autocaravana, a menudo pensaba que sin el coche estaríamos más cerca de las culturas y conociendo a más gente local, pero en Laos realmente no es así: viajamos con turistas y vivimos con turistas. Posiblemente, no es culpa nuestra, pues a menudo escuchamos decir que las culturas asiáticas acostumbran a ser bastantes cerradas y herméticas. De todas maneras, no deja de ser agradable relacionarnos con otros viajeros o gente de la misma tribu que nosotros. Por otro lado, viajando sin autocaravana visitamos menos lugares pero nos entretenemos más en cada lugar, teniendo más oportunidades de relajarnos y más tiempo para escribir. Y no hay que decir que, viajando con autocaravana, posiblemente no habríamos visitado Si Phan Don, o sólo lo habríamos hecho durante un día. Al mismo tiempo, ya hace semanas que no tenemos el estrés de tener una accidente, de ser despertado durante la noche, de encontrarnos con los adhesivos arrancados ...
Aparte de la tranquilidad de Don Det, uno de estos días hemos hecho una excursión con bicicleta a la isla vecina, nombrada Don Khon, donde hay las atractivas cascadas de Somphamit a ver. Las dos islas están conectadas por antiguo puente de piedra construido por los franceses y por donde pasaba un pequeño tren que mantenía el comercio (y extracción de minerales) fluvial interrumpido por las cascadas. Después de visitar las cascadas, nos dirigimos más al sur de la isla, pasando de largo pequeños bosques tropicales, pequeños campos y algunas casas de madera aisladas, hasta llegar a una playa donde me bañé y desde dónde se podía coger una barca para observar unos delfines de río, pero el pasaje era demasiado costoso, y después del baño volvimos hacia Don Det.





Cambodja

Phnom Phen (ver en mapa)

13/05/2009:
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Al dejar Laos y entrar en Camboya, enseguida se hizo evidente que habíamos entrado en un nuevo país y en un nuevo sistema político. Nos hicimos el visado en la frontera, pero a la hora de pagar nos pidieron dos dólares extra por pasaporte. Les pedí un recibo para asegurarme de que eran dos dólares de corrupción y efectivamente, no nos querían hacer ningún tipo de recibo y no nos pensaban entregar los pasaportes si no pagábamos. No me puse duro, pues estaba en una cola con muchos otros turistas dispuestos a pagar, así pues, pagué y ya estuve. La carretera del norte era muy buena, pero muy pronto se empezó a estropear y durante bastantes kilómetros nos encontramos circulando por pistas de tierra. La carretera estaba bastante desierta, pero de vez en cuando nos cruzábamos con algún coche de lujo (entre estos un Hummer), una señal de encontrarnos en un país corrupto. Y efectivamente, después, mirando a Internet he descubierto que Camboya es uno de los 20 países más corruptos del mundo. Pero los problemas políticos no se acaban aquí, pues aunque Camboya se considere democrático, parece bastante dictatorial, con el mismo presidente gobernando desde la caída del régimen de Pol Pot o de los Jemeres Rojos en 1979, y con grandes placas metálicas a lo largo de la carretera con publicidad del Partido de las Personas de Camboya.
Phnom Phen, la capital de Camboya parece mucho más desarrollada que Vientiane, favorecida por el capitalismo enfrente del comunismo, pero inevitablemente, también había mucha más miseria. El autobús nos dejó al lado del lago Boeng Kak, donde hay diversos hoteles relativamente económicos y restaurantes relativamente caros. En el autobús habíamos conocido una pareja de catalanes, Jordi de Olot y Anna de Gerona, y todos juntos escogimos un hotel al lado del lago que de noche parecía bonito. De todas maneras, los siguientes dos días nos hemos convencido de la mala elección, pues nuestra habitación continuamente crujía dándonos la sensación que se hundiría en el lago y posteriormente Alexandra ha descubierto una rata al lavabo que hoy se ha comido la pastilla de jabón acabada de comprar. Desgraciadamente, este bonito lugar quizás dejará de existir porque según se quejaban algunos propietarios de la zona, una compañía extranjera ha comprado el lago y tiene previsto secarlo para construir un hotel de lujo. Naturalmente, el gobierno corrupto parece dispuesto a ayudar a la llegada de capital y de momento ignora las quejas de los habitantes del barrio.
En cualquier caso, aunque el marronáceo lago no tenga ningun atractivo, la zona era agradable, con una callejuela llena de tiendas que ofrecían precios el doble o triple de caros que los de una tiendecita lateral, bares medio vacíos con chicas Camboyanas jóvenes que esperaban la ocasión para cazar a un turista, diversas filas de tuc-tucs (triciclos) o motos taxi que esperaban clientes, y muchas chicas y mujeres que vestían pijama. En realidad, la imagen de las mujeres vistiendo pijama ya nos había sorprendido de camino a Phnom Phen. Yo ya había asumido que el vestido tradicional de las mujeres era muy similar a los pijamas occidentales (tela fina, de colores claros y vivos, y con dibujos infantiles), pero después, leyendo un artículo me enteré de que estas piezas de ropa realmente eran pijamas que se vendían junto con la lencería. De todas maneras, vestir pijama se había vuelto popular en Camboya porque es una de las ropas más frescas que se pueden llevar. En cualquier caso, también tengo que decir que no hemos observado a ningún hombre en pijama.
Ayer, al día siguiente de llegar, salimos a pasear por el centro, llegando al mercado central, donde venían de todo: roba, frutas, joyería, pescado, carne, conchas, insectos y arañas fritas ... Después fuimos volviendo por el lado del río Tonlé Sap, que a pesar que se junte con el río Mekong delante de la ciudad no tiene demasiado atractivo. También subimos al templo budista de Wat Sampao Meas, el cual contenía unas interesantes pinturas, y fuera me encontré una imagen repetitiva con Laos: diversos hombres vendían pequeños pájaros enjaulados para que los pudieras liberar. No deja de ser una ironía que se considere una buena obra liberar los pájaros cuando en realidad estás fomentando que se enjaulen más pájaros porque el negocio es rentable
Finalmente, hoy el miércoles por la mañana hemos cogido una moto taxi y hemos ido hacia el sur de la ciudad hasta la embajada China, donde hemos empezado a tramitar el visado (en teoría lo tendremos el lunes). Después hemos andado hasta un museo próximo que expone uno de los episodios más lamentables de la historia de Camboya y de la historia reciente del mundo. Antiguamente, los edificios del museo habían sido las aulas de una escuela secundaria, pero durante el régimen de los Jemeres Rojos, el edificio fue convertido en una de las prisiones más infames del siglo XX. Desde 1975 a 1979, entre 17000 y 20000 personas pasaron por la prisión de Tuol Sleng o S21, de las cuales sólo 7 personas salieron con vida. El resto sufrió interminables horas de sistemática tortura con el objetivo de conseguir sus confesiones y poder ser posteriormente desnucados y degollados a las afueras, en los infames campos de la muerte (death fields). Es curioso saber que algunos de los guardas de la prisión, y diversos dirigentes de los Jemeres Rojos, también acabaron sufriendo las torturas y la muerte en la prisión, porque habían mostrado demasiada empatía con las víctimas. El terror que Pol Pot (el líder de los Jemeres Rojos) consiguió instaurar en Camboya se aguantaba por sí mismo porque, si no conseguías comportarte con suficiente crueldad contra las víctimas, acababas convirtiéndote en víctima. Además, nunca te podías cuestionar sobre la inocencia de las víctimas, pues según los Jemeres Rojos, era mejor aprisionar a diez inocentes que dejar a un culpable en libertad. Sin embargo, ¿quien eran inicialmente las víctimas? Naturalmente los disidentes políticos, pero también cualquier persona que mostrara signos de tener educación (por ejemplo llevar gafas) o de haber pertenecido a la clase social media o alta. Pol Pot era un líder comunista que creía que los campesinos eran los únicos representantes de la clase trabajadora y que las ciudades constituían foco donde era muy difícil eliminar las actividades de libre mercado. Así pues, cuando Pol Pot ganó su revolución en 1975, eliminó el sistema monetario y obligó de vaciar todas las ciudades (más de 2 millones de personas en Phnom Phen) y envió a toda la gente a diferentes regiones a cortar la selva y a cultivar arroz, trabajando con condiciones de esclavitud. Mucha gente murió por el camino, y mucha más en la destinación, pues la producción de arroz no consiguió los objetivos ambicionados por Pol Pot y el hambre se extendió para todo el país. Al final, con una industria case paralizada (una de las 7 personas que se salvaron de la prisión Tuol Sleng era un mecánico que podía arreglar máquinas) y una población aterrorizada, fue bastante sencillo para los comunistas de Vietnam y desertores de Camboya de conquistar en 1979 buena parte del país, donde reinstauraron la figura simbólica de un rey y a una corrupta democracia. Desgraciadamente, estos 4 años de Pol Pot al poder fueron más de los soportables, pues a causa del régimen murieron 2 millones de camboyanos (un 20% de la población), unas de las cifras más aterradoras de la historia de la humanidad. Pol Pot murió exiliado en las montañas en 1998 y desde entonces, se han empezado a detener y juzgar a algunos líderes del régimen, como el director de la prisión Tuol Sleng, a pesar de que éstos (y todos los otros represores) se justifican argumentando si no hubieran actuado así se habrían convertido en víctimas.





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