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Diario

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India



Kolkata (ver en mapa)

30/03/2009:
Teníamos comprado un billete de tren dirección a Kolkatta desde Patna, pero un viajero me informó de que Pana era peligroso y que era mejor tomar el tren desde Gorakpur. Aunque el viaje en tren desde Gorakpur era más largo (24horas), nos informamos de que era mucho más sencillo llegar a esta ciudad desde Kathmandu que a Patna. Así pues, finalmente compramos otro billete de tren desde Gorakpur con la intención de recuperar el dinero del billete de tren de Patna (es bastante sencillo aunque las autoridades se quedan un porcentaje dependiendo de los días u horas que faltan para que salga el tren). Paralelamente, también habíamos comprado un billete de autobús hacia la frontera con una compañía local. Salimos a las 7:30 en un autobús con unos cuantos turistas y bastantes nepaleses. El trayecto fue transcurriendo bastante bien, pero después del mediodía, cuando ya habíamos llegado a las llanuras del sur del Nepal, nos encontramos retenidos detrás de una columna de autobuses y camiones: habíamos tropezado con otra de las temibles huelgas del Nepal. Según parece, el dirigente de un partido político de la oposición había sido asesinado la noche anterior y la gente del pueblo donde había nacido el hombre había bloqueado el tráfico desde la madrugada. Igual que a las anteriores veces, los nepaleses se mostraron muy renunciados y pacientes, en comparación a la histeria de los turistas, sobre todo una chica portuguesa que tenía un billete de tren de Gorakpur a Varanasi a las 10:30 de la noche. De todas maneras, al cabo de una hora de esperar la columna de camiones y autobuses se puso en marcha, cruzando algunas barricadas y adelantando algunas decenas de kilómetros hasta la entrada de una ciudad importante próxima a la frontera, donde quedamos retenidos un total de 4 horas. Al final llegamos a la frontera a las 9 de la noche. Por suerte, Alexandra se aceleró y cruzamos la frontera los primeros de todos y pudimos tomar el último autobús hacia Gorakpur junto con una otro pareja de turistas. La portuguesa no pudo coger el autobús, perdiendo así el tren; de todas maneras, también lo hubiera perdido, porque el autobús llegó a Gorakpur a las 11 de la noche. Encontramos un hotel relativamente económico y el día siguiente a las 1 del mediodía tomamos nuestro tren.
El viaje en tren fue bastante relajante. A pesar de las 24 horas de viaje, habíamos comprado un billete para la tercera clase AC y estaba bastante tranquila. Por segunda vez nos encontrábamos en la India después de salir del Nepal y el contraste de los dos países y su gente nos hizo valorar todavía más el carácter afable y pacífico de los indios, con comparación con los nepaleses que tienen un carácter en general más crispado. Entonces me acordé de las memorias que Toni Aguilar del Nepal me explicó. Hacía unos veinte años, había viajado a India y se había encontrado un país muy hospitalario, con la gente muy interesada por los orígenes y cultura del Toni (también le había pasado viajando por España y Marruecos). De todas maneras, él mismo también explicaba que la India (igual que España y Marruecos) ha cambiado bastante, posiblemente corrompida por el turismo. Toni había sido incapaz de olvidar una imagen de su viaje de hacía veinte años: un autobús de europeos que tiraban caramelos mientras cruzaban un pueblo y los niños corriendo detrás de su estela para recogerlos. Evidentemente, la India que nos hemos encontrado no es la misma que se encontró Toni, pero por otro lado , no me cuesta imaginar que la mayoría de la gente se mostraría mucho más hospitalaria con nosotros si nos encontráramos en otra época. De toda esta reflexión sólo me entristece pensar que algún día, la maravillosa gente de Irán o el Sudán (no me refiero a sus gobiernos) dejarán de ser hospitalarios integrando el egoísmo e individualismo mundial en sus sociedades.
Una vez en Kolkatta tomamos un taxi de pre-pagado en una taquilla hasta la calle Suder, donde se alojan todos los turistas. Estuvimos preguntando precios y miramos bastantes habitaciones y finalmente tomamos una por unos cuatro euros, que no era la más económica aunque Alexandra estaba descontenta por la calidad. No había bichos, pero seguramente era normal: quizás se los había comido un gato que Alexandra había visto saltando de la cama a la ventana la primera vez que habíamos abierto la puerta. En realidad, Alexandra parece bastante descontenta con esta nueva etapa del viaje sin autocaravana, está bastante nerviosa y temerosa, quejándose por cualquier cosa. Pero yo intento ignorarla, para no contagiarme de su pesimismo, ya que en mi caso me estoy adaptando perfectamente. Me gusta poder ducharme en agua abundante, aunque en los tres hoteles que hemos sido alojados hasta ahora hemos tenido que utilizar un cubo y un tarro para tirarnos el agua por encima. Por otro lado también me gusta viajar con transportes públicos: tenemos mucho más contacto con la gente local, tengo mucho más tiempo para leer o escribir y no tengo que estar pendiente todo el rato de no chocar el coche contra un camionero loco. Al mismo tiempo, me siento confortable con todas las pocas cosas cargadas en la mochila: el ordenador, la cámara, el flash, dos pares de mudas de cada cosa, un jersey, un impermeable y otras pequeñas cosas que parecen indispensables. Con todas estas posesiones que cargo me siento capaz de sentirme en casa cuando llego y nos instalamos en un hotel, o incluso cuando estoy aquí sentado en una silla del aeropuerto.
El aeropuerto ... Ésta ha sido una buena aventura ... Nuestro avión hacia Bangkok sale mañana a las 6:50 de la mañana. Si tenemos en cuenta que tenemos que estar en el aeropuerto 3 o 4 horas con antelación, tendríamos que presentarnos a las 3 de la madrugada y despertarnos del hotel a las 2. ¿Una burrada, no? Así pues, hemos decidido presentarnos en el aeropuerto a media tarde, para pasar la noche medio durmiendo (o no). Pero sorprendentemente, cuando hemos intentado entrar en el aeropuerto un militar nos ha pedido ver el billete de avión y a continuación nos ha negado la entrada, indicándonos que sólo podíamos entrar cuatro horas antes. Indignado me he dirigido, a petición del militar, al manager del aeropuerto, quien también me ha dicho que no podía entrar en el aeropuerto hasta las 3. Cuando le he preguntado si supuestamente teníamos que quedarnos en la habitación de nuestro hotel hasta las 2 él me ha contestado que sí. Todavía más indignado, me he dirigido a la puerta principal y me he sentado en frente, primero sobre la mochila y después estirado al suelo y con la cabeza sobre la mochila, para expresar mejor mi protesta. Evidentemente, esta segunda postura ha tenido respuesta y al cabo de poco se ha presentado un militar exigiéndome salir del medio del paso (la gente pasaba perfectamente, pero naturalmente se me quedaban mirando bien extrañados). Pero yo, enrabiado con los militares y experimentado con algunas protestas similares de algunos años atrás, me he negado a moverme. Finalmente se ha presentado un superior y otro más superior, exigiéndome todos que saliera de allí. Pero les respondía que sólo saldría cuando me dejaran entrar a dentro. Finalmente, bajo las órdenes del más superior de todos, me han apartado la mochila y después me han estirado por los brazos y piernas fuera del camino. Pero tan buen punto se han marchado los militares me he vuelto a estirar delante de la puerta, esta vez sin mochila, que se había quedado un poco más allá, vigilada por mi mirada. Alexandra se ha presentado diversas veces rogándome salir de allí, para asentarnos en unos asientos a fuera el aeropuerto, pero como también estaba enfadado con ella desde la mañana, la he ignorado. Ante mi nueva postura, completamente estirado delante de la puerta, mucha más gente se ha aproximado a mí, algunos mostrándome simpatía y otros burlándose (como el militar que me ha negado la entrada y después me ha estirado). De todas maneras, me he ganado muchas sonrisas y afección cuando he contestado en uno curioso que yo era un activista de Gandhi que estaba protestando. Entonces la gente me ha dicho que el aeropuerto tenía unas normas y que yo las tenía que aceptar. Pero yo las he contestado que Gandhi cambió las normas impuestas por el Imperio Británico y consiguió la independencia de la India, yo luchaba para cambiar las normas del aeropuerto que consideraba injustas. Pasada otra media hora, se han presentado todavía más militares, y arriesgándome ir a la prisión o perder el avión (en realidad me importaba todo un pito) me he negado otra vez a moverme, explicándoles que me estaba manifestando en contra de un derecho que creía tener. Finalmente, un poco a malas maneras me han vuelto a arrastrar fuera del camino por las patas y brazos pero viendo que no estaban consiguiendo nada (me pensaba situar otra vez delante de la puerta) o avergonzados por su actitud, una mujer que parecía mandar ha comentado: 'dejadlo entrar'. Y de sopetón me he encontrado de pie, con la mochila en el hombro y la desorientada Alexandra al lado, entrando por la puerta principal hacia dentro del aeropuerto. Poco más tarde, nos hemos encontrado casualmente un español, Didac, que también tomaba el mismo vuelo que nosotros y un japonés. Los dos habían llegado al aeropuerto poco más tarde que nosotros, y a pesar de notar algunas reticencias por parte de los militares de la puerta, habían podido entrar a dentro de sin demasiados problemas. Me he sentido satisfecho que, como mínimo, dos personas se hayan beneficiado de mi lucha, aunque quizás no va valido la pena, porque el aire acondicionado a dentro del aeropuerto era tanto intenso que a duras penas hemos dormido una hora en toda la noche.



Thailand

Bangkok (ver en mapa)

01/04/2009:
Thailand,+Bangkok


Tailandia es un paraíso. Después de estar 6 meses viajando para los caóticos países de India y Nepal, cuesta asumir que países como Tailandia puedan existir. Sobrevolando las afueras de Bangkok con el avión aterrizando ya me sorprendí con los campos verdes, la multitud de casas unifamiliares y las autopistas de diversos carriles que se entrecruzaban en puentes de múltiples niveles. Pero mucho más nos maravillamos cuando el avión tocó tierra y se acercó al ultramoderno aeropuerto. Todo era inmaculado, grandioso y tecnológico. Pero la categorización de paraíso no se debe únicamente a la renta por cápita de Tailandia, superior a los anteriores países visitados. Después de pocos minutos circulando con un lujoso bus hacia el centro de Bangkok, Alexandra me comentó 'te has fijado que no se escucha ningún claxon'?. ¡Era verdad e increíble! Circular por la ciudad era tranquilo y silencioso, cada coche avanzando por su carril. Pero antes de llegar al centro nos encontramos con el principal problema de Bangkok: los atascos; ¡pero a diferencia de la India (también tiene este problema entre muchos otros de más graves) todos los coches se mantuvieron detenidos en su carril esperando pacientemente, y sin hacer sonar ni una sola vez el claxon! Pero las maravillas de Tailandia no se acaban aquí, pues los tailandeses son una de la gente que se muestra más interesada en ayudar del mundo. Cuando llegamos al centro y preguntamos por un autobús que nos llevara al barrio donde teníamos alojamiento, la gente empezó a preguntarse entre ellos hasta que nos recomendaron el mejor autobús, que a pesar de todo no nos dirigió al punto buscado. Pero al volver a preguntar a una chica en el autobús ésta se mostró tan interesada en ayudarnos que incluso bajó del autobús expresamente para nosotros, para preguntar a más gente como podíamos llegar a nuestro destino. Esta era otra diferencia importante en comparación en los países visitados desde Turquía: las chicas tailandesas no tienen ninguna timidez ni pudor de hablar con personas desconocidas. Además, también sorprende que vistan tan destapadas, vistiendo con pantalones o mini-faldas, mostrando todas las piernas. No es de extrañar pues, que ya se me haya llevado algún cachete de Alexandra, porque además, las Tailandesas son de las chicas más atractivas del planeta según los gustos occidentales, a pesar de ser en general bajitas y tener la nariz demasiado hundida o la cara demasiado plana si las miras de perfil (me lo ha hecho notar Alexandra).
Finalmente encontramos el local de unos jóvenes de couchsurfing que alquilaban habitaciones por 2euros o dejaban dormir gratuitamente en una sala compartida. Al principio, Alexandra se mostró muy disgustada con la habitación que nos asignaron, pues ella prefería una habitación con baño. Pero a mí me disgustó enormemente su actitud, porque aparte de pagarle todo el viaje hasta ahora, se me quejaba de las condiciones con que viajábamos. Pero después decidí cambiar de táctica con ella y comenté a partir de ahora nos asignaríamos un presupuesto individual que incluiría dormir, comida y desplazamientos; de esta manera, si quería dormir en hoteles mejores o moverse en taxi por la ciudad tendría que renunciar a comida mejor. El presupuesto asignado ha sido de 5€ diarios por persona, el mismo presupuesto que tienen David y Maria desde hace 2 años que viajan. Este presupuesto es menos de la mitad de lo que teníamos viajando con autocaravana, así pues, en realidad nos podríamos permitir un presupuesto más elevado, pero tenía ganas de ajustarme al mismo presupuesto de nuestros amigos, para ahorrar y para demostrarme que realmente dos personas pueden viajar por todo el mundo con 300€/mes.
De todas maneras, Thailàndia parece ser un país bastante económico de viajar y el presupuesto de 10€ diarios entre los dos parece más que suficiente. Además, la diversidad de comida que se vende por la calle a menos 0,5euros el plato es increíble. De hecho, esta gran diversidad alimenticia es otra de las sorpresas de Tailandia. Expuestos en paradas instaladas a las aceras hay diversos tipos de carne (yo he probado los pinchos de pollo, una butifarra con arroz, y diversos platos de arroz con pollo, ternera o cerdo), diversos tipos de vísceras cocinadas (no las he probado), pescados, marisco (incluyendo unos animalones que parecían tritones), sopas (algunas de ellas cubiertas por una capa de chilis flotante), frituras (el aceite era limpio y transparente a diferencia de los oscuros aceites de la India), sushi, fideos, frutas peladas, bocadillos de helado, crepes, pastelería, y muchísimos otros productos que no sabría describir o nombrar.



06/04/2009:
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Thailand,+Damnoen+Saduak Thailand,+Damnoen+Saduak Thailand,+Damnoen+Saduak Thailand,+Bangkok,+Wat+Phra+Kaew Thailand,+Bangkok,+Wat+Phra+Kaew Thailand,+Bangkok,+Wat+Phra+Kaew
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Después de un par de días tomando posición de esta nueva ciudad y de visitar la embajada de Rumania para empezar a tramitar un nuevo pasaporte para Alexandra (se le están acabando las páginas), empezamos a visitar las atracciones turísticas de Bangkok (según la revista "Travel and Leisure" Bangkok fue la mejor ciudad del 2008). Las más importantes son los templos de Wat Phra Kaew y el gran palacio adyacente, pero el día que fuimos para visitarlos nos engañaron, o así lo pensamos, porque nos un chico nos enredó con tanta simpatía que sabemos si realmente nos engañó o se confundió. El chico nos comentó que el Wat Phra Kaew no abriría hasta por la tarde y que podíamos aprovechar la mañana para visitar dos estatuas de buda y un punto de información turística que resultó ser una agencia de viajes. A pesar de todo, la visita a los budas estuvo bien, pero por la tarde nos encontramos que el Wat Phra Kaew sólo abre por la mañana. Así pues, dejamos la visita para otro día y aprovechamos para descansar en un parque donde un gran grupo de mujeres hacían aeróbic mientras los hombres hacían acrobacias con una pelota que casi nunca tocaba al suelo. Al empezar a oscurecer, dejamos el parque y anduvimos hacia el barrio chino, donde todas las tiendas estaban cerrando, a excepción de una calle con grandes luces con caracteres chinos donde había diversos restaurantes en la calle captando la atención de locales y turistas.
Los siguientes días los dedicamos a relajarnos en otros parques, a transitar la ciudad y a recorrer con ferry un tramo del gran río Chao Phraya, por donde circulaban grandes barcazas de carga entre diversos barrios de rascacielos. Continuamente, a Bangkok nos sorprendía por su modernidad y la poca conservación del pasado, pero tenía su atractivo. En cambio, había un pueblo próximo que había intentado conservar el pasado o la tradición y de decepcionó mucho. Antes de ayer tomé un autobús bien temprano por la mañana para visitar el mercado flotante de Damnoen Saduak, un mercado que según fotografías antiguas era muy característico, con los campesinos llegando al pueblo navegando por canales con una canoa llena de productos o frutos que venían a los peatones de la ribera o a otros barqueros. Pero la imagen que me encontré fue totalmente viciada por el turismo, pues un 50% de las barcas que circulaban por los canales estaban llenas de turistas; y del resto, un 75% vendían subvenires y el 25% productos locales, en muchos casos empaquetados en bolsas de plástico.
Por suerte, la visita de ayer a Wat Phra Kaew fue mucho más satisfactoria y me sacó el mal gusto de boca, a pesar de los 7 euros de la entrada. Wat Phra Kaew es uno de los templos budistas más sagrados y venerados de Thailandia, el cual guarda la estatua del buddha esmeralda, que vivió una épica historia, ocultado en el norte de Thailandia, capturado por las fuerzas de Laos y recapturado finalmente por los tailandeses, quiénes le construyeron el templo visitado. El templo se empezó a construir en 1785, junto con un palacio real, cuando Bangkok se estableció como nueva capital de Tailandia. Evidentemente, la realeza no escatimó en gastos, pues los templos de Wat Phra Kaew son fascinantes, con multitud de estatuas (demonios y gigantes) surgidas de la mitología hindú, intrigantes pinturas de batallas mitológicas, una gran estupa dorada, otras soportadas por ejercidos de demonios, y diversos templos con tres niveles de tejados y adorados budas en su interior.




Ayutaya (ver en mapa)

08/04/2009:
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De Bangkok nos dirigimos en tren a Ayutaya, un pueblo asentado en una isla natural formada en la unión de tres ríos. La isla resultó un excelente punto para que prosperara el reino de Ayutaya, gracias a los ríos que defendían la ciudad de las invasiones y la beneficiaban con el comercio que naturalmente recurrían las aguas. A pesar de todo, en 1767, 4 siglos después de la fundación de Ayutaya y después de dos años de guerra, los Burmesos conquistaron la ciudad quemando y destruyendo sus edificios, palacios y templos. A pesar de todo, sus ruinas son impresionantes y se bien merecieron nuestra visita.
Encontramos un hotel económico y limpio entre la estación de trenes y el ferry que cruzaba el río hasta la isla, donde hay las principales ruinas y algunos otros hoteles más caros. Después de instalarnos en nuestro hotel, por la tarde cruzamos el río con el económico ferry y paseamos por el mercado del pueblo. Después visitamos el primer templo que guardaba una antigua y enorme estatua de buddha sentado que no fue destruida por los Burmesos (pero si el templo que la protegía). A continuación visitamos una otra grande estatua de buddha estirado y las ruinas de tres grandes stupas que antiguamente formaban parte de un palacio. Hoy hemos seguido las visitas pero alquilando un par de bicicletas y sudando para visitar otros tempos y ruinas de interés a dentro y a fuera de la isla, incluyendo otras estatuas de buddha siempre veneradas por los fieles tailandeses que arrodillados ofrecen incienso, flores y dinero. La manera de rogar parece similar a las de las otras religiones, incluyendo las supersticiones y esperanzas de ser beneficiado sobrenaturalmente con las plegarias y donaciones a buddha.




Sukhothai (ver en mapa)

10/04/2009:
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Después de 6 horas de tren, llegamos a Phitsanulok, una ciudad sin demasiado interés turístico, aparte de de un fabuloso mercado que se despertaba a media tarde y que nos ofreció todo tipo de comida deliciosa y económica (si no vigilamos nos engordaremos más yendo con transporte público por Tailandia que con autocaravana). De todas maneras, Phitsanulok es una buena base para visitar las relativamente próximas ruinas de Sukhothai y decidimos de pasar dos noches, encontrando otro económico y limpio hotel, próximo a otro hotel frecuentado por prostitutas (la primera visión que hemos tenido de Thailàndia como turismo sexual).
Hoy por la mañana me he vuelto a despertar temprano (Alexandra ha vuelto a preferir quedarse durmiendo) y he tomado tres autobuses hasta llegar a las ruinas del reino Sukhothai, el primer reino Tailandés antecesor al reino de Ayutaya. El reino de Sukhothai floreció durante 150 años, del 1257 hasta 1379, cuando fue ofuscado y asimilado por el reino de Ayutaya más al sur. A diferencia de las ruinas de Ayutaya, las de Sukhothai están rodeadas por parques y bosques y parecen más auténticas o románticas, y eso se paga, pues los tres grupos de ruinas valen unos 2 euros cada una (sólo para los extranjeros). De todas maneras, queriendo mantenerme con el ridículo presupuesto mensual de 150euros por persona, me colé en los tres grupos de templos sin pagar, entrante con la bicicleta con convencimiento por delante de los guardas de entradas secundarias. En cualquier caso, las ruinas de Sukhothai me parecieron menos atractivas que las de Ayutaya, aunque también interesantes de visitar.




Chiang Mai (ver en mapa)

11/04/2009:
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A hasta ahora hemos viajado en tren por Thailàndia, el cual dispone de diferentes categorías o precios según la rapidez del tren, o según pare en más o menos estaciones. Ayer, mientras yo visitaba las ruinas de Sukhothai, Alexandra compró el billete de tren hacia Chiang Mai y habiendo aprendido la consigna de gastar poco, compró el billete más económico, de unos 1,2 euros para 350 kilómetros. De todas maneras, según el horario, el tren necesitaría 8 horas para hacer el trayecto, aunque a la hora de la verdad han sido 10. De todas maneras, a pesar de los asientos de plástico y a pesar de estar el tren parado una hora en una estación de tren perdida en medio de las montañas, el viaje no se me hizo pesado. Para Alexandra un poco, aunque tampoco refunfuñó demasiado. Acabé de leer una novela sobre la India, escribí el diario de los anteriores días, escribí un poco más de mi novela, miré el paisaje (que pasó de las llanuras del sur a las verdes montañas de más en el norte), hice algunas fotos, medité, y conversé con un hombre que se empezó a interesar por mi religión y creencias, no sorprendiéndose que yo no creyera a Dios. En cambio, yo sí que me sorprendí que él no creyera a Dios, pues en la India y en los anteriores países Islámicos era un sacrilegio no creer a Dios, en cambio parece ser mucho más normal a la Thailàndia budista, pues en realidad Buda no se quiso definir nunca sobre la posible existencia (o no) de Dios. Después, el hombre me ha explicado que en Thailàndia hay muchos problemas políticos, y que si los políticos tuvieran más pensamientos budistas habría muchos menos enfrentamientos. De hecho, durante este viaje, estamos leyendo en la prensa internacional que hay muchas protestas en Thailàndia entre los partidarios del gobierno actual y los partidarios del anterior, pero nosotros que estamos viajando por el país no en nos damos cuenta, y la gente no parece querernos explicar sus problemas. Tampoco el hombre con quién he hablado, que no me ha querido (o no ha sabido) explicar el conflicto y se ha centrado a explicarme que el budismo es una religión que predica la paz entre las personas y la paz de mente. Durante un rato he pensado que a causa del budismo, los países de la zona habrían sufrido menos guerras y conflictos, pero después, recordando la historia tailandesa o de los países vecinos (Birmania, Camboya, Laos, Vietnam ...) me he dado cuenta de que no es así, que también han sufrido sus guerras, algunas de ellas muy sangrantes. Quizás pasa lo mismo que con el cristianismo o el Islam, dos religiones que predican la paz y amor entre las personas, pero que en realidad han provocado muchas guerras y odio contra los pensamientos discordantes.
Lo peor de este viaje tan largo en tren fue la llegada. Cuando por fin el tren paró en una vía muerta de la estación de Chiang Mai, ya estaba oscureciendo y lloviznaba. Los taxis en la salida de la estación nos querían cobrar mucho, pero por suerte, en la calle de fuera ya nos dieron precios más normales hasta el barrio donde hay los hoteles económicos de turistas. Pero después de estar buscando una hora cargando las mochilas, nos empezamos a dar cuenta que las habitaciones económicas estaban todas ocupadas pues habían llegado muchos turistas en la ciudad para celebrar en dos días el fin de año Tailandés. Pero el presupuesto ajustado que nos habíamos impuesto hizo que Alexandra me empujara a seguir buscando hasta que encontramos un hotel escondido en una callejuela, que tenía unas habitaciones bastante buenas con baño incluido por sólo 3 euros.



18/04/2009:
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Thailand,+Chiang+Mai,+budist+temples      


El fin de año Tailandés o el Songkran ha sido muy divertido, pero también bastante agotador. Estas festividades coinciden con los meses más calurosos de Tailandia (el sol se encuentra vertical al mediodía) y desde tiempo antiguos, se celebran refrescando a las personas amadas con agua y a las estatuas de budas con agua perfumada. Pero actualmente, sobre todo en Chiang Mai, el Songkran ha degenerado en amistosas batallas campales para mojar equipos contrarios o en indiscriminados ataques a cualquier persona que tenga la ropa ligeramente seca. Así pues, si sales dispuesto a quedar completamente empapado, la celebración del Songkran resulta muy divertida.
Las celebraciones empezaban en teoría el lunes, pero el domingo por la mañana ya empezó el desenfreno. Salimos dispuestos a mojarnos un poco, yo cargando la pequeña mochila con la protección de lluvia y la cámara parcialmente tapada con una bolsa de plástico. Tal como nos esperábamos, Alexandra fue la primera a ser rociada: porque era mujer y porque no carga ningún objeto de valor. Enseguida Alexandra compró un pequeño cubo de agua y se añadió a un pequeño grupo de turistas y gente local que tiraban agua con cubos y pistolas a las motos y a los triciclos que pasaban y a todo-terreno descubiertos que cargaban ejercidos de jóvenes dispuestos a mojar y a ser mojado. Mientras tanto yo fui haciendo fotos, mojándome parcialmente, hasta que inevitablemente alguien con mala puntería echó un cubo de agua sobre mi cámara. Para evitar problemas, le saqué la batería y la sequé un poco. Después dejé a la cámara envuelta en una bolsa y mientras Alexandra la vigilaba y descansaba, yo me junté con un grupo de extranjeros que habían comprado un gran bloque de hielo para enfriar el agua a tirar sobre los rivales. En realidad, una vez quedé bien empapado, era agradable que te tiraran agua, pues el agua acostumbraba a estar más caliente que el ambiente. En cambio, cuando te tiraban agua fría o helada, la experiencia era del todo desagradable, de la misma manera que lo era cuando te tiraban agua con fuerza contra los ojos, la boca o las orejas. Pero eso era parte de la gracia, y no dejaba de ser divertido hacer lo mismo: tirando agua congelada contra otros grupos, contra motociclistas y sobre todo, contra los pasajeros de los taxi-buses que se resguardaban en el fondo, con la intención de pasar desapercibidos.
Al cabo de unas pocas horas, los dos volvimos al hotel, cansados de estar empapados y un poco enfriados. De todas maneras, al día siguiente, una vez el sol empezó a calentar con fuerza, fue más que placentero volver a añadirse a la fiesta, esta vez sin cámara. La lástima fue la imposibilidad de fotografiar a una larga comparsa de estatuas de budas y fieles de diferentes templos que transitaban solemnemente por una calle principal de Chiang Mai mientras eran rociados respetuosamente por los espectadores con agua perfumada. Al siguiente día descansé, saliendo a visitar algunos templos de la ciudad. Pero al cuarto día volví a añadirme a la fiesta, esta vez juntándome con un grupo que cogía el agua marronácea del canal y la tiraba a los transeúntes o a los de los bar de delante, quiénes contraatacaban con pistolas de alta presión y agua congelada.
Y al quinto día hubo calma. Aun así, al salir a pasear me tuve que remojar yo mismo en un grifo porque el calor era insoportable. Chiang Mai es una ciudad interesante, con demasiados turistas pero interesante. La ciudad antigua, con diversos templos de unos 700 años de antigüedad, está rodeada por un gran canal cuadrado que la defendía de los ataques burmeses. La mayoría de estos templos eran bastante visitados por los Tailandeses en motivo del Songkran, los cuales pintaban los budas de metal con pequeñas placas doradas, colgaban billetes de 20 bats (0,4euros) por los templos, escribían deseos que dejaban clavados en una flor, colgaban trapos de colores y plegarías ... De todas maneras, lo que más me sorprendió de los templos (y que por otro lado ya había observado en otros templos de Tailandia) fue la veneración de monjes budistas de cera. Enfilados en un pedestal o detrás de una vitrina, y delante de algunas fotos del monje aun en vida, casi cada templo tenía un monje viejo de cera de medida real y meditando con gran realismo.
Chiang Mai también nos sorprendió con algunos otros aspectos. En dos puntos diferentes vimos una parada donde vendían insectos fritos de todo tipo: algunos similares a gusanos, otros similares a moscas e incluso, unos de medida enorme, de cuatro o cinco centímetros de largo. Por otro lado, la gran presencia de turistas en Chiang Mai nos hizo darnos cuenta de algo comentado en los medios de comunicación, el turismo sexual en Tailandia: muchas chicas jóvenes acompañaban hombres de edad media y muchos bares tenían signos evidentes de ser foco de prostitución.
Hablé con Ken un inglés que vive de hace muchos años en Tailandia, dirigiendo el hotel donde estábamos acomodados. Ken me comentó un poco indignado que la gente estuviera celebrando el Songkran con tanta pasión, mientras en Bangkok se producían unas manifestaciones muy importantes: los camisetas rojas que querían hacer caer al presidente actual, al cual acusan de querer hacer cambiar la constitución para dar más poderes al rey y a los militares. Desgraciadamente (según Ken), la manifestación se deshizo al cabo de diversos días, después de que el ejército interviniera y de que murieran dos manifestantes. Ken no se mostraba demasiado optimista, opinando que el rey actual (del cual hay pancartas, fotos y calendarios por todas partes) es bastante intervencionista. Más tarde, mirando algunas de estas fotos, pensé que este rey parecía un hombre un poco atontado y sin demasiada energía, un hombre que seguramente no habría dominado nada su entorno si no hubiera nacido con sangre azul, y mucho menos habría conseguido amasar la fortuna que posee, pues según la revista forbes, el rey de Thailandia es el miembro de la realeza más río del mundo.
Ayer - haciendo caso a una sugestión del Ken - alquilamos una moto por 1,6 euros (más 1,4euros de gasolina) para visitar diferentes puntos de la ciudad. Fue divertido, pero también agotador, pues hacía casi veinte años que yo no conducía una moto y Alexandra no paraba de moverse detrás asustada e histérica. Por otro lado, habríamos ahorrado más tomando transportes públicos, pero no demasiado. Visitamos el bonito templo de Doi Suthep, enfilado en una montaña donde la leyenda dice que murió un elefante blanco que cargaba las veneradas reliquias de un Buda. Por la tarde, nos dirigimos a Bo Sang, un pueblo próximo famoso por manufacturar paraguas de papel, pero en el pueblo sólo había tiendas de suvenires y yo me quedé descansando en un bar, mientras Alexandra hacía sus investigaciones y compras.





Laos

Luang Prabang (ver en mapa)

21/04/2009:
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Después de una semana de desenfreno y de relax en Chiang Mai, tomamos un autobús dirección Norte, hacia la frontera de Laos, cruzando algunas carenas montañosas cubiertas de vegetación tropical o selva, y atravesando algunas llanuras recortadas en innumerables parcelas preparadas para ser cultivadas con arroz. Según he leído, Tailandia es el primer exportador mundial de arroz (6,5 millones de toneladas anuales), con el 55% de su area cultivable dedicada a este cultivo. Más rápidamente de lo que pensábamos, al mediodía llegamos a Chiang Kong, a la orilla del río Mekong, que en esta región actúa de frontera entre Tailandia y Laos. Después de conversar con unos viajeros que hacía unas semanas estaban atrapados psicológicamente en Chiang Kong (un pueblo que no me pareció que tuviera demasiado atractivo), pasamos los trámites de inmigración de Tailandia y cruzamos el Mekong con una barcaza hasta el pueblo de delante, Huay Xai, dónde se encontraba la inmigración de Laos. En la inmigración pagamos los 35 dólares necesarios para cada visa y a continuación buscamos un hotel, que finalmente encontramos a un precio similar a los de Tailandia. De todas maneras, lo que no era equiparable era el precio de la comida, que en algunos productos parecía ser el doble de caro que en Tailandia. Por una parte, quizás era lógico, pues absolutamente todos los productos empaquetados eran importados del país vecino. Pero lo que no me parecía tanto lógico era el precio de los productos locales. Aun así, después de mucho observar que la gente local también pagaba los precios que nos pedían (y que no nos engañaban), nos convencimos de que el coste de la vida era más elevado en Laos y que en este país nos sería más difícil ajustarnos al presupuesto de 5euros/día por persona.
También el transporte parecía mucho más caro que en Tailandia, como mínimo para el viaje de dos días con barcaza para llegar a Luang Prabang (20€/persona) (el autobús era totalmente desaconsejable por el mal estado de las carreteras). De todas maneras, los precios serían más normales si no fuéramos extranjeros, pues a los turistas les aplicaban automáticamente el doble de precio que a los locales. Compramos el ticket por la misma noche, y al día siguiente embarcamos en la gran canoa, junto con otros 70 turistas. Hacía mucho tiempo que no veía tantos occidentales juntos en un mismo espacio y no dejaba de ser una sorpresa, en cierta manera agradable, pues nos permitió conversar con muchos otros viajeros, la mayoría en vacaciones de cuatro semanas y con presupuestos mucho más elevados que el nuestro (por ejemplo no se privaban de beberse diversas cervezas al día que valían 2 euros cada una). En la barcaza también conversé un rato con un Tailandés profesor de inglés, que estaba dedicando unos días de vacaciones para conocer Laos, según él (y mirando de reojo al conductor de la barcaza) para descubrir cómo era Tailandia 30 años atrás, antes del bum económico. A continuación, este mismo profesor Tailandès, me explicó la difícil situación política de Tailandia, con uno ejercido poseyendo un gran poder e interviniendo en las decisiones gubernamentales.
A media tarde del primer día de viaje por el río Mekong, llegamos al pueblo de Pakbeng, un pueblo perdido en medio de la selva y dominando el río Mekong, lleno de restaurantes y de hoteles para alojar a las decenas de turistas que cada día se ven obligados a pasar la noche en su trayecto de Huay Xai hacía Luamg Prabang. De todas maneras, había bastante competencia y todavía encontramos un hotel económico. Por otro lado, el día siguiente bien temprano por la mañana (hoy), he descubierto un pequeño mercado donde me he podido hacer una idea de cómo debería ser el ambiente del pueblo antes de la llegada del turismo. Incluso, en este mercado había una mujer que todavía no se había corrompido y que vendía sus productos a los precios de la selva, a quien he comprando una gran papaya de unos tres kilos por sólo un euro.
En la segunda etapa del viaje, nos han cargado en otra barcaza más pequeña e igual de incómoda que la primera, acomodados en unos estrechos bancos de madera que te dejaban el culo cuadrado, a pesar de las almohadas que había. Aun así, las conversaciones con los otros viajeros han continuado distrayéndonos, además de seguir maravillándonos con el paisaje (bonito pero también monótono) del ancho río Mekong transcurriendo por encima un lecho rocoso y por debajo de un pequeño valle cubierto de vegetación y algunas casas ocasionalmente. Algunas pocas veces, la emoción del trayecto aumentaba, cuando el río se crispaba ligeramente en medio de remolinos, aunque la barcaza siempre se mantenía muy estable. Por otro lado, igual que al primer día, también me he aislado un buen rato, mostrando mi segunda personalidad de autista, y me he tendido entre dos bancos con el ordenador abierto sobre el regazo para seguir escribiendo mi novela, que lentamente avanza hacia el final.



24/04/2009:
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Laos, antes de ser bombardeada masivamente por los Estados Unidos y de caer definitivamente en manos de los comunistas, había sido una colonia francesa, y en Luang Prabang resulta evidente con su arquitectura europea y las baguettes que se venden por las tranquilas calles. Realmente, Luang Prabang es un pueblo que enamora, a pesar de los centenares de turistas que deambulaban por nuestro lado compartiendo los mismos sentimientos y a pesar del floreciente negocio de hoteles, restaurantes, agencias de viajes, cafés de Internet y paraditas de calle. Por suerte, muchos turistas se encierran en los bares a beber cerveza o contratan excursiones a unas cuevas y cascadas próximas y todavía hemos podido pasear con relativa tranquilidad por Luang Prabang.
Del siglo XIV al XVI, Luang Prabang fue la capital del Reino del Millón de Elefantes (Lan Xang), convirtiéndose posteriormente en el principal centro religioso del reino. Prueba de eso son la multitud de templos budistas que se esparcen por el pueblo, algunos de los cuales visité (los que no eran de pago), con una arquitectura y decoración más simple que los templos Tailandeses, pero con algunos relieves y pinturas interesantes en las entradas. En uno de estos templos, descansando bajo la sombra de un árbol florido encontré a un joven que estudiaba inglés ayudándose de un diccionario. Enseguida estableció conversación conmigo, explicándome que para muchos jóvenes, entrar en un monasterio budista era la mejor manera de estudiar, por las facilidades económicas y por las pocas distracciones que tenían. En cualquier caso, según me explicó, muchos monjes abandonan los hábitos una vez terminados los estudios, aunque siempre conserven la serenidad espiritual gracias a las innumerables horas de meditación realizadas.
Fue este joven monje encontrado en el templo quien me informó sobre una interesante atracción en Luang Prabang, aunque a penas había turistas porque sucedía a las 6 de la madrugada. A mí también me costó despertarme, pero valió la pena. Antes de salir el sol (y después de algunas horas de meditación) los monjes de todos los templos salen en fila india andando en silencio por las calles. La gente del pueblo los espera sentados en las aceras y provistos de ollas de comida (en general arroz), el cual van repartiendo solemnemente dentro de los recipientes que llevan a los monjes que pasan por delante suyo. La ceremonia es rápida pero cautivadora. La gente, parece venerar a los monjes como si fueran santos, sin tocarlos en ningún momento, mientras éstos andan a pasos largos y en estado meditativo.
Fue bien despertarme temprano porque después de la ceremonia, tropecé con un mercado tradicional que sólo montaban por la mañana (a la noche montaban otro mercado exclusivamente para turistas, con muchas paraditas con artesanía exquisita). Este mercado tradicional fue impresionante por la variedad de productos inimaginables que se podían vender, aparte de los vegetales: amuletos, larvas e insectos, lagartos, polluelos desplomados, serpientes ... De todas maneras, el animal más extraordinario que vi que se venía fue fuera del mercado: dos peces de río enormes, parecidos a unas carpas, que pesaban 30 kilos cada uno.
Por otro lado, el anterior viaje de dos días por el Mekong y la gran presencia de turistas en Luang Prabang, no permitió conocer a unos españoles que viajaban por poco tiempo y un argentino muy simpático a quien nos comprometimos de visitar cuando viajaramos por su tierra. Fue una buena ocasión para compartir unas cervezas con ellos, una bebida que no probábamos desde hacía algunos meses. Por otro lado parecía imposible evitar este refresco debido al calor que hace y debido a las decenas de turistas que pasean por tus alrededores todo el día con la botella a la mano, despreocupados por el dinero gastado, porque su viaje no durará más allá de unas pocas semanas, antes de volver a sumergirse al estrés de su mundo laboral.




Vang Vieng (ver en mapa)

27/04/2009:
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El viaje de Luang Prabang a Vam Vieng duró unas ocho horas en autobús, circulando por una carretera de continuas curvas, que se subía y bajaba por diversas montañas. El paisaje montañoso era bonito, aunque lo habría sido mucho más si no hubiera estado oculto por la neblina. Por otro lado, también dañaba la vista observar en muchas ocasiones, los pendientes de las montañas completamente deforestados y pelados, seguramente para comercializar con la madera, pero también, en algunos casos, para cultivar café. Por otro lado, la mayoría de las casas de los pequeños pueblos que cruzábamos estaban hechas de madera y paja. Realmente, aparte de los pueblos considerados turísticos, la vida en Laos no había cambiado demasiado en el último siglo.
Tendría que ser interesante visitar algunos pueblos perdidos del norte de Laos, pero vamos un poco justos de tiempo (sólo 5 meses por el sureste asiático) y nos hemos vuelto a detener en otro pueblo lleno de turistas: Vam Vieng. De todas maneras, a diferencia de Luang Prabang, Vam Vieng es un pueblo horrible, lleno de hoteles de baja categoría, agencias de viaje, cafés de Internet y restaurantes. Los restaurantes son un espectáculo, pues la mayoría tiene una gran televisión encendida emitiendo series de Friends o Simpsons, con decenas de turistas embobados delante de la pantalla. Por suerte, el aliciente turístico no se encuentra en el pueblo, sino en el paisaje y en unas cuevas próximas. De todas maneras, la mayoría de los turistas no parecían demasiados interesados en el paisaje, pues en vez de andar por los alrededores, preferían hacer tubing. El tubing es un deporte que se han inventado las agencias de viaje, en el cual el turista es abandonado al corriente de un tranquilo río, sentado en un neumático inflado de camión y generalmente con una cerveza a la mano.
Sin interés de hacer tubing (admito que el precio tampoco me resultaba demasiado atractivo), decidí dedicar estos dos días a Vam Vieng a perderme por el otro lado del río, donde había algunos prados y detrás diversas montañas de rocas y vegetación que se elevaban verticalmente, ofreciendo un paisaje que me recordaba algunas postales de Asia. Al pie de estas montañas había diversas cuevas que estaban señaladas con un trapo ondulante en un palo y con unos niños que cobraban una mínima entrada. Estos niños también se ofrecieron hacerme de guía, con un precio más elevado que no acepté. Pero fue una buena decisión, porque las emociones de entrar sol a una profunda cueva son inolvidables.
La primera cueva que visité, llamada Phadeng, básicamente era un pasadizo (a veces de un metro de altura) que se introducía unos quinientos metros dentro de la montaña, con diferentes escaleras de madera para bajar y subir desniveles y pasarelas para cruzar fisuras. Al final, el corredor acababa en una pequeña piscina de agua marronácea, donde en teoría te podías bañar y donde en teoría había unos grandes peces. Eso de los pescados no me lo acabé de creer, de todas maneras, también era increíble observar tan en el fondo de la cueva unos insectos parecido a gajos con unas antenas de unos veinte centímetros de largo. Al volver, después de haber estado todo el rato preocupado por la fiabilidad de mi linterna, decidí perder el miedo y apagarla. Había entrado con un bastón, y como si fuera un ciego fui golpeando el suelo, rocas y techo para ir avanzando sin peligro a tropezar. Adelanté unos cincuenta metros en la oscuridad total y palpando con el bastón mis alrededores, hasta que me encontré en un entorno incomprensible y encendí la luz, temeroso de caer por una grieta.
La segunda cueva, la de Goldjar, era mucho más grande, con diversas estalactitas que resonaban al golpearlas suavemente. Todas las paredes blancas de la cueva estaban llenas de dibujos hechos con barro por los diferentes trogloditas que habían visitado la cueva los últimos años, y en el fondo había una estatua de buda con algunas ofrendas. Cuando estaba visitando un rincón, escuché que estaban entrando unos turistas. Apagué la linterna para no asustarles, y acto seguido me di cuenta de que así les asustaría más, pero ahora ya la tenía apagada y esperé, hasta que fue inevitable que sus linternas me descubrieran, y encendí la mía, causándoles un buen susto, naturalmente.
Al día siguiente, hoy, me he dirigido a las montañas más en el sur dispuesto a visitar otras cuevas, caminando por un caminito con telarañas y serpientes que se ocultaban al pasar. Pero al llegar a la primera cueva, me di cuenta de que me habían seguido a un hombre y un chico de pintas sospechosas, con los vestidos sucios y con un puñal encintado. Alexandra me había advertido que en las cuevas se producían robos, así pues, me situé en un punto elevado en la entrada y empecé a hacer punta en el bastón que llevaba con mi navaja. El hombre y el chico se quedaron en la entrada, hablando entre ellos y sin osar acercarse, mientras yo seguía haciendo punta a mi bastón como si fuera la cosa más normal del mundo. Hasta que el hombre y el chico decidieron marcharse sin mostrar interés de entrar a la cueva. Pero yo sí que lo hice, envalentonado por mis experiencias de Indiana Jones, aun así no llegué demasiado lejos, porque en una escalera de madera que se enfilaba por la cueva me encontré una pequeña araña que se ocultaba, y al agacharme para observarla y hacerle una foto me encontré una araña enorme, de unos diez centímetros, que me hicieron perder todas las ganas de seguir con mis aventuras.





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