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‹ Anterior (10/03/2009) MES Siguiente (2009-05-09)› ‹ Anterior (2009-05-13 - Cambodja) PAIS Siguiente (2009-06-08 - Malaysia)› Thailand Sukhothai (ver en mapa) 10/04/2009: Después de 6 horas de tren, llegamos a Phitsanulok, una ciudad sin demasiado interés turístico, aparte de de un fabuloso mercado que se despertaba a media tarde y que nos ofreció todo tipo de comida deliciosa y económica (si no vigilamos nos engordaremos más yendo con transporte público por Tailandia que con autocaravana). De todas maneras, Phitsanulok es una buena base para visitar las relativamente próximas ruinas de Sukhothai y decidimos de pasar dos noches, encontrando otro económico y limpio hotel, próximo a otro hotel frecuentado por prostitutas (la primera visión que hemos tenido de Thailàndia como turismo sexual). Hoy por la mañana me he vuelto a despertar temprano (Alexandra ha vuelto a preferir quedarse durmiendo) y he tomado tres autobuses hasta llegar a las ruinas del reino Sukhothai, el primer reino Tailandés antecesor al reino de Ayutaya. El reino de Sukhothai floreció durante 150 años, del 1257 hasta 1379, cuando fue ofuscado y asimilado por el reino de Ayutaya más al sur. A diferencia de las ruinas de Ayutaya, las de Sukhothai están rodeadas por parques y bosques y parecen más auténticas o románticas, y eso se paga, pues los tres grupos de ruinas valen unos 2 euros cada una (sólo para los extranjeros). De todas maneras, queriendo mantenerme con el ridículo presupuesto mensual de 150euros por persona, me colé en los tres grupos de templos sin pagar, entrante con la bicicleta con convencimiento por delante de los guardas de entradas secundarias. En cualquier caso, las ruinas de Sukhothai me parecieron menos atractivas que las de Ayutaya, aunque también interesantes de visitar. Chiang Mai (ver en mapa) 11/04/2009: A hasta ahora hemos viajado en tren por Thailàndia, el cual dispone de diferentes categorías o precios según la rapidez del tren, o según pare en más o menos estaciones. Ayer, mientras yo visitaba las ruinas de Sukhothai, Alexandra compró el billete de tren hacia Chiang Mai y habiendo aprendido la consigna de gastar poco, compró el billete más económico, de unos 1,2 euros para 350 kilómetros. De todas maneras, según el horario, el tren necesitaría 8 horas para hacer el trayecto, aunque a la hora de la verdad han sido 10. De todas maneras, a pesar de los asientos de plástico y a pesar de estar el tren parado una hora en una estación de tren perdida en medio de las montañas, el viaje no se me hizo pesado. Para Alexandra un poco, aunque tampoco refunfuñó demasiado. Acabé de leer una novela sobre la India, escribí el diario de los anteriores días, escribí un poco más de mi novela, miré el paisaje (que pasó de las llanuras del sur a las verdes montañas de más en el norte), hice algunas fotos, medité, y conversé con un hombre que se empezó a interesar por mi religión y creencias, no sorprendiéndose que yo no creyera a Dios. En cambio, yo sí que me sorprendí que él no creyera a Dios, pues en la India y en los anteriores países Islámicos era un sacrilegio no creer a Dios, en cambio parece ser mucho más normal a la Thailàndia budista, pues en realidad Buda no se quiso definir nunca sobre la posible existencia (o no) de Dios. Después, el hombre me ha explicado que en Thailàndia hay muchos problemas políticos, y que si los políticos tuvieran más pensamientos budistas habría muchos menos enfrentamientos. De hecho, durante este viaje, estamos leyendo en la prensa internacional que hay muchas protestas en Thailàndia entre los partidarios del gobierno actual y los partidarios del anterior, pero nosotros que estamos viajando por el país no en nos damos cuenta, y la gente no parece querernos explicar sus problemas. Tampoco el hombre con quién he hablado, que no me ha querido (o no ha sabido) explicar el conflicto y se ha centrado a explicarme que el budismo es una religión que predica la paz entre las personas y la paz de mente. Durante un rato he pensado que a causa del budismo, los países de la zona habrían sufrido menos guerras y conflictos, pero después, recordando la historia tailandesa o de los países vecinos (Birmania, Camboya, Laos, Vietnam ...) me he dado cuenta de que no es así, que también han sufrido sus guerras, algunas de ellas muy sangrantes. Quizás pasa lo mismo que con el cristianismo o el Islam, dos religiones que predican la paz y amor entre las personas, pero que en realidad han provocado muchas guerras y odio contra los pensamientos discordantes. Lo peor de este viaje tan largo en tren fue la llegada. Cuando por fin el tren paró en una vía muerta de la estación de Chiang Mai, ya estaba oscureciendo y lloviznaba. Los taxis en la salida de la estación nos querían cobrar mucho, pero por suerte, en la calle de fuera ya nos dieron precios más normales hasta el barrio donde hay los hoteles económicos de turistas. Pero después de estar buscando una hora cargando las mochilas, nos empezamos a dar cuenta que las habitaciones económicas estaban todas ocupadas pues habían llegado muchos turistas en la ciudad para celebrar en dos días el fin de año Tailandés. Pero el presupuesto ajustado que nos habíamos impuesto hizo que Alexandra me empujara a seguir buscando hasta que encontramos un hotel escondido en una callejuela, que tenía unas habitaciones bastante buenas con baño incluido por sólo 3 euros. 18/04/2009: El fin de año Tailandés o el Songkran ha sido muy divertido, pero también bastante agotador. Estas festividades coinciden con los meses más calurosos de Tailandia (el sol se encuentra vertical al mediodía) y desde tiempo antiguos, se celebran refrescando a las personas amadas con agua y a las estatuas de budas con agua perfumada. Pero actualmente, sobre todo en Chiang Mai, el Songkran ha degenerado en amistosas batallas campales para mojar equipos contrarios o en indiscriminados ataques a cualquier persona que tenga la ropa ligeramente seca. Así pues, si sales dispuesto a quedar completamente empapado, la celebración del Songkran resulta muy divertida. Las celebraciones empezaban en teoría el lunes, pero el domingo por la mañana ya empezó el desenfreno. Salimos dispuestos a mojarnos un poco, yo cargando la pequeña mochila con la protección de lluvia y la cámara parcialmente tapada con una bolsa de plástico. Tal como nos esperábamos, Alexandra fue la primera a ser rociada: porque era mujer y porque no carga ningún objeto de valor. Enseguida Alexandra compró un pequeño cubo de agua y se añadió a un pequeño grupo de turistas y gente local que tiraban agua con cubos y pistolas a las motos y a los triciclos que pasaban y a todo-terreno descubiertos que cargaban ejercidos de jóvenes dispuestos a mojar y a ser mojado. Mientras tanto yo fui haciendo fotos, mojándome parcialmente, hasta que inevitablemente alguien con mala puntería echó un cubo de agua sobre mi cámara. Para evitar problemas, le saqué la batería y la sequé un poco. Después dejé a la cámara envuelta en una bolsa y mientras Alexandra la vigilaba y descansaba, yo me junté con un grupo de extranjeros que habían comprado un gran bloque de hielo para enfriar el agua a tirar sobre los rivales. En realidad, una vez quedé bien empapado, era agradable que te tiraran agua, pues el agua acostumbraba a estar más caliente que el ambiente. En cambio, cuando te tiraban agua fría o helada, la experiencia era del todo desagradable, de la misma manera que lo era cuando te tiraban agua con fuerza contra los ojos, la boca o las orejas. Pero eso era parte de la gracia, y no dejaba de ser divertido hacer lo mismo: tirando agua congelada contra otros grupos, contra motociclistas y sobre todo, contra los pasajeros de los taxi-buses que se resguardaban en el fondo, con la intención de pasar desapercibidos. Al cabo de unas pocas horas, los dos volvimos al hotel, cansados de estar empapados y un poco enfriados. De todas maneras, al día siguiente, una vez el sol empezó a calentar con fuerza, fue más que placentero volver a añadirse a la fiesta, esta vez sin cámara. La lástima fue la imposibilidad de fotografiar a una larga comparsa de estatuas de budas y fieles de diferentes templos que transitaban solemnemente por una calle principal de Chiang Mai mientras eran rociados respetuosamente por los espectadores con agua perfumada. Al siguiente día descansé, saliendo a visitar algunos templos de la ciudad. Pero al cuarto día volví a añadirme a la fiesta, esta vez juntándome con un grupo que cogía el agua marronácea del canal y la tiraba a los transeúntes o a los de los bar de delante, quiénes contraatacaban con pistolas de alta presión y agua congelada. Y al quinto día hubo calma. Aun así, al salir a pasear me tuve que remojar yo mismo en un grifo porque el calor era insoportable. Chiang Mai es una ciudad interesante, con demasiados turistas pero interesante. La ciudad antigua, con diversos templos de unos 700 años de antigüedad, está rodeada por un gran canal cuadrado que la defendía de los ataques burmeses. La mayoría de estos templos eran bastante visitados por los Tailandeses en motivo del Songkran, los cuales pintaban los budas de metal con pequeñas placas doradas, colgaban billetes de 20 bats (0,4euros) por los templos, escribían deseos que dejaban clavados en una flor, colgaban trapos de colores y plegarías ... De todas maneras, lo que más me sorprendió de los templos (y que por otro lado ya había observado en otros templos de Tailandia) fue la veneración de monjes budistas de cera. Enfilados en un pedestal o detrás de una vitrina, y delante de algunas fotos del monje aun en vida, casi cada templo tenía un monje viejo de cera de medida real y meditando con gran realismo. Chiang Mai también nos sorprendió con algunos otros aspectos. En dos puntos diferentes vimos una parada donde vendían insectos fritos de todo tipo: algunos similares a gusanos, otros similares a moscas e incluso, unos de medida enorme, de cuatro o cinco centímetros de largo. Por otro lado, la gran presencia de turistas en Chiang Mai nos hizo darnos cuenta de algo comentado en los medios de comunicación, el turismo sexual en Tailandia: muchas chicas jóvenes acompañaban hombres de edad media y muchos bares tenían signos evidentes de ser foco de prostitución. Hablé con Ken un inglés que vive de hace muchos años en Tailandia, dirigiendo el hotel donde estábamos acomodados. Ken me comentó un poco indignado que la gente estuviera celebrando el Songkran con tanta pasión, mientras en Bangkok se producían unas manifestaciones muy importantes: los camisetas rojas que querían hacer caer al presidente actual, al cual acusan de querer hacer cambiar la constitución para dar más poderes al rey y a los militares. Desgraciadamente (según Ken), la manifestación se deshizo al cabo de diversos días, después de que el ejército interviniera y de que murieran dos manifestantes. Ken no se mostraba demasiado optimista, opinando que el rey actual (del cual hay pancartas, fotos y calendarios por todas partes) es bastante intervencionista. Más tarde, mirando algunas de estas fotos, pensé que este rey parecía un hombre un poco atontado y sin demasiada energía, un hombre que seguramente no habría dominado nada su entorno si no hubiera nacido con sangre azul, y mucho menos habría conseguido amasar la fortuna que posee, pues según la revista forbes, el rey de Thailandia es el miembro de la realeza más río del mundo. Ayer - haciendo caso a una sugestión del Ken - alquilamos una moto por 1,6 euros (más 1,4euros de gasolina) para visitar diferentes puntos de la ciudad. Fue divertido, pero también agotador, pues hacía casi veinte años que yo no conducía una moto y Alexandra no paraba de moverse detrás asustada e histérica. Por otro lado, habríamos ahorrado más tomando transportes públicos, pero no demasiado. Visitamos el bonito templo de Doi Suthep, enfilado en una montaña donde la leyenda dice que murió un elefante blanco que cargaba las veneradas reliquias de un Buda. Por la tarde, nos dirigimos a Bo Sang, un pueblo próximo famoso por manufacturar paraguas de papel, pero en el pueblo sólo había tiendas de suvenires y yo me quedé descansando en un bar, mientras Alexandra hacía sus investigaciones y compras. Laos Luang Prabang (ver en mapa) 21/04/2009: Después de una semana de desenfreno y de relax en Chiang Mai, tomamos un autobús dirección Norte, hacia la frontera de Laos, cruzando algunas carenas montañosas cubiertas de vegetación tropical o selva, y atravesando algunas llanuras recortadas en innumerables parcelas preparadas para ser cultivadas con arroz. Según he leído, Tailandia es el primer exportador mundial de arroz (6,5 millones de toneladas anuales), con el 55% de su area cultivable dedicada a este cultivo. Más rápidamente de lo que pensábamos, al mediodía llegamos a Chiang Kong, a la orilla del río Mekong, que en esta región actúa de frontera entre Tailandia y Laos. Después de conversar con unos viajeros que hacía unas semanas estaban atrapados psicológicamente en Chiang Kong (un pueblo que no me pareció que tuviera demasiado atractivo), pasamos los trámites de inmigración de Tailandia y cruzamos el Mekong con una barcaza hasta el pueblo de delante, Huay Xai, dónde se encontraba la inmigración de Laos. En la inmigración pagamos los 35 dólares necesarios para cada visa y a continuación buscamos un hotel, que finalmente encontramos a un precio similar a los de Tailandia. De todas maneras, lo que no era equiparable era el precio de la comida, que en algunos productos parecía ser el doble de caro que en Tailandia. Por una parte, quizás era lógico, pues absolutamente todos los productos empaquetados eran importados del país vecino. Pero lo que no me parecía tanto lógico era el precio de los productos locales. Aun así, después de mucho observar que la gente local también pagaba los precios que nos pedían (y que no nos engañaban), nos convencimos de que el coste de la vida era más elevado en Laos y que en este país nos sería más difícil ajustarnos al presupuesto de 5euros/día por persona. También el transporte parecía mucho más caro que en Tailandia, como mínimo para el viaje de dos días con barcaza para llegar a Luang Prabang (20€/persona) (el autobús era totalmente desaconsejable por el mal estado de las carreteras). De todas maneras, los precios serían más normales si no fuéramos extranjeros, pues a los turistas les aplicaban automáticamente el doble de precio que a los locales. Compramos el ticket por la misma noche, y al día siguiente embarcamos en la gran canoa, junto con otros 70 turistas. Hacía mucho tiempo que no veía tantos occidentales juntos en un mismo espacio y no dejaba de ser una sorpresa, en cierta manera agradable, pues nos permitió conversar con muchos otros viajeros, la mayoría en vacaciones de cuatro semanas y con presupuestos mucho más elevados que el nuestro (por ejemplo no se privaban de beberse diversas cervezas al día que valían 2 euros cada una). En la barcaza también conversé un rato con un Tailandés profesor de inglés, que estaba dedicando unos días de vacaciones para conocer Laos, según él (y mirando de reojo al conductor de la barcaza) para descubrir cómo era Tailandia 30 años atrás, antes del bum económico. A continuación, este mismo profesor Tailandès, me explicó la difícil situación política de Tailandia, con uno ejercido poseyendo un gran poder e interviniendo en las decisiones gubernamentales. A media tarde del primer día de viaje por el río Mekong, llegamos al pueblo de Pakbeng, un pueblo perdido en medio de la selva y dominando el río Mekong, lleno de restaurantes y de hoteles para alojar a las decenas de turistas que cada día se ven obligados a pasar la noche en su trayecto de Huay Xai hacía Luamg Prabang. De todas maneras, había bastante competencia y todavía encontramos un hotel económico. Por otro lado, el día siguiente bien temprano por la mañana (hoy), he descubierto un pequeño mercado donde me he podido hacer una idea de cómo debería ser el ambiente del pueblo antes de la llegada del turismo. Incluso, en este mercado había una mujer que todavía no se había corrompido y que vendía sus productos a los precios de la selva, a quien he comprando una gran papaya de unos tres kilos por sólo un euro. En la segunda etapa del viaje, nos han cargado en otra barcaza más pequeña e igual de incómoda que la primera, acomodados en unos estrechos bancos de madera que te dejaban el culo cuadrado, a pesar de las almohadas que había. Aun así, las conversaciones con los otros viajeros han continuado distrayéndonos, además de seguir maravillándonos con el paisaje (bonito pero también monótono) del ancho río Mekong transcurriendo por encima un lecho rocoso y por debajo de un pequeño valle cubierto de vegetación y algunas casas ocasionalmente. Algunas pocas veces, la emoción del trayecto aumentaba, cuando el río se crispaba ligeramente en medio de remolinos, aunque la barcaza siempre se mantenía muy estable. Por otro lado, igual que al primer día, también me he aislado un buen rato, mostrando mi segunda personalidad de autista, y me he tendido entre dos bancos con el ordenador abierto sobre el regazo para seguir escribiendo mi novela, que lentamente avanza hacia el final. 24/04/2009: Laos, antes de ser bombardeada masivamente por los Estados Unidos y de caer definitivamente en manos de los comunistas, había sido una colonia francesa, y en Luang Prabang resulta evidente con su arquitectura europea y las baguettes que se venden por las tranquilas calles. Realmente, Luang Prabang es un pueblo que enamora, a pesar de los centenares de turistas que deambulaban por nuestro lado compartiendo los mismos sentimientos y a pesar del floreciente negocio de hoteles, restaurantes, agencias de viajes, cafés de Internet y paraditas de calle. Por suerte, muchos turistas se encierran en los bares a beber cerveza o contratan excursiones a unas cuevas y cascadas próximas y todavía hemos podido pasear con relativa tranquilidad por Luang Prabang. Del siglo XIV al XVI, Luang Prabang fue la capital del Reino del Millón de Elefantes (Lan Xang), convirtiéndose posteriormente en el principal centro religioso del reino. Prueba de eso son la multitud de templos budistas que se esparcen por el pueblo, algunos de los cuales visité (los que no eran de pago), con una arquitectura y decoración más simple que los templos Tailandeses, pero con algunos relieves y pinturas interesantes en las entradas. En uno de estos templos, descansando bajo la sombra de un árbol florido encontré a un joven que estudiaba inglés ayudándose de un diccionario. Enseguida estableció conversación conmigo, explicándome que para muchos jóvenes, entrar en un monasterio budista era la mejor manera de estudiar, por las facilidades económicas y por las pocas distracciones que tenían. En cualquier caso, según me explicó, muchos monjes abandonan los hábitos una vez terminados los estudios, aunque siempre conserven la serenidad espiritual gracias a las innumerables horas de meditación realizadas. Fue este joven monje encontrado en el templo quien me informó sobre una interesante atracción en Luang Prabang, aunque a penas había turistas porque sucedía a las 6 de la madrugada. A mí también me costó despertarme, pero valió la pena. Antes de salir el sol (y después de algunas horas de meditación) los monjes de todos los templos salen en fila india andando en silencio por las calles. La gente del pueblo los espera sentados en las aceras y provistos de ollas de comida (en general arroz), el cual van repartiendo solemnemente dentro de los recipientes que llevan a los monjes que pasan por delante suyo. La ceremonia es rápida pero cautivadora. La gente, parece venerar a los monjes como si fueran santos, sin tocarlos en ningún momento, mientras éstos andan a pasos largos y en estado meditativo. Fue bien despertarme temprano porque después de la ceremonia, tropecé con un mercado tradicional que sólo montaban por la mañana (a la noche montaban otro mercado exclusivamente para turistas, con muchas paraditas con artesanía exquisita). Este mercado tradicional fue impresionante por la variedad de productos inimaginables que se podían vender, aparte de los vegetales: amuletos, larvas e insectos, lagartos, polluelos desplomados, serpientes ... De todas maneras, el animal más extraordinario que vi que se venía fue fuera del mercado: dos peces de río enormes, parecidos a unas carpas, que pesaban 30 kilos cada uno. Por otro lado, el anterior viaje de dos días por el Mekong y la gran presencia de turistas en Luang Prabang, no permitió conocer a unos españoles que viajaban por poco tiempo y un argentino muy simpático a quien nos comprometimos de visitar cuando viajaramos por su tierra. Fue una buena ocasión para compartir unas cervezas con ellos, una bebida que no probábamos desde hacía algunos meses. Por otro lado parecía imposible evitar este refresco debido al calor que hace y debido a las decenas de turistas que pasean por tus alrededores todo el día con la botella a la mano, despreocupados por el dinero gastado, porque su viaje no durará más allá de unas pocas semanas, antes de volver a sumergirse al estrés de su mundo laboral. Vang Vieng (ver en mapa) 27/04/2009: El viaje de Luang Prabang a Vam Vieng duró unas ocho horas en autobús, circulando por una carretera de continuas curvas, que se subía y bajaba por diversas montañas. El paisaje montañoso era bonito, aunque lo habría sido mucho más si no hubiera estado oculto por la neblina. Por otro lado, también dañaba la vista observar en muchas ocasiones, los pendientes de las montañas completamente deforestados y pelados, seguramente para comercializar con la madera, pero también, en algunos casos, para cultivar café. Por otro lado, la mayoría de las casas de los pequeños pueblos que cruzábamos estaban hechas de madera y paja. Realmente, aparte de los pueblos considerados turísticos, la vida en Laos no había cambiado demasiado en el último siglo. Tendría que ser interesante visitar algunos pueblos perdidos del norte de Laos, pero vamos un poco justos de tiempo (sólo 5 meses por el sureste asiático) y nos hemos vuelto a detener en otro pueblo lleno de turistas: Vam Vieng. De todas maneras, a diferencia de Luang Prabang, Vam Vieng es un pueblo horrible, lleno de hoteles de baja categoría, agencias de viaje, cafés de Internet y restaurantes. Los restaurantes son un espectáculo, pues la mayoría tiene una gran televisión encendida emitiendo series de Friends o Simpsons, con decenas de turistas embobados delante de la pantalla. Por suerte, el aliciente turístico no se encuentra en el pueblo, sino en el paisaje y en unas cuevas próximas. De todas maneras, la mayoría de los turistas no parecían demasiados interesados en el paisaje, pues en vez de andar por los alrededores, preferían hacer tubing. El tubing es un deporte que se han inventado las agencias de viaje, en el cual el turista es abandonado al corriente de un tranquilo río, sentado en un neumático inflado de camión y generalmente con una cerveza a la mano. Sin interés de hacer tubing (admito que el precio tampoco me resultaba demasiado atractivo), decidí dedicar estos dos días a Vam Vieng a perderme por el otro lado del río, donde había algunos prados y detrás diversas montañas de rocas y vegetación que se elevaban verticalmente, ofreciendo un paisaje que me recordaba algunas postales de Asia. Al pie de estas montañas había diversas cuevas que estaban señaladas con un trapo ondulante en un palo y con unos niños que cobraban una mínima entrada. Estos niños también se ofrecieron hacerme de guía, con un precio más elevado que no acepté. Pero fue una buena decisión, porque las emociones de entrar sol a una profunda cueva son inolvidables. La primera cueva que visité, llamada Phadeng, básicamente era un pasadizo (a veces de un metro de altura) que se introducía unos quinientos metros dentro de la montaña, con diferentes escaleras de madera para bajar y subir desniveles y pasarelas para cruzar fisuras. Al final, el corredor acababa en una pequeña piscina de agua marronácea, donde en teoría te podías bañar y donde en teoría había unos grandes peces. Eso de los pescados no me lo acabé de creer, de todas maneras, también era increíble observar tan en el fondo de la cueva unos insectos parecido a gajos con unas antenas de unos veinte centímetros de largo. Al volver, después de haber estado todo el rato preocupado por la fiabilidad de mi linterna, decidí perder el miedo y apagarla. Había entrado con un bastón, y como si fuera un ciego fui golpeando el suelo, rocas y techo para ir avanzando sin peligro a tropezar. Adelanté unos cincuenta metros en la oscuridad total y palpando con el bastón mis alrededores, hasta que me encontré en un entorno incomprensible y encendí la luz, temeroso de caer por una grieta. La segunda cueva, la de Goldjar, era mucho más grande, con diversas estalactitas que resonaban al golpearlas suavemente. Todas las paredes blancas de la cueva estaban llenas de dibujos hechos con barro por los diferentes trogloditas que habían visitado la cueva los últimos años, y en el fondo había una estatua de buda con algunas ofrendas. Cuando estaba visitando un rincón, escuché que estaban entrando unos turistas. Apagué la linterna para no asustarles, y acto seguido me di cuenta de que así les asustaría más, pero ahora ya la tenía apagada y esperé, hasta que fue inevitable que sus linternas me descubrieran, y encendí la mía, causándoles un buen susto, naturalmente. Al día siguiente, hoy, me he dirigido a las montañas más en el sur dispuesto a visitar otras cuevas, caminando por un caminito con telarañas y serpientes que se ocultaban al pasar. Pero al llegar a la primera cueva, me di cuenta de que me habían seguido a un hombre y un chico de pintas sospechosas, con los vestidos sucios y con un puñal encintado. Alexandra me había advertido que en las cuevas se producían robos, así pues, me situé en un punto elevado en la entrada y empecé a hacer punta en el bastón que llevaba con mi navaja. El hombre y el chico se quedaron en la entrada, hablando entre ellos y sin osar acercarse, mientras yo seguía haciendo punta a mi bastón como si fuera la cosa más normal del mundo. Hasta que el hombre y el chico decidieron marcharse sin mostrar interés de entrar a la cueva. Pero yo sí que lo hice, envalentonado por mis experiencias de Indiana Jones, aun así no llegué demasiado lejos, porque en una escalera de madera que se enfilaba por la cueva me encontré una pequeña araña que se ocultaba, y al agacharme para observarla y hacerle una foto me encontré una araña enorme, de unos diez centímetros, que me hicieron perder todas las ganas de seguir con mis aventuras. Vientiane (ver en mapa) 05/05/2009: Vientiane, la capital de Laos, es una ciudad muy tranquila de sólo medio millón de personas sin demasiado de atractivo (o sin ningún atractivo, segundos nos manifestaron Michel y Christine). De todas maneras, tiene un descuidado paseo paralelo al río Mekong, con algunos sencillos restaurantes, un centro mucho más moderno y caro y una pareja de monumentos a los que vale la pena hacer una ojeada. Bueno, en realidad, el Patuxai es el monumento más horrible nunca diseñando, un arco de triunfo construido en 1969 con cemento dado por los Estados Unidos destinado a la construcción de un aeropuerto. En cambio, la estupa de Pha That Luang, empezada a construir en 1566, era bastante más seductora, con una alta cúpula pintada de color dorado, símbolo de la religión budista y de la soberanía de Laos. Uno o dos días habrían sido suficientes para conocer Vientiane, en cambio, nosotros hemos pasado una fabulosa semana. Por primera vez (viajando sin autocaravana) hemos sido alojados por una pareja de Couchsurfing, Michel y Christine, los cuales nos han obsequiado con una hospitalidad comparable a la Iraní o Egipcia. Michel y Christine son un matrimonio canadiense que trabajan en Laos de profesores para una escuela internacional (donde van los hijos de embajadores, directores de ONGs y miembros del gobierno). De todas maneras, después de 3 años trabajados en el Nepal, y tres más en Laos, ahora empiezan a empaquetar para cambiar de continente, e iniciar una nueva aventura en Túnez. Michel y Christine estaban bastante liados y estresados con el final de curso de la escuela y nos dejaron buena parte de tiempos solos (incluso se marcharon tres días a relajarse a Vam Vieng), insistiéndonos de coger cualquier cosa que quisiéramos de la nevera u ofreciéndonos sus bicicletas para movernos por la ciudad o para ir a las embajadas de Tailandia y Vietnam a hacernos los visados. Alexandra enseguida se sintió en casa, riendo ilusionada mientras andaba por la magnifica casa y apropiándose del mando de la tele y del mejor sofá. Mientras tanto, yo aproveché la tranquilidad para seguir escribiendo mi novela, la cual finalicé hace unos tres días (ahora sólo me faltará repasarla). De todas maneras, ayer y hoy, también hemos tenido más tiempo para compartir y conversar con Michel y Christine, los cuales han llegado más relajados, de Vam Vieng. Hemos estado conversando mucho sobre educación, sobre su próximo viaje a Turquía, sobre las religiones, y mucho más. Ha estado muy interesante conocerlos y verdaderamente esperamos que algún día nos puedan hacer una visita a Barcelona para devolverles parte de la hospitalidad recibida. ‹ Anterior (10/03/2009) MES Siguiente (2009-05-09)› ‹ Anterior (2009-05-13 - Cambodja) PAIS Siguiente (2009-06-08 - Malaysia)› |
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