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Diario

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China



Xining (ver en mapa)

11/08/2009:
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En Xining hemos tenido mucha suerte de ser alojados por Amy, una simpática chica de Alaska que está trabajando de profesora de inglés en la ciudad. Amy nos explicó que estaba encantada con la ciudad, por su ambiente relajado y por su mezcla de culturas: xina, tibetana y musulmana. Pero no sólo eso, en Xining Amy ha encontrado muy fácil de hacer amistades, y así tuvimos ocasión de comprobar, por que Amy y una amiga suya fueron invitadas a cenar por unos amigos de un amigo (pero desconocidos) y de rebote, nosotros nos añadimos. Los chicos eran un tibetano y un rico musulmán que nos condujeron hasta un lujoso hotel donde tenían una habitación de comedor reservada para nosotros. Allí empezaron a abrir cervezas y a servirnos, mientras pedían diversas "exquisiteces" de comer: tendones de yak, piel de cara de vaca, espalda de antílope, musgo frito ... De todas maneras, el principal problema no eran los ingredientes principales, sino la cantidad de chili que tenían. Después de la cena, los chicos nos llevaron a una discoteca, con una música y ambiente muy interesante y occidental, aunque para estar tenías que alquilar una mesa. En cualquier caso, eso no fue ningún problema, porque nuestros anfitriones se encargaron de reservar una y de comprarnos todas las cervezas que quisiéramos.
Aquella noche fue muy divertida, pero sinceramente, aunque las otras han sido mucho más tranquilas, no han estado menos interesantes, conversando con Amy, con sus amigos y con otros invitados de couchsurfing. En una de estas conversaciones, después de declararse cristiana, Amy se mostró disgustada con el budismo tibetano, pues muchos monjes viven con lujo y riqueza gracias a las donaciones de los fieles. En cualquier caso, Amy también admitió que todas las religiones se alimentan y crecen gracias a las donaciones de los fieles, incluyendo cualquier rama o secta cristiana. Por otro lado, Amy también encontró algunas horas para pasear con nosotros por la ciudad, entre los muchos campos de deporte y por los interesantes mercados, que vendían todo tipo de productos en unas paradas muy limpias y ordenadas.
Paralelamente al encuentro con Amy, en Xining seguimos bastante estresados buscando la manera de llegar a Nepal cruzando Tíbet, pues, tan buen punto llegamos a Xining, fuimos a la policía para extender nuestros visados y la policía nos denegó esta posibilidad porque Alexandra no tenía páginas en blanco en el pasaporte (a pesar de tener un nuevo pasaporte). De todas maneras, tuvimos mucha suerte de encontrarnos casualmente con una japonesa que viajaba sola y que también tenía prisas para llegar a Nepal, pues el visado de la China también le caducaba. Los tres fuimos a una agencia de viajes que nos ofreció un buen precio (340€/persona, incluyendo tren, guía y transporte) para un tour de 9 días, que podíamos iniciar el miércoles una vez arreglados todos los permisos.





Tibet

Lhasa (ver en mapa)

13/08/2009:
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Con el fin de abaratar el viaje hacia Tíbet unos 40€ por persona, los tres decidimos de coger un billete de tren de asiento duro en vez de literas. Recordábamos la experiencia del Norte de Vietnam, donde un asiento duro de tren significaba un asiento de madera y nos temíamos que el viaje de 24 horas hacía Tíbet sería terrible. Aun así tuvimos mucha suerte, porque más de la mitad de los asientos (bastante confortables) estaban desocupados, y Alexandra pudo ocupar tres asientos en línea donde tenderse y yo dos. En cualquier caso, no sólo nos dedicamos a acomodarnos, también estuvimos admirando el paisaje desde la ventana, el cual era impresionante. Durante estas 24 horas, el tren hacia Tíbet recorrió unos 2000 km de territorio casi completamente deshabitado, sin bosques y al principio muy árido, con diversas dunas de arena que parecían amenazar de cubrir la línea de tren.
El día siguiente por la mañana, unos altavoces en el tren se encargaron de explicarnos que los últimos 1150 km de vía de tren fueron inaugurados en julio del 2006 (más tarde de nuestro inicio de viaje). Por otro lado, debido a la altitud de la línea (durante casi 1000 km, la línea transcurre a una altura superior a los 4000 m), ésta posee diversos récords, como el paso más elevado (5072 m) y el túnel de tren más elevado (4905 m). De todas maneras, los altavoces se recrearon mucho más explicando que ningun trabajador murió por mal de altura durante la construcción de la línea, porque se priorizó mucho en su salud. Y también insistieron que el tren llevó felicidad y riqueza a la gente de Tíbet, una afirmación difícil de contrastar, aunque a buen seguro el tren ha llevado multitud de turistas, algo improbable si Tíbet se hubiera mantenido independiente, el cual probablemente habría seguido siendo un país hermético similar a Butan. En cualquier caso, muy posiblemente la región de Tíbet se enriquecerá en el futuro (quizás a costa de perder la cultura milenaria), pues el gobierno chino tiene intención de extender la línea de tren hasta el Nepal y también hasta India (por el Sikim) convirtiendo al Tíbet en un importante nexo de comercio y comunicación.
Una vez desvelado por los altavoces, volví a plantar la cara en la ventana, observando las ondulaciones del plató tibetano, todo cubierto de hierba muy baja, por donde pacían los Yaks con el pelo largo. Llegando a Lhasa empezamos a ver algunas montañas nevadas y ante estas pequeños grupos de casas tibetanas, con el tejado plano, coloridas banderolas de plegarias ondeando arriba del todo, y grandes ventanas (extraño en un país donde hace tanto frío). Por otro lado, también era interesante desenganchar ocasionalmente la cara de la ventana y observar a los pasajeros del tren, mayoritariamente chinos y tibetanos, los cuales se podía diferenciar por sus vestidos y fisonomía, aunque era mucho más fácil identificar a los Tibetanos por sus caras de felicidad al llegar en Lhasa, señalándonos en la lejanía, el Potala enfilado en una colina.



14/08/2009:
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Tíbet es la primera vez en todo nuestro viaje que hemos sido obligados a contratar una agencia de viajes y a ir con guía. En cualquier caso, las primeras horas fueron excelentes, pues el guía (llamado Tom) nos recibió con unos trapos blancos que nos colgó en el cuello, y después de llevarnos a un hotel relativamente económico nos guió en taxi hasta el monasterio de Sera, en el Norte de Lhasa. Al igual que la gran mayoría de monasterios en Tíbet, el monasterio de Sera ha vivido una gran reducción de la población monástica desde "la liberación de Tíbet" por parte de China, en concreto, de los 5000 monjes que había, sólo quedan algunos centenares. De todas maneras, estos todavía mantienen una gran actividad, con animados debates que los confrontan en diario y que nosotros tuvimos oportunidad de presenciar. Según pudimos observar, los monjes se agrupan en grupos de tres o cuatro en un patio, con uno de ellos gesticulando con mucho énfasis diversas preguntas que los otros monjes sentados tienen que responder.
Después de la visita al monasterio de Sera, tuvimos unas horas libres que dedicamos a visitar las callejuelas llenas de paraditas en torno al hotel. Lhasa está a una altura de 3600 metros y, aunque en Tíbet pasaremos por diversos puertos de montaña de 5000 metros, enseguida nos notamos cansados, resoplando cuando tenemos que subir los dos pisos del hotel. De todas maneras, tranquilamente pudimos pasear por el barrio el cual estaba muy custodiado y vigilado: en cada rincón había cámaras de vigilancia, en muchas esquinas había policía instalada durante todo el día, y desfilando por las callejuelas había otros grupos de cuatro policías: uno con un arma, otro con un extintor, otro con una maleta plateada y uno último sin función. Por otro lado, no sólo la policía disminuía la magia de encontrarnos en Lhasa, pues la ciudad no parecía demasiado tibetana, con casas de diversos pisos, muchos comercios chinos e incluso una mezquita, de donde pudimos observar a decenas de musulmanes saliendo con la coronilla cubierta. Evidentemente, la política china de ofrecer incentivos a cualquier chino que quisiera emigrar a Tíbet estaba dando resultado, convirtiendo a los Tibetanos en una minoría en su propio territorio.
Hoy por la mañana, hemos visitado el templo de Jokhang, la estructura religiosa más sagrada de Tíbet, la cual se encuentra en el centro de Lhasa. Al llegar al templo bien temprano por la mañana, ya había centenares de peregrinos haciendo cola para entrar, en cualquier caso, nosotros hemos tenido que pagar la entrada de 7€ que como mínimo nos da derecho a colarnos. El templo estaba compuesto por una gran sala central donde parecían reunirse los monjes, y multitudes de capillas por donde iban circulando los peregrinos, en el mismo sentido que las agujas del reloj, vertiendo grasa de Yak líquida (la mantienen caliente en termo) en las linternas y ofreciendo billetes de valor equivalente a 1 céntimo de euro a las múltiples estatuas de Dioses, budas e imágenes de Lamas. Tantos Dioses y budas diferentes había representados y tanta devoción mostraban los fieles, que inevitablemente no he podido evitar relacionar el budismo tibetano con al hinduismo. De hecho, visitando este templo me ha sorprendido que el budismo tibetano sea tan seguido, a pesar de fuera prohibido durante muchos años y a pesar de que la actual religión tenga un líder espiritual que tiene su nombre e imagen prohibida en Tíbet. Me ha dado la sensación que la gente necesita creer y que seguirá creyendo independientemente de la situación política de sus países. Por otro lado, en lo alto de unas escaleras que resbalaban por la grasa de Yak, también he podido observar centenares de libros envueltos y guardados en estantes y también algunos monjes que los leen con mucho cuidado, pues las hojas de los libros no están ligadas entre sí, por lo tanto, al acabar de leer una la tienen que amontonar con las leídas vigilando mucho que no se desordenen.
Durante la visita del templo de Jokhang, yo me he desenganchado bastante del guía Tom, pues aparte de hablar un inglés muy deficiente, parecía más interesado en mostrar que era guía a las chicas locales que a mostrarnos las maravillas de Tíbet. En realidad, Tom parece detestar su trabajo y continuamente nos quiere mostrar las atracciones a velocidad de guepardo. Aun así, Alexandra lo ha seguido un poco y, observando que en el monasterio había diversas imágenes del 5o y 7o Dalai Lama, Alexandra le ha preguntado: ¿"hay ningún Dalai Lama vivo en la actualidad?" a lo que guía ha respondido con la lección china aprendida: "No, no hay ninguno vivo." En cualquier caso, quien ha sufrido más las deficiencias del guía ha sido la japonesa Yuri (nuestra compañera de tour), pues ella ha decidido pagar la entrada de 10€ para visitar el Potala por dentro, mientras nosotros admirábamos la antigua y majestuosa residencia del Dalai Lama por fuera. En menos de 40 minutos, Yuri y el guía ya nos estaban esperando en la otra punta del Potala, habiendo visitado el palacio mucho más fugazmente que los 50 minutos que el gobierno chino tiene asignados por visita.
En cualquier caso, el problema principal no lo hemos tenido con el guía, sino con la agencia de Lhasa, pues nos querían hacer pagar unos 40€ más porque teníamos intención de salir de Lhasa mañana, un día antes de le previsto. En cualquier caso, teníamos que salir un día antes para llegar con tiempo a Shigatse, donde podíamos extender nuestro visado cuatro días extra, para disfrutar de todo el tour contratado. En cualquier caso, no era completamente seguro de que podríamos extender el visado, porque Alexandra no tenía más páginas en blanco en el pasaporte. Así pues, al final decidimos pagar los 40€ a cambio de que la agencia se comprometiera por escrito a devolvernos casa 180€ al grupo si no podíamos extender el visado y nos veíamos obligados a reducir el tour en tres días.




Shigatse (ver en mapa)

17/08/2009:
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El sábado salimos bien temprano de Lhasa, con un todo-terreno que nos tendría que llevar hasta la frontera de Nepal en seis días. De todas maneras, la primera parada la hicimos muy pronto, en el monasterio de Deprung, a las afueras de Lhasa, otro monasterio similar a Sera, pero que llegó a albergar la mayor cantidad de monjes del budismo Tibetano: 10.000 antes de la invasión China en 1951, quedando actualmente sólo 800. La grandeza del monasterio y la gran cantidad de pequeñas capillas y laberínticos templos, requerían una visita tranquila, por eso ya me empecé a enojar cuando el guía mostró signos de desagrado cuando yo me quedé atrás mientras él se adelantaba con Alexandra. Al cabo de media hora de visita apasionante, Tom me llamó al teléfono móvil para preguntarme dónde estaba y para presionarme de ir más rápido. Yo le chillé que no me llamara más y que me dejara visitar tranquilamente el monasterio. Pero al cabo de otra hora hizo llamar a Alexandra para que me dijera que había una limitación de tiempo en la visita. Esta mentira me enfadó enormemente y cuando acabé la visita (habiéndome perdido algunas partes de templo) me dispuse a exigir un cambio de actitud al guía (o de intentar cambiar de guía). Yuri, escarmentada por la visita del Potala también estuvo de acuerdo, y Alexandra no tanto, pues estaba enfadada conmigo porque yo la había chillado por teléfono. Así pues, aun bien encendido por tener un guía que no me dejaba disfrutar suficientemente de Tíbet, me dirigí a él (estaba comiendo en un restaurante con el conductor) y empecé a decirle que estaba muy enfadado con él, pero antes de que pudiera decir nada más, él se rebotó y me dijo que también estaba muy enfadado conmigo, y que no quería ser guía nuestro si no acatábamos sus exigencias. En este momento me giré y sin decir nada más, me senté bajo la sombra de un árbol, dónde completamente indignado llamé a la agencia de Xining explicándoles exaltado que era imposible continuar con el mismo guía y que si seguíamos durando seis días más podía suceder algún problema muy grave. La Agencia de Xining me dijo que hablaría con la agencia de Lhasa y que me volvería a llamar, sorprendiéndome su eficiencia, porque al cabo de 20 minutos recibí una llamada de Xining comentándonos que podíamos volver a Lhasa donde nos estaba esperando a un nuevo guía. Tom no dijo nada en todo el camino, ni tampoco en la agencia de Lhasa, dónde el gerente nos presentó a un nuevo guía introvertido, comentando: "Éste es el nuevo guía, examinadlo". Pero después de comprobar que hablaba mejor inglés que Tom comenté, “no es necesario examinarlo, por la cara ya se ve que es buena persona y que no tendremos problemas con él".
El nuevo guía se llamaba Toto (en realidad tenía otro nombre tibetano, pero éste era más fácil de recordar), y más tarde, durante el viaje hacía las montañas a las afueras de Lhasa, nos comentó que tenía 30 años y que de los 8 a los 24 años había estado viviendo en un monasterio Tibetano, perdiendo cualquier relación anterior con sus padres o familia. Sin explicar porque abandonó la vida de monje, nos explicó que actualmente es profesor de tibetano, porque hay mucha gente en Tíbet que no sabe leer o escribir su lengua, y porque muchas escuelas de Tíbet tampoco enseñan esta lengua. Por otro lado, aunque Toto no esté casado, parece que éste sea uno de sus objetivos, porque durante todo el viaje no paró de flirtear con todas las chicas de los restaurantes y hoteles.
Uno de los primeros signos que nos convencieron del buen acierto al cambiar de guía, fue cuando llegamos al cuello de Kamba-la (4794 m), desde el cual se podía observar el lago de Yamdrok-tso, y nos comentó: "Si paramos aquí os cobrarán 4€ por persona, es mejor parar más adelante". Nos alegramos con esta propuesta, pues por la mañana, la anterior guía, Tom, nos había insistido que tendríamos que pagar 4€ para observar el lago de Yamdrok. En cualquier caso, el guía pidió al conductor detenernos al cabo de medio kilómetro, donde pudimos bajar para hacer fotos y admirar el increíble azul turquesa de las aguas del lago. El lago de Yamdrok es uno de los cuatro lagos sagrados de Tíbet, donde viven vengativas deidades, aunque éstas no parecen haberse vengado todavía de los chinos, los cuales han tenido la osadía de perforar la montaña para robar agua para generar electricidad (la mayor central de Tíbet).
Después de detenernos diversas veces para hacer fotos de diferentes perspectivas del fotogénico lago, la carretera empezó a subir hasta el cuello de Karo-la (5045 m), donde volvimos a detenernos para hacer diversas fotos de un gran glaciar de donde nacían multitud de cascadas que resonaban por todo el valle. Y ya finalmente, después de cruzar una gran planicie a más de 4000 m y un lago artificial, llegamos al pueblo de Gyantse, dominado por una antigua fortaleza o dzong enclavada en una colina de roca. En cualquier caso, la principal atracción de Gyantse, que visitamos al siguiente día, es el monasterio de Pelkor Chode, con una gran sala de asambleas, en torno a la cual había numerosas capillas ricamente adornadas con pinturas, estatuas y bibliotecas. Y mucho más increíble todavía era el edificio del lado nombrado Kumbum, de estructura circular y de seis plantas que se iban empequeñeciendo con la altura, las cuales albergaban en su interior hasta 70 capillas, cada una adornada con diferentes estatuas representando una mínima parte de la infinidad de dioses y budas de la religión Tibetana. Al acabar la visita, nuestro guía Toto nos propuso de empezar a hacer camino hacia Shigatse, donde podríamos extender nuestro visado, a pesar de todo, conseguimos arrancarle media hora de tiempo libre que dedicamos un antiguo barrio tibetano al lado del monasterio, con una calle principal con las vacas estacadas en los portales, y unas casas con tejados llanos donde ondeaban plegarias de colores y donde apilaban losas de mierda de vaca que tendrían que servir de combustible para el invierno. Más tarde, Toto me explicó que los tejados planos de las casas tibetanas se aíslan del agua de la lluvia gracias a la utilización de ceniza en su construcción.
Antes de llegar a Shigatse, Toto hizo parar al conductor en un molino de agua que molía un grano desconocido, y más tarde nos detuvimos en un pueblo enfangado, donde había el monasterio de Shalu, famoso por los míticos monjes voladores. Pero en vez de eso nos encontramos con un monasterio en obras que no pudimos visitar, aunque en vez de eso, fuimos invitados por unos monjes muy simpáticos a tomar té, un té con leche mucho más grasiento que los anteriores tomados (en Tíbet es típico poner grasa de Yak en el té).
Pasado el mediodía llegamos a Shigatse, la segunda ciudad mayor de Tíbet, la cual contiene el gran monasterio de Tashihulpo, con muchos edificios de estilo chino, los cuales albergaban el Pachen Lama, el segundo Lama en importancia (después del Dalai Lama) y tradicionalmente bien relacionado con el gobierno chino. Al ser domingo y al no ser posible extender nuestros visados, tuvimos la tarde libre, la cual dediqué a andar la Kora que daba toda la vuelta al monasterio por la montaña, un camino lleno de molinillos de plegarias, banderolas y calaveras de Yak grabadas con plegarias. A pesar de la lluvia que amenazaba en todo momento, el caminito era circulado en el sentido de las agujas del reloj por diversos peregrinos tibetanos que recitaban sus plegarias y hacían girar sus pequeños molinillos portátiles.
Mientras andaba por la Kora, pensé que es curioso que durante la revolución cultural china se destruyeran multitud de templos y monasterios en Tíbet y en cambio desde hace unos años, el gobierno chino está reconstruyendo gran parte de los destrozos, dejándolos como si nunca hubieran sufrido ningún daño, todo para potenciar el turismo. Por ejemplo, en Shigatse, los chinos acaban de reconstruir un palacio o dzong que había quedado en ruinas durante la revuelta popular de 1959, el mismo año de la huida a India del 14º Dalai Lama, nueve años después de "la liberación" de Tíbet en manos del ejército chino. Nuestro guía se mostró un poco escéptico o burlesco con el nuevo edificio, calificándolo de chino y no mencionando su pasado como dzong. De todas maneras, la reconstrucción de templos y monasterios no se inició para favorecer el turismo, después de la muerte de Mao y de la revolución cultural china (la cual deploraba cualquier manifestación religiosa), el gobierno chino se dio cuenta de que no podía seguir oprimiendo la religión, pues para tener el pueblo contento tenía que proporcionarle su "opio". Así pues, desde los ochenta, muchos monasterios reabrieron, muchos artefactos religiosos fueron devueltos desde China y muchos otros fueron construidos de nuevo para suplir los destruidos. Y en cierta manera, ha sido esta acelerada reconstrucción, la que permite visitar Tíbet como si nada malo hubiera sucedido, aunque las cicatrices todavía deben estar presentes detrás de las paredes repintadas.
Hoy por la mañana, Alexandra estaba bien nerviosa, pues temía que no le podrían extender el visado por falta de páginas, de todas maneras, nuestro guía Toto fue muy insistente y persuasivo con la policía, y hacia al mediodía nos comentó sonriendo que nos extenderían el visado a los dos, en el caso de Alexandra utilizando su nuevo pasaporte. De todas maneras, nos tendríamos que esperar por la tarde para recoger el pasaporte e inevitablemente pasar otra noche en Shigatse. Por otro lado, hasta hoy, nuestra compañera de viaje japonesa no había hablado casi nada sobre su vida, y no ha sido hasta que ha mostrado su pasaporte a la policía que nos hemos dado cuenta de que era una viajera auténtica que había visitado muchos países, abriendo oportunidades para nuevas conversaciones.
Mientras esperábamos que nos alargaran el visado, he decidido subir hasta la cima de una montaña detrás del templo de Tashihulpo donde ondeaban muchas coloridas banderas de plegarias. Bueno, en realidad, una vez he finalizado la costosa ascensión, me he sorprendido de las toneladas de banderolas que había ondeando y que había amontonadas al suelo formando confortables colchones. De hecho, he tenido una gran suerte que hubiera banderolas por todas partes, porque a media bajada me ha venido una urgencia muy urgente y al acabar me he podido limpiar el culo con un par de plegarias. Seguramente he cometido la herejía más hereje, en cualquier caso los budistas tibetanos también podrían estar contentos que sus banderolas tengan una aplicación práctica, aparte de la indemostrable espiritual.




Nepal Border (ver en mapa)

20/08/2009:
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Habiendo extendido nuestros visados y contentos de poder disfrutar de tres días más de Tíbet, el martes por la mañana nos marchamos de Shigatse, recorriendo un gran valle dirección al paso de Tropu-la (4950 m) y deteniéndonos más tarde en el pequeño pueblo de Sakya, el cual conservaba el alma tibetana más pura de todos los pueblos visitados. Apartado de la carretera principal y asentado en un fértil valle, Sakya poseía un portentoso monasterio rodeado por unas altísimas y largas murallas de estructura cuadrada. En cualquier caso, nosotros dejamos de lado el monasterio de Sakya para visitar el antiguo barrio tibetano al otro lado del río que, con las casas pintadas de negro y con ocasionales franjas rojas y blancas verticales, se elevaba por una polvorienta pendiente hasta un pequeño monasterio de color rojo, unas estopas de color blanco y las ruinas de otro gran monasterio. Caminando por la salvaje montaña dirección a un monasterio mediano que se observaba a la derecha, nos cruzamos con diversos tibetanos, la mayoría con la cara muy roja, como nosotros, debido a la poca protección de la atmósfera en contra de los rayos solares. Por otro lado, las mujeres tibetanas en general llevan una trenza enrollada alrededor de la cabeza, vistiendo con colores oscuros y un delantal o manto de coloridas franjas en frente.
Justo antes de llegar al monasterio mediano de la montaña, nos encontramos con una familia que amablemente nos ofreció sentarnos con ellos a pesar de no hablar una palabra en común. Después, ellos siguieron el peregrinaje hacia el monasterio, mientras el hombre me sugirió seguirlo amablemente. El hombre me hizo dar la vuelta al monasterio en sentido de las agujas del reloj, mientras me hacía imitar sus rituales, restregando diferentes partes del cuerpo en diversas piedras. Al terminar el recorrido, me encontré a Alexandra en la entrada del monasterio, quien me avisó que el monasterio era de mujeres y que me abstuviera de hacer fotos. Yo seguí al hombre a dentro del monasterio, quien fue vertiendo grasa de Yak en las linternas y dejando algunos billetes de 0,1Y en algunas estatuas, mientras hacía comentarios graciosos a las monjas, las cuales reían tímidamente. Después, una monja me hizo sentarme a su lado, mientras el hombre exclamó alarmado que me levantase enseguida. Pero las monjas, chicas jóvenes con la cabeza rapada y cubiertas con túnicas rojas, le dijeron que no había ningún problema. Entonces, mientras me quedaba solo con ellas, me intentaron dar conversación, aunque el lenguaje no dio para mucho. Finalmente me propusieron hacerles fotos, mientras cantaban y tocaban diversos instrumentos, y me despedí de ellas después de que me escribieran el teléfono del monasterio en un papel.
En Sakya pasamos la noche en una habitación de hotel de peregrinos, con las sábanas muy sucias, que además no disponía de ducha (increíblemente, ningún hotel de los siguientes tres días tenía duchas) y tenía unos lavabos terribles (similares a toda la China, pero peor). Al día siguiente, a pesar de haber dormido 8 horas me desperté más exhausto que los anteriores días, aun así nos pusimos en marcha dirección a Tingri. De camino nos detuvimos en el cuello de Gyatso-la (5220 m) donde hacía tanto frío, que enseguida nos convencimos de la buena decisión de no ir a Everest Base Camp (de la misma altitud). De hecho, hacía días que habíamos tomado la decisión de no ir, ahorrándonos pagar 40€ por persona, un precio que no ofrecía garantías de poder observar el Everest (Julio y agosto son los meses más lluviosos en Tíbet) a una distancia de 30 km (inexplicablemente, el campo base no se encuentra en la base del Everest, sino a unos 25 km de su base).
Durante la parada en el cuello de Gyatso-la, no pude evitar que el frío me penetrara hasta los huesos y durante el camino hasta Tingri noté cómo mi cuerpo temblaba mientras la fiebre me iba subiendo. Justo antes de entrar en el pueblo de Tingri pudimos observar la espectacular cordillera del Himalaya en el fondo, con el Everest elevándose a la izquierda. Tan bonita era la escena que me propuse de curarme al mismo día, y después de pasarme tres horas sudando en la cama del hotel y de tomarme un paracetamol, me desperté con energías suficientes para subir con Alex hasta la colina de detrás del pueblo de Tingri para volver a observar la sucesión de montañas nevadas más altas del mundo. Y delante de estas montañas no dejaba de sorprender la inmensa llanura que se extendía algún centenar de kilómetros en todas direcciones a una altitud de 4500 metros.
Al día siguiente, después de volver a observar la fantástica vista del Himalaya, hemos empezado a hacer camino hacia la frontera de Nepal, cómo siempre flanqueados por cables de electricidad o teléfono paralelos a la carretera, que normalmente estropeaban las fotos de las mejores vistas. Por otro lado, a medida que nos acercábamos a Nepal y cruzábamos los cuellos de La Lung-la (5124m) y Tong-la (5120m) empezamos a observar muchas ruinas, de unas antiguas invasiones nepalesas del 1788 y 1891, las cuales fueron repelidas por un ejército chino asistido por tropas tibetanas. En cualquier caso, bajando por el valle del río Sun Kosi se me hizo difícil imaginar cómo el ejército Nepalés pudo subir por éste estrecho, profundo y abrupto valle. El verde valle medio ocultado por nieblas y nubes ofrecía un paisaje completamente diferente al resto de Tíbet, pero no menos espectacular. Por otro lado, también me resultó extraño que la frontera estuviera situada en medio del valle, sin signos geográficos de mención importante, aparte de una pequeña cascada de que ofrecía una línea divisoria. En la frontera había un pueblo sin ningún tipo de atractivo, donde tuvimos que pasar la noche, ya que llegamos tarde debido a unas obras en la carretera. Fue nuestra última noche en Tíbet alimentada por los bonitos recuerdos de este país, a pesar de que nuestra mirada tenía la vista puesta en Nepal, en nuestro coche y en la vuelta hacia Europa.





Nepal

Kathmandu (ver en mapa)

29/08/2009:
Nepal,+going+out+of+Kathmandu


Nos despertamos temprano, pero la mayoría de turistas se despertaron más temprano que nosotros y en la frontera entre China y Nepal tuvimos que esperar más de tres horas, primero que abrieran la frontera y después que los policías chinos abrieran diligentemente absolutamente todas las mochilas y maletas de los turistas extranjeros y hojeando todos sus libros en busca de material ilegal (por ejemplo, fotografías del Dalai Lama). Pasado los trámites en el pulcro edificio chino, nos dirigimos a la barraca nepalesa, donde después de tomarnos la temperatura con termómetros de mercurio nos sellaron los pasaportes para legalizar nuestra presencia.
Habíamos sido informados que la carretera de la frontera hacía Kathmandu, a pesar de tener menos de 200 kilómetros, está en bastante malo estado y que el viaje en autobús podía durar unas 8 horas. De todas maneras, el problema que nos encontramos fue la ausencia de autobuses o de información sobre éstos. Por suerte, poco después de preguntar por el autobús a Kathmandu, encontramos a un grupo de israelíes (algunos de ellos de origen rumano), que nos dejaron compartir su autobús privado. Sin pensar que ahora podríamos ser el objetivo de algún atentado radical islámico, compartimos el agradable viaje conversando sobre política y viajes. A pesar de todo, aunque agradable, el viaje fue muy largo, al principio por el terrible estado de la carretera, sin signos de ser mejorada en un futuro; y después por la impaciencia de los conductores de otros camiones, coches y autobuses que generaron numerosos atascos antes de entrar en la ciudad y una vez dentro.
Esta llegada a Katmandú nos hizo darnos cuenta que Nepal no ha cambiado nada, con el mismo caos de gente, motos y coches deambulando por todas partes, los mismos problemas de tráfico y las mismas carreteras en obras (como si los trabajadores hubieran estado 5 meses en huelga). Por otro lado, al llegar al hotel donde habíamos sido acomodados la anterior vez, también nos encontramos que no había electricidad (después resultó ser un corte puntual). Lo único que parecía ser un poco diferente, era la menor presencia de turistas en comparación a las anteriores veces, básicamente porque era época de monzón (llovió diversos días). En cualquier caso, eso no nos privó de escuchar en el hotel y en la calle a muchos españoles, típico de nuestra región, donde todo el mundo hace vacaciones en agosto.
Habíamos llegado a Katmandú un viernes por la noche, y ante la imposibilidad de poder ir a recoger nuestra autocaravana durante el fin de semana, decidimos recorrer todo el Tamel (el barrio turístico) preguntando por los mejores precios de diversos productos que tenemos intención de revender una vez llegados a Europa. De todas maneras, el lunes sí que pudimos ir a recoger la autocaravana, la cual se encontraba en el mismo estado que habíamos encontrado, aunque más empolvada. Del taller, condujimos entre el terrible tráfico, hasta la explanada cerca de Tamel, donde habíamos aparcado anteriores veces y donde nos mentalizamos de pasar una ajetreada semana haciendo compras de diversos kilos de ropa y algunos centenares de gramos en joyería (Consultar productos comprados).
Aparte de hacer todas las compras deseadas, al principio de la semana también conseguí contactar con el amigo de nuestros amigos, quién ya se había convertido en nuestro amigo Jay. Nos encontramos con él y su familia un miércoles por la tarde, sorprendiéndonos por el cambio de sus tres hijos durante los cinco meses transcurridos: Maria de cinco años se había vuelto más tímida aunque ya hablaba inglés, Asmita seguía igual de 'traviesa pero también se pasaba absorta diversos minutos dibujando caracteres nepaleses en un cuaderno de la escuela, y David ya empezaba a andar llorando a la más mínima si no tenía todo a su alcance. Conociendo la tradición Nepalesa, llevamos dos cervezas (1,5€ cada una), aunque también Jay había comprado dos, para acompañar una delicioso cena que nos cocinar Jay (una de las comidas más deliciosas en semanas). Mientras cenábamos, Jay nos explicó preocupado que todavía no tenía ningún treking contratado para septiembre (cuándo empieza la temporada turística), por eso estaba tratando de buscar alguna otro agencia para la cual trabajar. De todas maneras, también había empezando a cavilar la idea de ir a trabajar a Europa o quizás Dubai, para poder seguir pagando la educación y manutención de sus hijos, una especie de inversión para el futuro, para cuando él no pudiera trabajar más. En cualquier caso, le alegramos la velada con tres grandes bolsas llenas de regalos, básicamente roba que no habíamos utilizado durante el viaje o que no volveríamos a utilizar, más otros utensilios inútiles para nosotros y que estaban ocupando un espacio valioso para guardar todos los productos que estábamos comprando.





India

Delhi (ver en mapa)

03/09/2009:
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Después de llenar la caravana con diversas bolsas de productos y de despedirnos de Jay el domingo bien temprano por la mañana empezamos a conducir hacia las afueras de Katmandú dirección a Delhi. Teníamos miedo de pasar por el paso junto a Katmandú, donde meses atrás había perdido mi carnet de conducir por culpa de unos policías medio corruptos. A pesar de todo pasamos sin problemas, aunque no pudimos evitar las primeras retenciones unos centenares de metros más adelante. Observando la larga cola de camiones y autobuses que serpenteaban la montaña, pensamos que habíamos tropezado con una huelga, pero el final resultó que sólo había diversos camiones averiados que no dejaban circular el tráfico correctamente. En cambio, unos pocos kilómetros más abajo sí que encontramos la primera huelga o protesta, con unos 10 o 20 agricultores que tenían una larga cola de camiones y coches parado para protestar por el bajo precio que el gobierno tenía fijado para la compra de la leche.
Después de hacer unos 100 km en 5 horas, nuestro trayecto hacia la frontera de la India por la buena carretera del sur del Nepal transcurrió sin problemas, aunque en otro punto, unos chicos tenían bloqueada la carretera con una cinta pidiendo dinero para ayudar a su Dios. No nos comentaron porque su Dios necesitaba dinero, pero nosotros nos negamos a ayudarlo argumentando que éramos cristianos (no me atreví a mencionar que era ateo) y al final nos dejaron pasar. Por otro lado, durante todo el trayecto, no pudimos evitar ir recordando todos los lugares donde cinco meses atrás habíamos vivido momentos de tensión: donde nos habíamos cruzado con miles de manifestantes, donde habíamos encontrado barricadas, donde habíamos tenido que apartar árboles cortados, donde pasamos de largo coches quemados ...
Al tercer día por la mañana llegamos a la frontera de Nepal con India, la cual cruzamos sin problemas en compañía de una catalana y un valenciano. En el otro lado, observando el panorama, Alexandra se partió de risa con mi chiste de llamar a India como el país de la abundancia (abundancia de caos, de personas, de vacas, de triciclos, de bicicletas, ...). Ah! Me olvidé de añadir que India también es el país de la abundancia de puentes caídos. En muchos puntos del viaje habíamos tenido que desviarnos por los lechos de ríos medio secos, pero a una decena de kilómetros de la frontera había un puente caído y el agua del río era demasiada fuerte para que pudiéramos cruzarlo. De hecho, había diversos camiones que lo estaban intentando y dos de ellos se habían encallado. Por suerte, unos chicos nos comentaron que había una ruta alternativa, pero después de circular unos diez kilómetros por caminos muy estrechos, tuvimos la mala suerte de encontrarnos con un puente con un limitador de altura, unos 30 centímetros más bajo que nuestra autocaravana. Al lado del puente había otro paso por dentro del río, pero al entrar con los pantalones subidos constaté que el agua me llegaba por sobre las rodillas y que sería imposible de pasar sin ahogar al motor. Sin posibilidad de continuar hacia Delhi por la carretera preestablecida, abrimos el mapa y, ayudados por un grupo de policías, nos decidimos de hacer una gran vuelta por las montañas que según los policías nos haría perder un día, aunque en realidad nos hizo disfrutar de dos días extras.
A principio nos asustamos, porque el camino que enfilaba las montañas estaba sin asfaltar y en muy mal estado, aunque la vista sobre la planicie era espectacular. En cualquier caso, una vez pasado el primer puerto de montaña el camino mejoró significativamente, continuando igual de estrecho pero asfaltado casi en todo momento. El fresco de la montaña y los espectaculares paisajes enseguida animaron a Alexandra, quien en vez de mantenerse pesimista por la vuelta que estábamos haciendo, me pidió de pasar algunos días de más en las montañas para relajarnos. Pero en vez de eso seguimos circulando muy tranquilamente, cruzando diversos valles y puertos de montaña; atravesando bosques de pinos; enfilando la montaña, igual que las incontables terrazas con campos de arroz trigo y otros cereales; admirando las casas pintadas de blanco y otras de piedra, algunas de las cuales tenían el tejado de pizarra; saludando a los tímidos habitantes que se mostraban muy curiosos con nuestra presencia ... Pasado dos días por las montañas, finalmente llegamos al pueblo de Nanital, una antigua estación de montaña de los ingleses, con ningún atractivo en comparación a los anteriores pueblecitos. Y desde aquí empezamos a encontrarnos de nuevo con el caos de la India, que siguió así al día siguiente (hoy) que hemos seguido el camino hasta Delhi.
Antes de entrar en Delhi, en medio del calor y un tráfico terrible, hemos tenido otra visión de una montaña, una antítesis total a los anteriores paisajes. Alertada por un terrible hedor (afortunadamente mi alergia me ha impedido olerla), Alexandra me ha señalado al lado de la carretera, a unos dos o tres kilómetros, una gran montaña de basuras de quizás un kilómetro de diámetro y unos cien metros de altura, que continuamente era enfilada por camiones cargados de más basuras; y en lo alto de la montaña parecíamos divisar decenas de fantasmagorías figuras rebuscado entre los nuevos desperdicios. Ha sido una visión horripilante, pero mucho más al imaginarme el futuro de esta montaña, la cual (de seguir con el mismo ritmo) próximamente sería visible desde toda la ciudad (y seguramente también olida). ¿Hacia dónde nos está dirigiendo el consumismo? ¿O la superpoblación? ¿O el capitalismo? ¿O la causa de que sea la responsable de eso?





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