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‹ Anterior (28/08/2010) MES Siguiente (2010-10-27)› ‹ Anterior (2010-10-03 - US) PAIS Siguiente (2010-10-26 - US)› Canada Toronto (ver en mapa) 28/09/2010: En Toronto disfrutamos de una hospitalidad inolvidable, comparable a la que había recibido años atrás en Ucrania y Rusia, y tal vez no era de extrañar, pues la familia que nos alojó venía de Polonia, huida de su país durante el comunismo. Ewa, la madre de la familia, nos trató como si fuéramos dos más de sus tres hijos, invitándonos a cenar ya desayunar cada día (a excepción de una noche que cocinó Alexandra), sugiriéndonos recónditos e interesantes lugares a visitar en Canadá y Costa Rica, dejándonos una tarjeta para visitar gratuitamente los parques nacionales de Canadá, regalándonos comida al marcharnos, ... A cambio de esa abrumadora hospitalidad, nosotros sólo pudimos obsequiarles mostrándoles fotos del viaje y explicándoles anécdotas divertidas y aterradoras, aparte de comprometernos a alojarlos a nuestra casa cuando volviéramos a Cataluña. Al día siguiente de llegar, domingo, fuimos a visitar Toronto. Tuvimos suerte que Ewa y Christian, su marido, llamaran a unos amigos en el centro de la ciudad y pudiéramos aparcar gratuitamente en su bloque de apartamentos y así ahorrarnos 10 o 15 dólares de aparcamiento. Empezamos a pasear por la universidad, donde había una feria del libro y tuvimos oportunidad de relajarnos escuchando un concierto de música mexicana y otro de camerunesa. Después seguimos nuestra caminata hasta la alta torre Nacional de Canadá, de 553m, sin encontrar demasiado de interesante durante el camino: muchos bloques de oficinas y calles desiertas, porque era domingo y porque hacía un frío que pelaba. Con todo constatamos una cosa, que en Canadá la gente era menos reticente a vivir en bloques de pisos, como en Europa, y de otro lado, a diferencia de Estados Unidos también había muchas más construcciones de piedra y de ladrillos. Convenciendonos de que Toronto tenía muy poco atractivo que ofrecernos, los siguientes días los pasamos relajados en casa de la familia, trabajando y también conversando con Christian, que era camionero y entonces no tenía trabajo, y su hija Zosha . Ambos, nos mostraron una actitud crítica hacia Estados Unidos, hacia sus políticas y guerras internacionales y también hacia una parte importante de la sociedad, que quiere tener el derecho de llevar armas, no quieren el sistema de sanidad universal y aceptan que los estudiantes paguen hasta tres veces más que en las universidades de Canadá. También criticaron la actitud de los quebequeses, los cuales no entendían que quisieran la independencia del Quebec. Sin modificar su tono crítico, Christian aceptó ser entrevistado para el proyecto ´`tomando el pulso al mundo´`, opinando que el principal problema del mundo y también de Canadá eran los políticos estúpidos, que sólo hacían políticas populistas para ser reelegidos, un problema de difícil solución porque las tiranías o reinos funcionan peor, aunque la educación mejoraría la situación. A nivel personal Christian se consideraba feliz, pero lo sería más si no tuviera que trabajar, aunque el secreto de la felicidad es no preocuparse por el dinero. Estaba convencido de que Algonquin era un parque nacional, sobre todo porque el Ewa nos había recomendado de visitarlo cuando nos había dejado la tarjeta para acceder a los parques nacionales gratuitamente, pero cuando entré en el centro de información de Algonquin para que me recomendaran algunas caminatas, el ranger que me atendió me dijo: - Lo siento, este es un parque provincial y esta tarjeta no es válida, deberías pagar la entrada de 16$. Me quedé con una cara estupefacta, al tiempo que le respondía: - Un momento, voy a preguntar a mi mujer qué hacer. Pero no lo hice. Volví a la furgoneta y, sin contar a Alexandra la conversación con el ranger, entramos en el parque con la intención de hacer alguna excursión. Si hubiera comentado a Alexandra que estábamos haciendo las caminatas ilegalmente y que nos aventurábamos a que nos pusieran una multa, se hubiera puesto histérica me habría hecho abandonar el parque enseguida. Por eso esperé hasta el siguiente día, cuando antes de finalizar una bonita caminata le comuniqué las noticias. Naturalmente no le hizo demasiada gracia, y enseguida aceleró el paso para llegar lo antes posible al coche y escapar de los límites del parque. En cualquier caso, la desinformación de Alexandra nos permitió visitar el Parque con tranquilidad. Incluso, Alexandra se mostró muy animada de acompañarme a todas las excursiones que propuse a Algonquin, caminando por el lado de varios lagos y rodeados de bosques que empezaban a teñirse por el otoño. Seguramente el parque nos habría desencantado si no fuera por el magnífico espectáculo que ofrecía el otoño: entre algunos árboles de hojas verdes y frescas, muchos otros ya habían cambiado el color hacia amarillo, rojo, naranja y marrón. Toronto no nos había fascinado en exceso, en cambio Ottawa nos encantó, porque era más pequeña (a pesar de ser la capital de Canadá) y poseía muchos más edificios históricos. En Ottawa nos alojó Dino, de orígenes italianos, que vivía cerca del centro, por donde estuvimos caminando el sábado y el domingo. Toronto ya nos había parecido una ciudad europea, pero Ottawa nos dio aún más esta sensación, sobre todo por su centro histórico, en el que destacaban los magníficos edificios del Parlamento y algunas iglesias del siglo diecinueve. Dino fue otro huésped que nos trató de maravilla, quizá demasiado, dejándonos cena hecha el día que llegamos, aunque él ya supiera que tenía que irse y no podría comer con nosotros. Dino se empeñó en invitarnos a todo, pero nosotros no siempre lo aceptamos, a pesar de comprender que él quería ser hospitalario con nosotros de la misma manera que lo habían sido con él, cuando había viajado por varias regiones del mundo. En cualquier caso, el sábado Alexandra cocinó y cenamos los tres juntos, teniendo oportunidad conversar sobre diferentes temas. Dino nos confirmó una observación que habíamos hecho en la carretera, que en toda la provincia de Ottawa los carteles estaban escritos en Inglés y Francés, y continuación nos explicó cómo funcionaba en Quebec, donde había estado viviendo casi toda la vida. En Québec era obligación para todos los comercios de tener los carteles en francés y el inglés sólo se podía utilizar si las letras eran como máximo un 50% más pequeñas que las francesas. Más tarde, conversando sobre el Quebec, me di cuenta de que los quebequeses disfrutaban de las principales reivindicaciones de los nacionalistas catalanes. Incluso, el gobierno de Quebec tenía capacidad para convocar un referéndum sobre la independencia de la región de Canadá, aunque en los dos convocados los separatistas no habían alcanzado el 50% de los votos (1980 40.44%; 1995 49.42%). Dino había votado en contra en el anterior referéndum, al igual que muchos amigos suyos franceses que vivían en Montreal, manifestando que los secesionistas sólo lo eran por motivos culturales, pues la economía de la región se vería perjudicada con la separación. En otra conversación, comentó que los Estados Unidos y Canadá son países muy productivos, pero por el contrario, los empleados en la mayoría de las empresas sólo disponen de dos semanas de vacaciones. Es por ello que, la única oportunidad que tienen los americanos para viajar se cogerse unas largas vacaciones sin cobrar o simplemente plegar del trabajo para poder viajar durante un año, la opción que escogió Dino para poder viajar por buena parte del mundo. Boston, MA (ver en mapa) 03/10/2010: Aunque sólo visité Boston durante un día, fue una ciudad que me gustó, pues a diferencia del resto de ciudades visitadas en Estados Unidos, tenía algunas iglesias y edificios antiguos medio ocultados bajo los rascacielos y al mismo tiempo históricamente había sido una ciudad muy importante. Fue aquí donde se inició la guerra de independencia entre los Estados Unidos e Inglaterra, siendo la primera colonia del Reino Unido a liberarse. Paseando por el itinerario de la independencia marcado con una línea roja en el suelo durante 5 kilómetros, pasé por la plaza donde se había producido la masacre de Boston, cuando cinco americanos que protestaban por la subida de los impuestos fueron matados por los soldados ingleses. También en Boston nació el conocido Tea Party, cuando decenas de ciudadanos decidieron protestar tirando el mar todo el cargamento de té de tres barcos, los cuales habrían tenido que pagar impuestos si hubieran sido descargados en el puerto. También era posible visitar desde el mismo itinerario varios cementerios del siglo dieciocho y diecinueve donde había enterrados varias víctimas de la revolución o de las diversas batallas por la independencia que se produjeron alrededor de Boston. Separada sólo por el río Charles, al día siguiente visité la ciudad de Cambridge, en el centro de la cual se extiende la famosa universidad de Harvard fundada en 1631, 150 años antes de la independencia, convirtiéndola en una de las más antiguas del país, donde a lo largo de la historia se graduaron hasta 8 presidentes de la nación y hasta 75 premios Nobel. En Boston fuimos alojados por una pareja de Couchsurfing, con los que no hubo demasiada interacción, algo que atribuí a su excesiva pasión por la cerveza. Sin embargo, Jesse y Erin eran una de las parejas que habíamos encontrado más activas y ya llevaban alojadas a más de 400 personas, quizá porque Jesse era el hermano del fundador a Couchsurfing. Una noche decidí acompañar a Jesse a un pub y conversar un poco con él, pero sinceramente, no entendía demasiado su manera de hablar y sus respuestas parecían demasiado enrevesadas. De todas formas, a través de Jesse, conseguí conocer ligeramente su hermano, Casey Fenton, quien había tenido la idea de crear Couchsurfing después de haber realizado un viaje a Islandia en 1999 y haber enviado un correo electrónico a 1500 estudiantes preguntándoles por alojamiento. Habiendo recibido hasta 50 ofertas de acomodación, pensó con el potencial de una red de personas hospitalarias que se extendiera por todo el mundo. Fue así que en 2003 fundó Couchsurfing, sin ánimo de lucro, un proyecto que, ayudándose de una eficiente red de voluntarios, cuenta actualmente 2,2 millones de miembros distribuidos en 237 países y territorios. De todos modos, a pesar del éxito, Casey seguía empeñado en mantener Couchsurfing como una organización sin ánimo de lucro, sin publicidad y financiándose exclusivamente de donaciones, a pesar empiezaba a pensar de retirarse del proyecto -según explicaba su hermano- y dedicarse a alguna otra cosa que le reportase más rendimiento económico de cara al futuro. Nuestra estancia en Boston coincidió con las elecciones americanas de la mitad de mandato, en las que el tea party o la extrema derecha republicana consiguió muy buenos resultados. Un movimiento social que había tomado el nombre del mismo grupo que había luchado contra los impuestos que imponía la corona inglesa antes de la independencia. Nos extrañó que Jesse fuera la primera persona en Estados Unidos que se sentía identificado con los republicanos, pues el movimiento social de Couchsurfing está formado en general por personas ancladas en la mentalidad izquierda. De todos modos su mujer Erin era demócrata y aquella tarde de las votaciones se produjo una interesante discusión. Erin había ido a votar, votando que estaba de acuerdo en mantener ciertos impuestos en un formulario anexo, pero Jesse no tenía intención de votar porque decía que si lo hacía, votaría en sentido contrario Erin anulando los votos de su mujer. Pero Erin consideraba que la democracia era más importante a sus sentimientos partidistas y obligó a Jesse a ir a votar, quien escogió el boleto republicano y marcó la opción de anular los impuestos consultados pues -según él- mantenerlos era una medida comunista. Sin embargo, aquella noche supimos que los demócratas habían ganado al estado de Massachusetts, del cual Boston es la capital, en cambio la mayoría de ciudadanos habían votado de anular los impuestos consultados, incluyendo una tasa alcohol destinada a financiar asociaciones de ayuda a los alcohólicos.
Montreal, QC (ver en mapa) 08/10/2010: Montreal es la ciudad más grande de la provincia de Quebec, la segunda ciudad más grande de Canadá, y la segunda ciudad más grande con hablantes de lengua francesa (después de París). Durante dos días, recorrimos Montreal en bicicleta, disfrutando de los numerosos carriles bici, que acercaban aún más la ciudad a la fisonomía europea, aunque no dispusiera de ningún centro histórico suficientemente interesante, igual a la mayoría de ciudades visitadas en Estados Unidos y Canadá . Lo más interesante quizás fue el mercado de Jean-Talon visitado el último día, donde venían frutas y vegetales al aire libre a un precio mucho más económico que los supermercados. Como siempre, lo más apasionante en las ciudades americanas era la interacción con la gente, particularmente con nuestros huéspedes, los cuales volvieron a ser unas personas encantadoras. Guillaume, Emilie y su pequeña hija Sara nos alojaron de maravilla, presentándonos a varios amigos suyos, todos ellos franceses hablantes, a quienes les costaba hablar fluidamente el inglés con nosotros. Durante una cena con sus amigos, Guillaume nos contó la historia de Quebec, iniciando su penitencia tras la guerra de los 7 años cuando Francia perdió el Quebec en manos de Inglaterra. Después nos contaron que el sentimiento de independencia quebequés se acentuó a mitad del siglo XX, cuando los quebequeses sólo podían acceder a trabajos de baja remuneración. De todos modos, actualmente el Quebec dispone de una gran autonomía dentro de un estado federal y los principales motivos para desear la independencia básicamente son culturales o sentimentales. Incluso podría ser que el Quebec perdiera peso económico si consiguiera la independencia, pues no experimenta un expolio económico como en Cataluña donde -según los analistas- hay un déficit fiscal del 10% del PIB catalán, es decir, anualmente un 10 % de la riqueza catalana se distribuye en el resto de España. Teniendo en cuenta esto, me pregunto porque las ansias de independencia en Quebec son superiores a las catalanas -según intuyo- pues en Cataluña no creo que se consiguiera un resultado tan favorable como en el referéndum quebequés, donde el 49.42% de la población votó a favor de la independencia. En otra cena en su casa, preguntamos a Guillaume porque en los billetes de 20 dólares canadienses aparecía la imagen de la reina de Inglaterra y los números de las carreteras estaban enmarcados dentro de una corona. Guillaume se puso a reír medio avergonzado y después confesó que los creadores de la constitución de 1982 declararon la independencia de Inglaterra pero prefirieron conservar su reina. Actualmente Canadá no paga nada a la corona, pero sí mantiene económicamente a un representante de la realeza o gobernador que debe ratificar todas las leyes aprobadas por el parlamento. Sin encontrar sentido a este anticuado sistema político, luego nos preguntamos también porque hay tanta gente a favor de mantener la realeza en tantos países, por ejemplo en Australia, donde el 54.4% de la población votó a favor de mantener la monarquía en el referéndum de 1999. Volviendo a motivarme con el proyecto ´`tomando el pulso al mundo´`, entrevisté a Guillaume en español, quien opinaba que el principal problema del mundo era la falta de comprensión entre las personas. Empeorando el resto de problemas. A nivel regional, el principal problema de Canadá es la polarización de posiciones y la división de la comunidad, que no permite que los líderes sean aceptados por todos. A nivel personal Guillaume se consideraba feliz y difícilmente habría nada que lo hiciera más feliz en un futuro inmediato, porque se aplicaba su secreto de la felicidad: vivir, sentirse y aprovecharlo. En Montreal, Alexandra me propuso encontrarnos con otra persona de Couchsurfing, Alex, quien había ido en coche hasta México. Fue importante conocer a través de Alex que difícilmente podríamos vender nuestra furgoneta Chevy en Centro América y que mejor hacerlo antes de salir de US. Igualmente, fue interesante escuchar la experiencia de Alex en México, la cual no fue demasiado buena, explicando que era un país en estado de guerra y que había vivido varios tiroteos y muchos momentos de tensión. Tanto era así que, Alex manifestaba que había perdido todas las ganas de viajar solo y que actualmente aprecia de vivir en Canadá, un país superficial, donde al menos puede vivir seguro, tranquilo y relajado. La única pega a la reunión es que Alexandra se asustó, incluso yo, porque volvía a temer que en México Alexandra volviera a tener nuevas crisis de nervios comparables a las de África o Pakistán. Finalmente, aprovechamos nuestra estancia en Montreal para reencontrarnos con un buen amigo del País Vasco, Iñigo y su compañera canadiense Sarah, a los que habíamos conocido en Xian, en China. Después de 3 años de viaje, Sarah había vuelto a trabajar, pero el Iñigo se encontraba completamente perdido, pues no podía trabajar legalmente en Canadá y en España no había encontrado trabajo. Pasamos bastantes horas conversando, sobre cosas banales pero también de los problemas que se encuentran muchos viajeros, para quien el viaje es una droga que los mantendrá enganchados toda la vida, una droga que sólo pueden pagar con dinero que suelen conseguir trabajando, obligándolos a estar largos períodos anclados en una oficina o fábrica a la espera de la siguiente dosis de viaje. La ciudad de Quebec nos encantó, y no es de extrañar, pues si hasta ahora nos quejábamos que las ciudades de América del Norte solían ser bastante aburridas y que les faltaba la historia de las europeas, Quebec es completamente diferente. La ciudad de Quebec fue fundada en 1608, siendo considerado el primer asentamiento permanente (no puesto comercial) en América del Norte construido por no españoles. En concreto fue fundada por los franceses, los cuales levantaron una ciudadela de portentosas murallas, constituyendo la única ciudad amurallada en América del Norte. Sin embargo, las murallas no impidieron que la ciudad cayera en manos de los británicos en 1763, al final de la guerra de los siete años contra Francia. Aparte de las murallas y las calles empedradas, la ciudad conserva muchas de sus antiguas casas construidas de piedra, con ventanales subdivididos en pequeños rectángulos de vidrio, tejados inclinados de pizarra o de metal, pequeñas ventanas sobresaliendo de los tejados,... Ocupando muchos de estos edificios había restaurantes, comercios y galerías de arte de marcada estética francesa entre los cuales era agradable de pasear, cosa que hicimos los dos días que pasamos en Quebec, a pesar del frío que hacía (10ºC). En la ciudad de Quebec fuimos recibidos por un hombre, Denoit, que continuamente estaba alojando a diferentes viajeros de Couchsurfing, con quien nos sentimos a gusto a pesar de su temperamento frío y distante que contrastaba con los anteriores huéspedes de Canadá. Interesándome sobre los sentimientos quebequeses, en Denoit me explicó que él era separatista porque quería proteger la lengua y cultura de Quebec, la cual desaparecería en 100 años si no fuera por las leyes que impulsan en la provincia, obligando a utilizar el francés, unas leyes que suelen ser tumbadas por el tribunal constitucional de Canadá, por una constitución que no ha sido firmada por Quebec. De todos modos, también me comentó que muchos franceses no quieren la independencia porque temen que economía se resienta. Finalmente, preguntado por la posibilidad de celebrar un nuevo referéndum de independencia en el futuro, en Denoit se mostró pesimista y comentó que nunca conseguirían la independencia, porque cada vez llegaban más inmigrantes no identificados con la cultura quebequense, los cuales eran necesarios porque los quebequeses y canadienses no tienen suficiente natalidad.
Habiendo pasado casi todos los días en Canadá en ciudades, alojados por diferentes miembros de Couchsurfing, teníamos ganas de volver a la naturaleza y dormir íntimamente a la furgoneta, a pesar del frío de las noches (5 º C). De todos modos, por las noches nos estábamos organizando mejor: habíamos comprado unas nuevas mantas y antes de dormir y por la mañana encendíamos un rato el motor para caldear ligeramente el habitáculo. El primer día visitamos el parque de Nacional de Jacques Cartier, a pocos kilómetros al Norte de Quebec, donde pudimos utilizar la tarjeta que nos había dejado la Ewa de Toronto para no pagar. El parque nos gustó, sobre todo porque era otoño y todas las hojas de los árboles estaban teñidas de amarillo, muchas de las cuales ya habían caído. Quizás nos había cautivado más el Parque Provincial de Algonquin, pero a Jacques Cartier también hicimos una caminata hasta la cima de una montaña, desde donde se gozaba de una buena panorámica que nos acabó de hechizar. El siguiente día empezamos nuestra marcha hacia el este siguiendo la costa norte del golfo de Saint Lawrence. Teníamos ganas de hacer muchos kilómetros y de llegar a lugares lejanos, pero las oficinas de Canadá y Quebec funcionan excelentemente (mucho mejor que en US) y nos dieron tanta información para visitar diferentes atracciones a lo largo del camino que al final tuvimos que abandonar los destinos más lejanos por falta de tiempo. A la salida de Quebec visitamos la cascada de Montmorency, una de las más altas de Canadá con 84 metros, bonita pero naturalmente no tan espectacular como las cataratas de Niagrara, también en Canadá. A continuación nos paramos a la grandiosa basílica de Santa Ana (la abuela de Jesús), donde se estaba celebrando una misa con muy pocos asistentes, confirmándome la sospecha de que en Canadá la sociedad era mucho menos religiosa que en Estados unidos. Por la tarde aparcamos el coche en el pueblo de Baie Saint Paul, que diferentes personas nos habían recomendado visitar. Pero, aunque Baie Saint Paul fuera un pueblo de casas antiguas e interesantes, nos desencantó por los numerosos coches que continuamente transitaban por las calles y por la gran cantidad de cables de electricidad o comunicaciones que conectaban las casas, imposibilitando una buena foto. Lo que sí nos gustó mucho más fue la pequeña isla de Coudres, donde fuimos a pasar la noche, cruzando el mar con un frecuente ferry gratuito. Al día siguiente nos acabamos de cautivar con la isla, la que recorrimos durante una hora, antes de coger el ferry de nuevo hacia tierra firme. De allí seguimos nuestra marcha hacia el este, aproximándonos a la ruta de las ballenas, una extensa área de la costa que es frecuentada por muchas especies de ballenas, algunas de ellas con su hábitat permanente. Desgraciadamente, no vimos ninguna ballena ninguna de las veces que nos aproximamos a los acantilados. Por la noche cruzamos el fiordo de Saguenay con otro ferry gratuito al día siguiente nos dirigimos hacia la Baie Sainte Marguerite, donde en teoría se pueden observar ballenas beluga. Hice una bonita caminata hasta la bahía, pero la marea estaba baja y no había rastro de las ballenas. Afortunadamente, esa misma mañana recibimos la respuesta por correo electrónico de un hombre de Couchsurfing que nos ofrecía de alojarnos en Les Eucoumins, un pueblo muy cercano a Tadoussac, donde nos encontrábamos en aquellos momentos. Después de visitar la Baie Sainte Marguerite, por la tarde nos dirigimos a casa de Piere, quien nos recibió maravillosamente. Comentándole la poca fortuna con las ballenas, Piere nos hizo mirar por la ventana de su casa, dirección al mar, y justo delante nuestro observamos sorprendidos la espalda negra de una ballena que sobresalía del agua y a continuación se hundía mostrando su gran cola al aire por unos instantes. Excitados por la visión, Piere nos propuso y convenció de visitar el Cabo de Bon Desir, donde las ballenas eran más frecuentes. Pero allí no había y poco más tarde volvimos a casa de Piere, ante la cual pudimos observar unas pocas ballenas más que sobresalían entre las olas. Por la noche, después de ducharnos y de reservar un ferry para cruzar el golfo de San Lorenzo hacia el sur, cenamos unos deliciosos macarrones cocinados por Alexandra. Durante la cena la amiga quebequense que Pierre había invitado me sorprendió, porque no entendía inglés lo más mínimo, al igual que muchos otros francófonos, una situación muy diferente a Cataluña, donde absolutamente todos los catalanes entienden el español. Después de cenar empecé a interesarme por las opiniones de Pierre, quien resultó ser muy anti-americano o anti-US, opinando incluso que el ataque a las torres gemelas del 11 de septiembre habían sido planeados por el gobierno de Estados Unidos para tener una excusa para invadir Afganistán. Al día siguiente continuamos la conversación mientras paseábamos por el pequeño pueblo de Les Escoumins, volviendo bien pronto por el frío y viento que hacía. Desgraciadamente, al llegar a casa Pierre tenía un mensaje en el teléfono informando de que el ferry de Les Escoumins había sido cancelado por mal tiempo. Pierre nos informó que en Baie Comeau y Godbout había un ferry más grande que nunca se detenía con temporal, pero estos estaban llenos aquella tarde y reservamos plaza para otro ferry a las 11 de la mañana. Nos despertamos temprano de casa en Pierre y recorrimos los 250 kilómetros que nos separaban de Godbout, bajo una intensa lluvia y ventolera. Al llegar nos informaron que el ferry había sido cancelado por la mala mar y que podíamos intentar coger el ferry de las 5 de la tarde desde Baie Comeau. Desanimados por estos imprevistos, retrocedímos los 50 kilómetros hasta Baie Comeau y nos encerramos a la biblioteca municipal conectados a Internet y esperando que pasara el tiempo. Finalmente, a media tarde fuimos al ferry, donde nos anunciaron que este partiría en breve porque el tiempo había mejorado. Sin embargo, una vez nos hicimos a la mar nos preguntamos cómo debería estar de agitado el mar por la mañana, porque por la tarde el barco se movía tanto que de poco Alexandra y yo vomitamos. Alexandra no paraba de decir que quería volver a casa y sinceramente, en ese momento yo también lo deseaba, pero no más tarde, cuando por fin pudimos desembarcar. Dormimos cerca de Matane, donde habíamos desembarcado, bajo una fina lluvia que no dejó de caer toda la noche. Al día siguiente, viendo que la climatología no mejoraba, estuve a punto de modificar el itinerario y no conducir los 400 kilómetros alrededor de la península de Gaspésie. Pero después de conectarnos un rato a Internet y de consultar una optimista predicción del tiempo, decidimos arriesgarnos. Y definitivamente valió la pena, porque a la noche (después de algunas horas parando a comprar, cocinando y comiendo) llegamos al Parque Nacional de Forillon, el cual nos ofreció una fantástica vista del cabo rocoso que se alargaba mar allá. Bajé a hacer algunas fotos por la playa y a la mañana siguiente hice unos cuantas más durante una bonita caminata hasta un mirador en lo alto de los acantilados, con magníficas vistas al cabo de Forillon. Más tarde seguimos nuestro trayecto bordeando la península de Gaspésie, deteniéndonos al encantador pueblo de Perce, ante el cual se alzaba una majestuosa roca rodeada por el mar. Y finalmente dormimos saliendo de la península de Gaspésie, muy cerca de donde vivía un chico de Couchsurfing, quien se había ofrecido de alojarnos pero nos había facilitado un número de teléfono que no funcionaba. Alexandra me comentó que ya le estaba bien, pues estaba cansada de encontrarse con gente y tener que interactuar, cocinar,... De todos modos, si nos encontrábamos viajando y durmiendo en la furgoneta, Alexandra también se quejaba de que hacía demasiado frío para cocinar al mediodía o que por la mañana no tenía café caliente. En cuanto a mí, ya me estaba bien de encontrarnos con menos gente, pero necesitábamos tomar una ducha en los próximos días y sería bueno que fuéramos alojados. Al día siguiente volvimos a conectarnos a Internet y estudié hasta donde podíamos llegar los siguientes días, decidiendo finalmente de no acercarnos hasta Cape Breton en Nueva Escocia y visitar sólo la ciudad de Halifax, donde pedimos alojamiento a través de Couchsurfing. Era una lástima no poder visitar Cape Breton recomendando por muchos de nuestros amigos, pero estábamos condicionados por la fecha de entrada en los Estados Unidos y no queríamos hacer demasiados kilómetros con prisas. En pocos días, el 25 de octubre ya haría un mes que habríamos entrado en Canadá, el tiempo mínimo para tener posibilidad de obtener un nuevo visado para US de seis meses. De todos modos, si no nos lo daban, aun teníamos posibilidades de alargar el visado anterior seis meses más si lo solicitábamos antes del 26 de octubre. Así pues, forzosamente teníamos que cruzar la frontera el día 25. De camino a Halifax visitamos el Parque Nacional de Kouchibouguac, donde pasamos la noche a pesar de ver a un par de osos negros al atardecer. Al día siguiente hicimos un pequeño paseo por el parque, caminando por una pasarela por encima unos humedales hasta la playa, interesante pero deslucida por el viento y el frío. Saliendo del parque nos conectarmos a Internet y contentos leímos que un hombre se ofrecía para alojarnos en Halifax, donde por fin nos podríamos duchar después de 6 noches acampando. Quizás era una de las veces que había estado más tiempo sin ducharme en toda mi vida y, aunque hiciera frío y prácticamente no transpiráramos, si no hubiéramos sido alojados, ya tenía claro que aquella noche haríamos una excepción y dormiríamos en un hotel. Wayne fue otro excelente anfitrión, aunque también algo especial. Nos recibió en albornoz en una casa llena de libros, cajas y trastos por todas partes. Enseguida nos explicó que era un militar canadiense retirado y que en los últimos años había estado haciendo negocio vendiendo libros y trastos en mercados de segunda mano, pero lo había dejado y todavía no se había librado de los productos que tenía amontonados con el objetivo de vender. Poco más tarde empezamos a intuir cuáles eran sus dos verdaderas pasiones: el ocultismo, aplicando la numerología a Alexandra, y el sexo, conformándose sólo en explicarnos diferentes anécdotas sobre el grupo de sadomasoquismo que se reunía cada sábado en Halifax. En cualquier caso, dejando de lado los cientos de libros sobre esoterismo en las estanterías y los numerosos vibradores, pinzas y esposas que había abandonados por todas partes, Wayne era un hombre interesante, divertido y hospitalario. Mientras Alexandra se quedaba descansando y lavando ropa, el jueves, Wayne me llevó a hacer un tour por Halifax, aprovechando que tenía una tarjeta para estacionar en los aparcamientos reservados a minusválidos. Durante el recorrido, Wayne me estuvo explicando algunas anécdotas hilarantes de su trabajo como militar, intercaladas con diferentes episodios de la historia de Halifax, una ciudad afectada por muchas calamidades. Uno de los primeros lugares donde me llevó fue el memorial de Ford Needham, dedicado a las 2000 víctimas mortales de la mayor explosión pre-atómica de causas humanas, provocada durante la primera guerra mundial, en 1917, cuando dos barcos que transportaban municiones y TNT chocaron en el puerto natural de Halifax. Cinco años antes, en 1912 otra catástrofe había ocurrido relativamente cerca de Nueva Escocia cuando el gran barco Titanic chocó contra un iceberg y se hundió. Muchos de los cuerpos de las víctimas recuperadas fueron transportados y enterrados en el cementerio de Halifax, visitado por decenas de autobuses de turistas diarios durante los años posteriores a la proyección del filme Titanic. También visitamos la ciudadela construida por los ingleses en el siglo diecinueve, desde donde se disfrutaba de una bonita panorámica de la ciudad, la cual me dio la sensación de que no tenía demasiado más para ofrecerme. De todos modos, al día siguiente volví al centro de Halifax con Alexandra para descubrir si realmente la ciudad era interesante de visitar, pero después de afrontar las bajas temperaturas volviendo a recorrer el centro caminando y con un autobús gratuito, decidimos abandonar desilusionados la ciudad para dirigirnos a un pueblo que Wayne nos había recomendado visitar. Peggy´s Cove era un pueblo de pescadores, al sur oeste de Halifax, que realmente valía la pena visitar. A pesar del viento gélido que soplaba, tan pronto como pudimos subir la carretera de detrás del pueblo hacia el faro, la vista me hizo parar el coche en medio de la carretera y salí a hacer fotos del pequeño faro, el mar enfurecido y las dramáticas nubes que daban el toque final. Durante estos primeros meses de este viaje de dos años por América, mientras conducía, numerosas veces Alexandra y yo hemos estado conversando sobre cómo será nuestra vida al establecernos en Cataluña, tras un total de seis años viajando. Es posterior a estas conversaciones que inevitablemente tengo la sensación de que esta última etapa del viaje se esté acabando mucho antes de que llegue a su fin. En parte, supongo que estos pensamientos se deben a la excesiva pasividad del viaje por América, sin emociones fuertes ni choque cultural. Quizás, lo único que de momento había conseguido interrumpir nuestra respiración habían sido las maravillas naturales que nos reservaba este continente, como podían ser el Gran Cañón del Colorado o el Parque Nacional de Yellowstone. De momento en Canadá no había habido nada que nos hubiera sorprendido en sobremanera pero, sin saberlo, los dos últimos días nos esperaba otra sigilosa maravilla natural en el Norte Oeste de Halifax, en la bahía de Fundy, la cual diariamente expira y exhala con sus dos mareas unos 115 billones de toneladas o metros cúbicos de agua. Diferentes personas en Canadá nos habían recomendado ir a ver las mareas en la bahía de Fundy, las más elevadas del mundo, pero hasta que no nos fuimos acercando y empezamos a leer algunos datos, no pensé que pudieran resultar tan espectaculares de observar. Pero realmente lo eran. Según los oceanógrafos, el tiempo que tarda una gran ola en recorrer toda la longitud de la bahía de Fundy (290 kilómetros) es prácticamente el mismo al tiempo de un período de la marea (decrecer y crecer). Esta coincidencia establece una frecuencia de resonancia que al final de la bahía provoca alturas de la marea anormales. En concreto, dos veces al día se obtienen diferencias de 17 metros entre el nivel más bajo y el más alto de la marea, completamente extraordinario si tenemos en cuenta que los máximos desniveles de las mareas en todo el mundo no superan los 2 metros. Siguiendo una recomendación de Wayne, nosotros fuimos a observar estas espectaculares mareas en Halls Harbor. Por la mañana, al despertarnos, la marea estaba baja y pude caminar entre los pocos barcos del pequeño puerto que reposaban sobre la tierra, mientras el mar hacía chasquear las olas lejos del espigón. Pero al mediodía, el espectáculo era completamente diferente, el agua había subido 9 metros respecto a la mañana y los barcos se balanceaban sobre su ambiente natural, mientras el mar hacía chasquear con fuerza las olas contra el espigón, haciendo saltar el agua por sobre estos. El contraste de las dos visiones, separadas por sólo seis horas era fantástico, casi sobrenatural. Maravillado por aquel espectáculo, por la tarde conduje ilusionado hacia el lado norte de la bahía de Fundy, donde Ewa de Toronto nos había recomendado de observar la fuerza de la marea desde el cabo de Hopewell. Y efectivamente, la magia se repitió el siguiente día. Bien temprano por la mañana el agua se había retirado y había dejado al descubierto una gran extensión de tierra y también unas misteriosas rocas erosionadas por la acción de la marea. Paseé por la playa que había sido sumergida durante la noche y me pasé un buen rato caminando entre grandes clapas de algas y descubriendo senderos ocultos entre las rocas. Pasadas unas horas, al mediodía volví, y no pude dejar de volverme a maravillar porque el agua había subido 10 metros y sólo dejaba ver la parte superior de las rocas y había recubierto una extensión enorme de tierra desnuda. Arcadia National Park (ver en mapa) 26/10/2010: Apenas hubimos cruzado la frontera entre Canadá y Estados Unidos, Alexandra se puso a gritar de alegría. Anteriormente había pasado algunas noches sin dormir estresada y temiendo que tendríamos problemas. En realidad, el único problema que podíamos tener era que los oficiales de la frontera no nos quisieran alargar el visado seis meses más. Pero yo estaba convencido de que podríamos persuadir a los policías que simplemente éramos turistas y no teníamos intención de quedarnos permanentemente en Estados Unidos. Y efectivamente, los oficiales no nos lo pusieron demasiado complicado para renovar nuestros visados. Intenté compartir con la misma intensidad la alegría de Alexandra pero no pude evitar de recriminarle que había sido inútil sufrir tantas noches sin motivo. El segundo día en Estados Unidos llegamos al Parque Nacional de Arcadia y dormimos en uno de sus desérticos aparcamientos. Pero la mañana siguiente apareció un Ranger dispuesto a ponernos una multa de 100 dólares por haber dormido en el parque nacional, algo ilegal. Afortunadamente, cuando saqué mi permiso de conducir internacional comentó que le resultaría demasiado complicado ponerme la multa y nos advirtió de no volver a acampar en un parque natural, porque había introducido mi nombre al sistema y a la siguiente vez no habría clemencia. Poco más tarde de la visita del Ranger nos pusimos en marcha y fuimos ascendiendo con el coche hasta la montaña Cadillac, en el centro del parque, desde donde se disfrutaba de unas formidables vistas de la península medio cubierta de niebla y nubes. A continuación nos dirigimos hacia Sand beach, donde tenía intención de ascender una vía ferrata hasta la cima del pico Beehive, pero la roca estaba mojada y resbalaba bastante y a medio camino decidí retroceder. No quería arriesgarse a romperme una pierna y consecuentemente tener que abandonar el viaje temporalmente. Por la tarde empezamos a hacer camino hacia el pequeño pueblo de Castine, que teníamos la intención de visitar el siguiente día. Pero durante la noche y toda la mañana estuvo lloviendo y no tuvimos más remedio que dirigirnos hasta Portland sin visitar Castine, ni tampoco Augusta, la capital del estado de Maine.
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